Los otros se despertaron. Algunos, los que más habían bebido, reaccionaron lentamente, pero un par se levantó de un salto; lo primero que vieron fue a Sorak y a Valsavis correr hacia ellos. Al instante, profirieron voces de alarma y se lanzaron hacia sus armas.
Valsavis sacó dos dagas, una con cada mano, y las arrojó con la velocidad del rayo. Cada una encontró su blanco, y dos bandidos cayeron fulminados con las dagas clavadas en el corazón. Otro se abalanzó sobre Sorak con una espada de obsidiana, pero en cuanto la descargó con violencia, Galdra rechazó el golpe y la hoja de obsidiana del malhechor se hizo añicos. Antes de que el sorprendido atacante pudiera reaccionar, Sorak lo atravesó de parte a parte. Todos los bandidos estaban ya despiertos y armados.
Ryana soltó de repente al forajido con el que lidiaba, y éste cayó al suelo. En ese momento, la joven utilizó su fuerza de voluntad para hundirle el cuchillo de obsidiana en el pecho. El hombre lanzó un alarido al sentir cómo el arma penetraba y se retorcía en la herida. La sacerdotisa no perdió el tiempo y empezó a forcejear para deshacerse de sus ataduras, que ya había aflojado mentalmente mientras los forajidos se la jugaban a los dados.
Dos de los malhechores cargaron contra Valsavis, en tanto que los dos restantes se aproximaban a Sorak. Valsavis se deshizo de sus antagonistas con una rapidez increíble: ejecutó una parada circular y desarmó a uno de los hombres; luego, con un único movimiento, describió una pirueta lateral para esquivar el ataque del segundo adversario y, por medio de un potente mandoble, lo decapitó de un solo tajo. El hombre al que había desarmado se volvió para correr en busca de su arma, pero Valsavis lo agarró por los cabellos, tiró de él hacia atrás y le hundió la espada en la espalda hasta que la punta sobresalió por el pecho. Mientras se deshacía del cadáver, se volvió para comprobar cómo se las arreglaba Sorak.
Un bandido había caído ya y su espada se había hecho añicos contra el arma del elfling. Galdra había terminado rápidamente con él. El segundo, tras ver lo sucedido a los dos anteriores, retrocedió asustado, alargó la mano hacia su daga, la desenvainó y la arrojó contra Sorak. Éste se replegó instintivamente y dejó que la Guardiana tomara el control. El cuchillo se detuvo de improviso en pleno vuelo y quedó inmóvil a pocos centímetros del pecho.
El forajido, boquiabierto, pronto transformó su asombro en horror al ver cómo el cuchillo giraba sobre sí mismo muy despacio y se dirigía hacia él como un abejorro furioso. Saltó a un lado, justo a tiempo, lanzando un grito, y en cuanto el cuchillo pasó por su lado, volvió a incorporarse; pero no le sirvió de nada porque el arma describió un arco en el aire y regresó hacia él. Presa del pánico, dio media vuelta y echó a correr entre alaridos. La hoja se hundió en su espalda antes de que pudiera dar tres pasos, y cayó, cuan largo era, sobre el suelo. Valsavis había contemplado toda la escena con sumo interés.
Mientras el mercenario recuperaba sus armas y las limpiaba utilizando los cadáveres de los forajidos, Sorak corrió hacia Ryana y la ayudó a ponerse en pie. La muchacha estaba débil por culpa de las ataduras, que habían impedido que la sangre circulara correctamente, pero se mantuvo derecha, vacilante, contemplándolo con alegría y alivio.
—¡Sorak! —exclamó—. ¡Creí que estabas muerto!
—Sólo herido —replicó él—. Perdóname. No tendría que haberte dejado sola.
—Fue culpa mía. Me advertiste que no me durmiera... —Echó un vistazo a Valsavis, que permanecía a un lado, contemplándolos mientras enfundaba sus dagas—. ¿Quién es ese hombre?
—Un amigo —dijo Sorak volviéndose hacia él.
Quizá, le advirtió mentalmente la Guardiana. Y también puede ser que no.
—Se llama Valsavis —siguió el elfling en voz alta—. Me encontró y se ocupó de mi herida. Y ahora estoy doblemente en deuda con él.
