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De este modo, un vagabundo disfrutaba de un empleo constructivo en la ciudad, amén de una tienda en la que dormir y dos comidas completas al día, hasta el momento en que conseguía un empleo. Se le otorgaba generosamente un poco de tiempo al final de cada jornada para que lo buscase. Si tenía la suerte de encontrar trabajo remunerado y ahorrar el dinero suficiente para pagarse un billete de vuelta a casa, generalmente se iba para no volver jamás. Esto le venía muy bien al consejo de la ciudad; los visitantes eran bien recibidos, pero podían prescindir de aquellos que resultaban financieramente irresponsables y se convertían en una carga para la comunidad.

De este modo, la población crecía, lentamente, un poco más cada año. Todavía era considerado un pueblo, pero en realidad se trataba más bien de una ciudad pequeña. Algún día, Xaynon esperaba que Paraje Salado se convirtiera en una urbe, una urbe que a lo mejor llevaría su nombre, algo muy apropiado teniendo en cuenta su visionaria jefatura. No sabía si viviría para verlo, aunque las probabilidades estaban claramente a su favor, ya que el crecimiento aumentaba de modo significativo cada año. Pero lo que deseaba era guiar su curso y dejarlo como su legado. Y, sin lugar a dudas, sería todo un legado para un antiguo esclavo que se había convertido en gladiador, luchado en la arena, había ganado su libertad y había dirigido el desarrollo de un pequeño villorrio miserable hasta convertirlo en un atractivo y bien organizado oasis de diversión en medio del desierto.

Sorak, Ryana y Valsavis atravesaron las puertas de Paraje Salado y penetraron en la calle mayor, que recorría de punta a punta la población. Traspasada la entrada, resultaba todo un panorama, más atractivo aun de lo que el pueblo parecía visto desde las laderas de las estribaciones.

Ante ellos se extendía una calle amplia, pavimentada con ladrillo rojo y bordeada de edificios de adobe recién encalados, de dos o tres pisos de altura. Cada casa tenía su azotea, y también un pasillo cubierto en la parte delantera, sostenido por columnas y con un techo de tejas redondeadas de cerámica roja superpuestas. Cada arcada estaba decorada con un reborde de baldosas vidriadas en diferentes dibujos y colores, al igual que las ventanas. La mayoría de los edificios de la calle Mayor lucía balcones cubiertos en los que la gente podía sentarse a la sombra. A lo largo de la calle y en su centro había jardineras cuadradas y elevadas, construidas en ladrillo de adobe enlucido, que contenían frondosos árboles de agafari o de pagafa, a cuya sombra se habían colocado varias plantas carnosas del desierto, flores silvestres y cactos. Alrededor de estas jardineras, los comerciantes habían instalado puestos cubiertos con toldos de tela multicolores, donde se podía adquirir comida, bebida, ropas, joyas y muchos otros artículos.

La calle Mayor estaba atestada de peatones; no era muy larga y se podía recorrer de un extremo al otro en media hora más o menos. Varias calles y callejones laterales partían de la arteria principal hacia ambos lados; allí se apiñaba el resto de los edificios de la población. Paraje Salado crecía hacia fuera, con calles laterales saliendo del centro como los radios de una rueda.

—¡Vaya, es una belleza! —exclamó Ryana mirando a su alrededor—. Había imaginado un pueblecito corriente, parecido a cualquier otro, ¡pero esto es como la finca de un aristócrata!

—La gente viene a Paraje Salado y se deja su dinero —comentó Valsavis—. Xaynon saca partido de él. La mayoría de los viajeros que llega por vez primera al pueblo recibe tu misma impresión. Pero las primeras impresiones, a menudo, pueden resultar engañosas.

—¿Cómo es eso? —inquirió Sorak.

—Tal y como ha dicho la sacerdotisa, durante el día Paraje Salado se parece a la finca de un aristócrata adinerado, bien cuidada y acogedora; sin embargo, cuando anochece, su personalidad cambia drásticamente, como pronto podréis comprobar. Te sugiero que no pierdas de vista tu bolsa y mantengas una mano cerca de la espada.

