Ryana siguió su ejemplo y murió en la ocasión siguiente. Valsavis continuó jugando a pesar de no tener a Sorak como guía. Puesto que había apostado fuerte durante toda la partida, abandonó la mesa con una pequeña fortuna. Sorak y Ryana también obtuvieron ganancias, que no se vieron muy afectadas dado que sus respectivas muertes se produjeron hacia el final, aunque perdieron la prima que los puntos de experiencia les habrían concedido. El director del juego anunció el inicio de otra aventura mientras ellos abandonaban la mesa y se encaminaban al bar.
—La verdad es que ése era un juego bastante interesante —observó Valsavis.
—Lo hiciste muy bien —le dijo Ryana.
—Hubiera preferido que se tratara de la búsqueda auténtica y no de un simple juego imaginario —respondió el mercenario con indiferencia—. Habría resultado mucho más fascinante, me parece.
Sorak le echó una mirada de soslayo, pero no picó el anzuelo. Se encontraban cerca del bar cuando, de repente, observaron que varios de los fornidos guardas se habían colocado tras ellos.
—Discúlpenme, caballeros y señora —les dijo uno de ellos—, pero el gerente se sentiría muy honrado si quisieran tomar una copa con él.
—Desde luego —replicó Valsavis—. Decidle que venga.
—Los invita a reunirse con él en sus aposentos privados —indicó el guarda.
—¿Y si yo dijera que prefiero beber aquí en el bar? —inquirió Valsavis.
—En ese caso, os aseguro que encontraréis la reserva privada del gerente de calidad superior —contestó el otro.
—Perfecto —repuso Valsavis—, enviad un poco hacia aquí.
—El gerente me ha convencido de la sinceridad de su petición —siguió el guarda—, y, por lo tanto, sinceramente os insto a aceptar su amable invitación.
—¿Y si no aceptamos? —preguntó el mercenario.
El hombre mostró una leve vacilación.
—Señor —contestó en tono pausado—, me doy cuenta de que sois un buen luchador. Sin duda, muy experimentado en vuestro oficio. Mi sueldo aquí no es tan alto como para que me haga la menor gracia tener que enfrentarme a un guerrero que, con toda probabilidad, es como mínimo mi igual, y posiblemente superior a mí en aptitudes. Tampoco siento deseos de que resulten heridos accidentalmente otros clientes si algo tan desagradable llegara a suceder. Así pues, os pido una vez más, con la mayor humildad y respeto, que me acompañéis hasta los aposentos privados del gerente y que observéis que hay, en este mismo instante, media docena de ballestas que apuntan en vuestra dirección, empuñadas por los mejores arqueros elfos que el dinero puede comprar. Y os aseguro, sin temor a equivocarme, que cada uno de ellos puede acertar a una semilla de kanna a treinta pasos de distancia con seis de cada seis flechas disparadas.
—¿Sólo a treinta pasos? —repuso Valsavis enarcando las cejas.
—Os acompañaremos —anunció Sorak, y tomó a Valsavis del brazo con suavidad—. ¿No es así, amigo mío?
El mercenario echó una ojeada a la mano que Sorak había posado sobre su brazo, luego levantó la vista hasta el rostro del elfling. Éste le sostuvo la mirada sin siquiera pestañear.
—Como desees —asintió. Dedicó una leve reverencia al guarda—. Hemos decidido aceptar la amable invitación de tu jefe.
El guarda le devolvió la reverencia sin ningún atisbo de ironía.
—Mi más profundo agradecimiento, buen señor. ¿Si sois tan amables de seguirme, por favor?
Los guardas los condujeron hasta la escalera que llevaba a la galería, sin que las ballestas de los arqueros dejaran de apuntar hacia ellos ni por un instante. Los clientes, en su mayoría, estaban tan absortos en las partidas que ni siquiera se dieron cuenta de lo que sucedía, pero unos pocos siguieron la escena ansiosamente con la mirada a la espera de ver algo que valiera la pena. No obstante, estaban condenados a llevarse una desilusión.
