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—Muy bien, pues, veamos si podemos enviar algunos forajidos a su instante definitivo —convino Sorak.

—Ésas no parecen palabras propias de un druida que realiza curaciones —comentó el otro enarcando una ceja.

—Tal y como dijiste, la vida en Athas puede ser muy dura. Incluso un sanador debe aprender a adaptarse. —Cerró la mano alrededor de su espada.

—Desde luego —repuso Valsavis levantándose. Con el pie, echó un poco de tierra sobre el fuego para apagarlo—. Calculo que nos llevan unas tres o cuatro horas de delantera. Y van montados.

—En ese caso, no hay tiempo que perder.

—Los alcanzaremos, no temas.

—Pareces muy seguro.

—Siempre atrapo a mi presa —declaró Valsavis.

3

No fue difícil seguir el rastro. Nueve jinetes montados sobre kanks cargados en exceso no podían moverse sin dejar huellas a su paso. Tampoco parecían tener prisa. «¿Y por qué no? —se dijo Sorak—. Creen que estoy muerto.» Ni siquiera se habían detenido a comprobar su cadáver. Había estado en el suelo, inmóvil, con una flecha en la espalda, pero Ryana había ocupado toda su atención. Sorak sintió un escalofrío al pensar en lo que podrían haberle hecho a su amiga.

La villichi jamás se habría ido tranquilamente, y en circunstancias normales los forajidos se habrían encontrado con una resistencia más encarnizada de lo que cabría esperar. Pero el largo viaje por la llanura había dejado a Ryana sin un ápice de energía, y, si se había quedado dormida, quizá la habían capturado con facilidad.

El elfling intentó no pensar en lo que podrían hacerle. No era una mujer corriente. No sólo resultaba muy hermosa, sino que también era una sacerdotisa villichi. De todos modos, pudiera ser que sus capturadores no se hubieran dado cuenta de ello, porque Ryana no se parecía demasiado a la mayoría de villichis. El color de su piel era distinto, y aunque era alta para ser mujer, carecía de la exagerada longitud de cuello y extremidades que caracterizaba a las de su condición, por lo que sus proporciones se asemejaban al modelo humano. Si Ryana era inteligente —y lo era– no se descubriría, sino que esperaría el momento oportuno mientras recuperaba fuerzas para escoger su ocasión. Pero si le habían tocado uno solo de sus cabellos...

Casi todo el camino, Sorak y Valsavis cabalgaron en silencio, excepto por algún que otro comentario relativo a las huellas dejadas por los malhechores. El respeto del elfling por el musculoso y veterano guerrero crecía con rapidez. El mercenario era un rastreador soberbio. Nada escapaba a su mirada vigilante. A una edad en la que la mayoría de guerreros haría tiempo que se habrían retirado, con una mujer que los cuidara en el ocaso de sus vidas, Valsavis seguía estando en pleno apogeo de sus facultades físicas, y Sorak se preguntaba qué clase de vida habría llevado aquel hombre, de dónde vendría y adónde se dirigía. También la tribu se hacía preguntas sobre él, y de un modo que los inquietaba profundamente a todos.

No confío en este hombre, Sorak, anunció la Guardiana. Ten cuidado.

¿No puedes ver lo que hay en su mente?, inquirió Sorak.

La Guardiana no respondió enseguida. Al cabo de un rato, dijo:

No, no puedo.

La respuesta le sorprendió.

¿No puedes sondear sus pensamientos?

Lo he intentado, pero no sirve de nada. Sencillamente no puedo penetrar sus defensas.

¿Está protegido contra los telépatas?, indagó Sorak.

No lo sé, respondió la Guardiana, pero si lo está, las defensas son poderosas e ingeniosas. Existen individuos a los que no se puede sondear, cuyas mentes están protegidas por sus propias defensas autónomas. Tales individuos poseen un carácter enérgico, intensidad emocional y, raras veces, se revelan tal y como son. No confían con facilidad, y, a menudo, resulta peligroso confiar en ellos. Su esencia permanece guardada bajo llave en lo más profundo de su ser. Frecuentemente, se trata de gentes solitarias que no experimentan la falta de afecto o de camaradería. Muchas veces no sienten nada en absoluto.

Este hombre sintió compasión, indicó Sorak. Se detuvo a ayudar a un desconocido herido, y nos acompaña a rescatar a Ryana sin pensar en pago alguno.

Sin pensar en un pago realizado en dinero, quizás, observó la Guardiana, pero aún no sabes si espera alguna clase de ganancia.

¿Crees que quiere algo de mí?

Muy poca gente actúa de modo desinteresado, repuso ella. La mayoría no corre riesgos sin pensar en alguna clase de beneficio para sí. No me gusta este Valsavis, y el resto de la tribu percibe una aureola de peligro a su alrededor.

En ese caso, permaneceré alerta, dijo Sorak. Pero la seguridad de Ryana es lo que me preocupa en estos momentos.

Igual que a nosotros, aseguró la entidad. Todos sabemos lo que significa para ti. Y la mayoría ha llegado a sentir cariño por ella, a nuestro modo. Pero este hombre ha aparecido muy convenientemente y de una manera muy oportuna. ¿De dónde salió? ¿Qué hacía viajando solo por un zona tan lejana?

A lo mejor, al igual que nosotros, se dirigía al poblado de Paraje Salado, apuntó Sorak. Parece un destino lógico. Y eligió una ruta indirecta, como nosotros, para evitar a los forajidos.

Si eso es así, entonces, ¿por qué los persigue contigo ahora si no hay nada de interés para él en ello?

Es posible que fuera sincero en su explicación, dijo Sorak. Tal vez anhela aventuras. Es un luchador y, evidentemente, ha sido un mercenario. Esa clase de hombres acostumbra a ser diferente.

Puede ser que sea así, replicó la Guardiana, pero todos mis instintos me dicen que éste no es lo que parece ser.

Si piensa traicionarnos, dijo Sorak, descubrirá que también yo soy mucho más de lo que parezco ser.

No dejes que tu confianza en ti mismo te ciegue, Sorak, advirtió la entidad. Recuerda que, aunque somos fuertes, no somos invulnerables. Nos clavaron una flecha en la espalda que muy bien podría habernos matado, y ni siquiera la Centinela la vio venir.

No lo he olvidado. A partir de ahora, vigilaré mi espalda con más atención.

Ocúpate de que Valsavis no se encuentre ahí, indicó ella.

Lo recordaré.

El terreno que atravesaban era accidentado, pero Sorak estaba seguro de que avanzaban más deprisa que los forajidos. Cabalgaba detrás del mercenario, sobre su kank, vigilando el rastro que tenían delante y observando cómo el veterano luchador captaba todos los detalles de las huellas. Pasado el mediodía, estaban ya cerca del desfiladero que atravesaba las montañas.

—Sin duda, se detendrán para acampar —dijo Valsavis.

—¿En el cañón? —preguntó Sorak.

—Es posible —respondió el otro—, aunque yo no lo haría si estuviera en su lugar. Buscaría terreno más elevado para así evitar sorpresas.

—¿Crees que sospechan que los seguimos?

—Lo dudo. Viajan sin prisas. Lo más probable es que crean que dejaron atrás tu cadáver, y no pueden saber nada de mi existencia. A menos que seamos muy torpes, tendremos la ventaja de la sorpresa.

—Espero con ansia el momento de sorprenderlos —dijo Sorak sombrío.

—Tendremos que movernos con rapidez —indicó Valsavis—. No vacilarán en utilizar a tu amiga como rehén. Entretanto, tendrás que meditar sobre lo que quieres hacer si eso sucede.