—En tal caso, yo también estoy en deuda contigo —repuso Ryana—. Gracias, Valsavis. ¿Cómo podemos compensarte?
—No ha sido nada —respondió él encogiéndose de hombros—. No ha sido más que un poco de diversión; de lo contrario, habría resultado un viaje bastante aburrido.
—¿Diversión? —inquirió Ryana en tono perplejo, frunciendo el entrecejo.
—Cada cual encuentra su diversión donde puede —contestó Valsavis—. Y también nuevas provisiones. Al parecer, estos bandidos no tan sólo nos han facilitado carne fresca y una buena hoguera, sino además una reata de kanks bien cargados de pertrechos, que aparte de hacernos más fácil el resto del viaje, encontrarán sin duda compradores bien dispuestos cuando lleguemos a Paraje Salado. Mirándola con detenimiento, yo diría que ésta ha sido una empresa bastante provechosa.
—Supongo que se podría considerar de este modo —dijo Ryana observándolo de una manera extraña.
—¿De qué otra forma podría considerarla un mercenario? —objetó Valsavis alzando los hombros.
—No lo sé —repuso ella—. Pero luchas muy bien, incluso para ser un mercenario.
—He tenido algo de experiencia.
—No lo dudo. ¿Así que te diriges a Paraje Salado?
—¿A qué otro lugar se puede ir en este territorio desolado?
—Puesto que llevamos la misma dirección, tiene sentido que viajemos juntos —indicó Sorak—. Una vez que lleguemos a Paraje Salado, serás libre de vender las mercancías de los bandidos y quedarte con los beneficios. Después de todo, es lo mínimo que podemos hacer para recompensarte por tus servicios.
—Agradezco la oferta —respondió Valsavis–; sin embargo, si os quedáis al menos con dos de los kanks, vuestro viaje, cuando decidáis abandonar Paraje Salado, será más fácil. Y Paraje Salado no es la clase de lugar en el que uno puede arreglárselas sin dinero. Permitid que sugiera una distribución bastante más equitativa. Con vuestro permiso, me ocuparé de la venta de las mercancías de los bandidos cuando lleguemos al poblado. Tengo cierta experiencia en tales cosas y puedo negociar el mejor precio. Luego, podemos distribuirnos los beneficios en partes iguales, un tercio para cada uno.
—Eso no es necesario —objetó Sorak—. ¿Por qué no la mitad para ti y la otra mitad para nosotros? Será más que suficiente para cubrir nuestras carencias.
—Muy bien, de acuerdo —concedió Valsavis.
–Matar a estos hombres fue preciso —dijo Ryana meneando la cabeza negativamente—, y lo merecían con creces, pero sigue pareciéndome mal sacar provecho de sus muertes.
—Aprecio el sentimiento; no obstante, ¿resultaría correcto dejar todo esto aquí? —inquirió el mercenario—. Eso supondría más bien un despilfarro nada práctico.
—Tengo que darte la razón —intervino Sorak—. Tampoco será la primera vez que haya sacado provecho de la muerte de gente como ésta. El mundo se beneficia con su desaparición.
—Un sentimiento en absoluto protector —sonrió Valsavis—, pero lo comparto por completo. Y ahora que lo hemos resuelto, sugiero que traslademos estos cuerpos a una distancia apropiada, para que no nos invadan las moscas y los carroñeros. Luego, yo, por lo menos, pienso saborear un poco de ese vino que estas difuntas criaturas han sido tan amables de facilitarnos. Tengo una sed terrible.
Ya entrada la noche, una vez que se hubieron deshecho de los cadáveres de los bandidos arrojándolos a un barranco cercano, Ryana se sentó con Sorak junto al fuego, y Valsavis se echó a dormir, tras haber vaciado todo un pellejo de vino, no muy lejos, sobre su saco. Los forajidos habían traído algo de comida con ellos entre sus pertenencias, un poco de pan, así como una mezcla de frutos secos, nueces y semillas, que la sacerdotisa pudo comer sin romper sus votos druídicos. Había recuperado parte de las energías, aunque se veía a todas luces que la extrema dureza del viaje y el cautiverio la habían agotado considerablemente.