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Will rodó sobre su barriga y la aplastó contra el suelo de madera. Le agarró las manos con una sola de las suyas y las estrujó para que no pudiera seguir peleando. Sin pensarlo siquiera, alargó el brazo y le arrancó la ropa interior. Ella le clavó las uñas en la palma y Will deslizó sus dedos dentro de ella.

– Hijo de puta -murmuró, pero estaba tan húmeda que Will apenas sentía sus dedos al deslizarlos adentro y afuera. Dio con el punto exacto, y ella le insultó otra vez, apretando la cara contra el suelo. Ella nunca llegaba al orgasmo con él, formaba parte de su juego de poder. Siempre llevaba a Will hasta el límite, pero nunca permitía que él hiciera lo mismo con ella.

– Para -exigió Angie, pero no dejaba de mover las caderas, tensándose con cada movimiento.

Will se desabrochó los pantalones y se metió dentro de ella. Angie intentó cerrar las piernas, pero él la embistió con más fuerza, obligándola a abrirlas. Ella gimió y sintió una dulce descarga mientras él la penetraba más y más a fondo. Will la obligó a ponerse a cuatro patas y empezó a penetrarla tan deprisa como podía, mientras seguía estimulándola con los dedos para llevarla hasta el límite. Angie empezó a gemir, y emitió un gemido profundo, gutural, que él no había oído nunca. La embistió con todas sus fuerzas, sin preocuparse de si le dejaba marcas por todo el cuerpo, sin importarle si la rompía en dos. Cuando por fin Angie se corrió le apretó con tal fuerza que casi dolía estar dentro de ella. El orgasmo del propio Will fue tan salvaje que acabó derrumbado encima de ella, jadeando, con todo el cuerpo escocido.

Rodó sobre su espalda. Angie tenía el pelo enredado cubriéndole la cara. Se le había corrido el maquillaje y jadeaba igual que Will.

– Dios mío -murmuró Angie-. Oh, dios.

Alargó la mano para acariciarle la cara, pero Will la apartó de un manotazo.

Se quedaron tumbados en el suelo, jadeando, durante un buen rato. Will intentó sentir remordimientos, o ira, pero no sentía más que agotamiento. Estaba tan harto de aquello, tan harto de que Angie se pasara la vida sacándole de quicio. Volvió a pensar en lo que le había dicho Sara: «Aprende de tus errores».

En ese momento a Will le parecía que Angie Polaski era el error más grande que había cometido en toda su vida.

– Dios -Angie seguía jadeando. Rodó sobre un costado, y deslizó la mano bajo su camisa. Tenía las manos calientes y sudorosas-. Sea quien sea, dale las gracias de mi parte.

Will miraba fijamente al techo, no quería mirarla porque no se fiaba de sí mismo.

– Llevo follando contigo veintitrés años, cielo, y es la primera vez que me lo haces de esta manera. -Le acarició la costilla, en el punto donde tenía la cicatriz de una quemadura de cigarrillo-. ¿Cómo se llama?

Will continuó callado.

– Dime cómo se llama -le susurró Angie.

Will notó que le dolía la garganta al tragar saliva.

– No hay nadie.

Ella soltó una carcajada.

– ¿Enfermera o policía? -Se echó a reír otra vez-. ¿Una puta?

Will no dijo nada. Intentó apartar a Sara de su mente, no quería pensar en ella ahora porque sabía lo que venía a continuación. Se había anotado un punto, así que Angie tenía que anotarse diez.

Angie encontró un nervio sensible en su lastimada piel y Will se estremeció de dolor.

– ¿Es normal? -le preguntó.

«Normal.» En el orfanato empleaban esa palabra para referirse a la gente que no era como ellos: a los que tenían familia, una vida, padres que no les pegaban ni les obligaban a prostituirse ni les trataban como si fueran basura.

Angie siguió acariciando el contorno de la cicatriz con el dedo.

– ¿Conoce tu problema?

Intentó tragar saliva de nuevo. Le rascaba la garganta. Se encontraba mal.

– ¿Sabe que eres idiota?

