Era posible que no lo creyeran, pero no podrían estar seguros de que no les decía la verdad. Con todo, podían rechazarle, aunque lo dudaba; al fin y al cabo, necesitarían toda la ayuda que pudieran conseguir en la ciudad de los no muertos, tanto si él era un agente del Rey Espectro como si no, e indudablemente comprenderían que no había modo de impedir que los siguiera... a no ser que lo mataran, claro está, y su protector sentido de la moral no permitiría esa posibilidad.
Sonrió. «Sí —se dijo—, va a resultar muy divertido.» Sería un colofón apropiado a su carrera. Cuando todo hubiera terminado, el Rey Espectro demostraría su gratitud y lo recompensaría en abundancia; su mayor enemigo habría sido eliminado, y Nibenay sería incluso tan generoso que le dejaría escoger su trofeo entre el harén de templarias. Podría ser tan desprendido que le ofreciera un premio extra, y si no lo hacía, Valsavis no dudaría en solicitarlo.
Ya sabía lo que pediría. Demandaría del rey dragón un conjuro que le devolviera la juventud. Tenía ya gran cantidad de dinero escondido, dinero que había ganado al servicio del Rey Espectro, dinero que nunca había necesitado gastar porque había vivido con sencillez y sobriedad. Se trataba de una suma que había ido ahorrando con mucho cuidado para cuando fuera viejo, para cuando le fallase la salud y. ya no pudiera cuidar de sí mismo. Por otra parte, si recuperaba la juventud, podría utilizar ese dinero para llevar una clase de vida muy distinta. Podría regresar a Paraje Salado e instalarse, comprar tal vez una posada o construir una casa de juego, que produciría, con los años, fondos más que suficientes para que pudiera gozar de su segunda tercera edad. Y entretanto, disfrutaría de la vida y haría todo lo que quisiera. Era una fantasía agradable, que además no estaba en absoluto fuera de su alcance.
Las dos jóvenes estaban terminando ya el masaje, y el contacto de sus manos era ahora más ligero y suave, más parecido a caricias. Intentaban colocarlo en un estado de ánimo receptivo a otros servicios de una naturaleza más íntima. «¿Y por qué no?», se dijo. Hacía mucho tiempo que no se divertía con una mujer, y aún más que no lo hacía con dos al mismo tiempo. El elfling y la sacerdotisa esperarían. Ya habían acordado reunirse con él para cenar y pasar una noche de diversión en el pueblo. Además, se había ocupado de sobornar al recepcionista para que le informara si intentaban ir a cualquier parte sin él. Suspiró profundamente y se volvió sobre la espalda, y las dos jóvenes sonrieron y empezaron a acariciar su pecho, descendiendo poco a poco. Justo en ese momento empezó a sentir un hormigueo en la mano.
—Dejadme —ordenó al instante.
Ellas empezaron a protestar, pero él insistió:
—Dejadme, he dicho. Quiero tener unos instantes para estar solo y descansar. No os preocupéis, os llamaré cuando os necesite.
Con la confianza de que no se las despedía sumariamente, las dos muchachas salieron de la habitación, y Valsavis alzó la mano hasta el rostro. El ojo del anillo se abrió.
¿Qué progresos has realizado?, inquirió el Rey Espectro.
—Muchos —respondió él en voz alta—. Me he unido al elfling y a la sacerdotisa como compañero de viaje. Los atacaron unos forajidos, y tuve la oportunidad de ir en su ayuda. Ahora estamos en Paraje Salado todos juntos y, dentro de una hora, iremos a cenar.
¿Y no sospechan nada?, quiso saber el monarca. ¿No tienen ni idea de quién eres en realidad?
—Es posible que sospechen, pero no están seguros —respondió Valsavis—. Y eso hace la situación aún más interesante.
¿Han intentado ponerse en contacto con el Silencioso?
—Aún no, pero no dudo de que lo intentarán pronto. A lo mejor, incluso esta noche.
No dejes que se te escabullan, advirtió Nibenay. No debes perderlos, Valsavis.
—No los perderé, mi señor. Podéis contar con ello. En realidad, tengo la intención de acompañarlos hasta Bodach.