—Ésa es una buena filosofía, que se debe seguir siempre, allí donde uno se encuentre —repuso Sorak.

—En ese caso, practícala aquí especialmente —indicó el mercenario—. Y cuidado con las tentaciones porque en este lugar las encontrarás de todas las clases imaginables. Paraje Salado te dará la bienvenida con los brazos abiertos en tanto tengas mucho dinero que gastar. Pero cuando lo hayas gastado o perdido todo, el sitio ya no te resultará tan acogedor.

—No tenemos dinero ahora —objetó él.

—Esa situación se remediará enseguida. Venderemos estos kanks en el primer establo que encontremos, y puesto que son soldados, sin duda, obtendremos un buen precio. Luego nos desprenderemos de las armas que nuestros amigos los forajidos tan amablemente nos han facilitado, y también de los pertrechos y de la caza que llevaban al campamento. Imagino que con esto llenaremos nuestras bolsas lo bastante como para pasar sin penalidades unos cuantos días, si no lo despilfarramos.

—¿Dijiste que había casas de juego aquí? —inquirió el elfling.

—Un edificio de cada dos en esta calle es una taberna o una casa de juego —resopló Valsavis—. Y puedes estar seguro de que cada taberna ofrece al menos uno o dos juegos. Pero creía que habíais venido aquí a predicar la causa protectora y no a jugar.

—No se obtienen muchos conversos predicando a una multitud hoy en día —explicó el elfling–; en especial, en un lugar como éste, donde los apetitos estarán sin duda ahítos y la gente puede perder el interés con facilidad. Prefiero influir en individuos, así puedo hablarles uno a uno y ver sus ojos.

—¿Y esperas hacer esto en una casa de juego? —preguntó Valsavis—. Buena suerte.

—Existe más de un modo de ganar gente para la causa —dijo Sorak—. Y a veces ayuda el conseguir primero algo de dinero. Las personas siempre escuchan con atención a los ganadores.

—Haz lo que quieras —repuso el mercenario—. Vine aquí por la diversión, y con toda seguridad, resultará muy entretenido observarte en las mesas de juego. Limítate a recordar esto: no hago préstamos.

—Prometo no pedirlos. Además, no carezco por completo de experiencia en el juego. En una ocasión, trabajé en una casa de juego en Tyr.

—¿De verdad? —dijo Valsavis mientras conducía la reata de kanks a los establos situados junto a las murallas que rodeaban la población—. Viví en Tyr en una época y serví en la guardia de la ciudad. ¿En qué casa trabajaste?

—En La Araña de Cristal.

—¡Humm! —repuso el mercenario—. No la conozco. Debió de abrirse después de que abandonara la ciudad. Claro que eso fue hace mucho tiempo.

Vendieron los kanks, y Valsavis negoció un buen precio. El encargado del establo se sintió intimidado por su comportamiento y aspecto, y no intentó estafarlos. El regateo resultó extraordinariamente breve. Acto seguido, se deshicieron del resto de las mercancías de los bandidos del mismo modo y repartieron las ganancias. Cuando terminaron las transacciones, era ya bien entrada la tarde.

—Bueno, será mejor que nos ocupemos de obtener alojamiento para pasar la noche —comentó Valsavis—. No sé qué pensáis hacer vosotros, pero yo prefiero pasarla con comodidad después del largo y polvoriento viaje. No obstante, en este pueblo, existen diferentes categorías de confortabilidad, aunque, desde luego, todo depende de lo mucho que se esté dispuesto a pagar.

—¿Cuánto piensas gastar tú? —inquirió Sorak.

–Lo suficiente para obtener una cama mullida, un baño caliente y una mujer hermosa, con unas manos fuertes y hábiles, que alivien el dolor de mis viejos y cansados músculos.