Will se sentía atrapado bajo su dedo, el modo en que le acariciaba la cicatriz había derretido su carne. Justo cuando pensaba que no podía soportarlo más ella se detuvo, le acercó los labios a la oreja y deslizó los dedos por debajo de su manga. Llegó hasta el punto en que la hoja de afeitar había cortado carne.

– Recuerdo la sangre -le dijo-. Cómo te temblaba la mano, la hoja cortando tu piel. ¿Te acuerdas?

Will cerró los ojos, pero se le escaparon las lágrimas. Naturalmente que se acordaba. Si se concentraba mucho todavía podía sentir el filo de la navaja arañándole el hueso porque sabía que el corte tenía que ser profundo, lo suficientemente profundo como para cortar la vena, lo suficientemente profundo para hacerlo bien.

– ¿Recuerdas cómo te abracé? -le preguntó, y Will sintió sus brazos alrededor de su cuerpo, aunque ella no le estaba abrazando. El modo en que le arropó con su cuerpo, como si fuera una manta-. Había tanta sangre…

La sangre goteó por sus propios brazos, por sus piernas, por sus pies.

Le había abrazado tan fuerte que Will casi no podía respirar, y él la había querido tanto. Ella entendía por qué lo había hecho, por qué tenía que acabar con toda esa locura que le rodeaba. Cada cicatriz que tenía en el cuerpo, cada quemadura, cada corte; Angie los conocía tan bien como se conocía a sí misma. Todos los secretos de Will Angie los guardaba en lo más hondo de su ser. Se agarraba a ellos como a un clavo ardiendo.

Ella era su vida.

Will tragó saliva, pero tenía la boca seca.

– ¿Cuánto tiempo más?

Angie puso su mano sobre la barriga de Will. Sabía que volvía a tenerlo en sus manos, que solo tenía que chasquear los dedos.

– ¿Cuánto tiempo más, qué, cielo?

– Cuánto tiempo más tengo que seguir queriéndote.

Angie no respondió de inmediato, y Will estaba a punto de repetir la pregunta cuando ella dijo:

– ¿No es el título de una canción country?

Will se volvió para mirarla buscando en sus ojos algún indicio de la ternura que jamás había encontrado.

– Solo dime cuánto tiempo más, para que pueda ir tachando los días, para que pueda saber cuándo se va a acabar esto de una vez.

Angie le acarició la mejilla.

– ¿Cinco años? ¿Diez? -Se le cerraba la garganta, como si hubiera comido cristales-. Dímelo, Angie. ¿Cuándo voy a poder dejar de quererte?

Angie se inclinó y le susurró al oído:

– Nunca.

Se levantó del suelo, se colocó la falda y cogió sus zapatos y su ropa interior. Will se quedó allí tumbado mientras ella abría la puerta y se marchaba sin molestarse en mirar atrás. Sabía muy bien lo que dejaba, del mismo modo que siempre sabía lo que le esperaba.

Will no se levantó al oír sus pasos en el porche ni tampoco cuando arrancó el coche. No se levantó cuando oyó a Betty arañando la gatera, que Will había olvidado dejarle abierta. No se movió por nada. Se quedó tumbado en el suelo toda la noche, hasta que el sol que entraba por las ventanas le anunció que ya era hora de volver al trabajo.

CUARTO DÍA

Capítulo veinte

Pauline tenía hambre, pero podía soportarlo. Entendía los dolores que tenía en el estómago y en los intestinos, el modo en que los espasmos reverberaban por todo su vientre intentando absorber cualquier atisbo de nutriente. Conocía bien esos dolores, y podía soportarlos. Pero la sed era algo diferente. No había manera de eludirla. Nunca antes había pasado tanto tiempo sin beber agua. Estaba desesperada, deseando poder hacer algo. Incluso había hecho pis en el suelo y había intentado beberlo, pero solo le había dado más sed, así que acabó sentándose sobre sus tobillos, aullando como un lobo.

No podía más. No podía seguir en aquel lugar tan oscuro por mucho tiempo. No podía dejar que se apoderara de ella, que la envolviera de tal modo que lo único que quería entonces era hacerse una bola y llorar por Felix.

Felix. Él era la única razón para salir de allí, para luchar, para detener a los cabrones que la alejaban de su niño.