¿Qué? ¿Quieres decir viajar con ellos?
—¿Por qué no? Todo el mundo ha oído hablar del legendario tesoro de la ciudad. ¿Por qué no habría éste de tentar a un mercenario como yo, que no tiene ningún proyecto inmediato?
Ten cuidado. Estás jugando a un juego peligroso, Valsavis, replicó el Rey Espectro.
—Me divierten los juegos peligrosos, mi señor.
¡No te insolentes conmigo, Valsavis! No te envié para que te divirtieras, sino para que siguieras al elfling hasta su señor.
—Eso es precisamente lo que hago, mi señor. Y debéis admitir que es muchísimo más fácil seguir a alguien con quien viajas.
Procura no volverte demasiado confiado, Valsavis. El elfling es mucho más peligroso de lo que crees. No es una persona con la que se pueda jugar o a la que puedas subestimar.
—Ya he averiguado eso, mi señor.
Recuerda el Peto de Argentum, repuso el Rey Espectro. No hay que permitir que caiga en sus manos.
—No lo he olvidado, mi señor. Tened por seguro que si llega a encontrarlo antes que yo no lo conservará durante mucho tiempo. Jamás os he fallado, ¿no es así?
Siempre existe una primera vez para todo, contestó Nibenay. Procura que ésta no sea tu primera vez, Valsavis. Si lo es, te prometo que no sobrevivirás a ella.
El dorado párpado se cerró.
—¡Eh, chicas! —gritó el mercenario.
Las dos muchachas volvieron a penetrar a toda prisa en el pequeño aposento privado ataviadas tan sólo con sus sonrisas.
—Ya estoy listo para vosotras —indicó él.
5
El comedor de El Oasis les sirvió una comida regia. Tras una copiosa cena de z´tal cocido y arroz silvestre para Valsavis, y verduras salteadas sazonadas con salsa de kanna para Ryana y Sorak, salieron a dar una vuelta por la calle principal de Paraje Salado. El sol ya se había puesto y la vía estaba brillantemente iluminada por antorchas y braseros. Las sombras bailoteaban sobre los edificios perfectamente encalados y alineados a ambos lados de la calle. El número de vendedores ambulantes había crecido; muchos de ellos habían instalado nuevos tenderetes en el centro de la calzada, o simplemente habían extendido su mercancía sobre mantas colocadas en el suelo.
La fisonomía de la población había cambiado, en efecto, tal y como Valsavis profetizó horas antes. Ahora había mucha más gente por la calle, atraída por el fresco aire nocturno; mujeres humanas y semielfas, muy ligeras de ropa, paseaban provocativamente arriba y abajo, y efectuaban descaradas proposiciones a los transeúntes. Junto a las entradas de los lupanares, se veían pregoneros que intentaban conseguir clientela a base de llamativas descripciones de las sensaciones que aguardaban dentro del recinto. Grupos de cómicos de la legua iban de un lado a otro, deteniéndose de vez en cuando para ofrecer una corta actuación, una breve escena seguida de una arenga para que el público fuera a ver el resto de la obra en el teatro situado calle abajo. Había acróbatas, malabaristas y músicos que actuaban a cambio de que les arrojaran monedas al interior de sombreros o encima de mantos dispuestos en el suelo frente a ellos. Valsavis explicó que el consejo de la ciudad no se oponía a los artistas callejeros, ya que éstos lo hacían por vocación y añadían color y ambiente al pueblo con su presencia, en tanto que los mendigos simplemente obstruían calles y callejones sin ofrecer otra cosa que su patético gimoteo.
Mientras paseaban, Sorak se replegó ligeramente sobre sí mismo y dejó al mando a la Guardiana para que pudiera sondear con suavidad las mentes de los que pasaban junto a ellos y descubrir si alguno sabía algo sobre el Silencioso. Sin embargo, nadie parecía estar pensando en el misterioso druida, y la Guardiana no tardó en cansarse de observar mentes hastiadas y superficiales, ocupadas únicamente por una desesperada avidez de estimulación sensual y depravación.