Sus acompañantes hicieron que pasaran al interior de la sala privada del gerente, en la parte posterior de la galería. La habitación estaba iluminada con lámparas de aceite y, de sus encaladas paredes, colgaban cuadros de paisajes desérticos y de escenas callejeras, de aspecto caro. Había varias plantas en grandes receptáculos de cerámica distribuidos por la oficina, y el encerado suelo de tablas de madera se encontraba cubierto con una delicada alfombra drajiana en sobrios tonos rojos, azules y dorados. Se habían dispuesto tres elegantes sillas en madera de agafari trabajada frente al enorme y barroco escritorio, sobre el que descansaba una bandeja de cerámica vidriada con una licorera de cristal tallado y tres copas.
El gerente de El Palacio del Desierto estaba sentado tras su escritorio, pero se puso en pie cuando entraron. Era un hombre de mediana edad, cuyos cabellos negros generosamente surcados de gris le caían por debajo de los hombros. Iba bien afeitado, y sus facciones eran de aspecto suave y delicado. Vestía una sencilla túnica de tela negra con pantalones a juego, sin armas ni adornos.
—Entrad —indicó, con voz sosegada y agradable—. Sentaos, por favor. Permitid que os sirva un poco de vino.
—Si no os importa, preferiría agua —le dijo Sorak.
El gerente enarcó las cejas ligeramente.
—Agua para nuestro invitado —ordenó a una joven camarera.
—Yo aceptaré el vino —repuso Valsavis.
—¿Y vos, señora? —inquirió el gerente.
—Yo también desearía un poco de agua —respondió Ryana.
La camarera trajo una jarra de agua fría y llenó las dos copas, luego escanció una copa de vino para Valsavis; tras servirles las bebidas, abandonó rápidamente la habitación. Los guardas permanecieron detrás de ellos, inmóviles como estatuas.
—Parece que os ha ido muy bien en el juego esta noche —observó el gerente.
Valsavis se limitó a encoger los hombros.
—Me temo que perdimos hacia el final —repuso el elfling.
—Sí —replicó su anfitrión–; pero sólo porque decidisteis perder a propósito. Hemos tenido clientes con poderes paranormales en otras ocasiones, sabéis. Aunque lo cierto es que la mayoría no tenían tanto talento como vosotros.
—Yo no poseo poderes —intervino Valsavis, frunciendo el entrecejo.
—No, no creo que los poseáis, mi buen amigo. Pero vuestro compañero, aquí presente, sí. Y también, apostaría, los posee la señora. ¿Sois villichi, verdad? —preguntó a Ryana.
—Mucha gente no se da cuenta de ello —respondió la joven, sorprendida.
–Sí —dijo el gerente asintiendo—, carecéis de las características que normalmente se asocian a la hermandad, pero sois muy alta para una humana, y vuestros atributos físicos son... bien, bastante notables. A todas luces habéis llevado una vida de intensa preparación, y el dominio de vuestra mente sobre la materia resulta impresionante. Mi director del juego no se convenció de que hacíais trampas hasta cinco enfrentamientos antes del final del juego. He de admitir que me sorprende un poco encontrar a una sacerdotisa en las mesas de juego, y en unas... circunstancias tan irregulares..., pero eso es puramente asunto vuestro. —Desvió la mirada hacia el elfling—. En cuanto a vos, señor, debo confesar mi desmesurada y franca admiración. Vuestras habilidades son sorprendentemente sutiles.
—¿Qué fue lo que me descubrió?
—El mismo juego, amigo mío —respondió el gerente—. Aquí, en Paraje Salado, somos jugadores experimentados. Nos enorgullecemos de ser los maestros reconocidos de nuestro oficio. Nuestros juegos se diseñan con todo cuidado. Nadie ha conseguido jamás llegar vivo al final de una de nuestras aventuras. Vos, señor —añadió mientras dirigía una mirada a Valsavis—, poseéis la distinción de ser el primero en haberlo hecho. Y lo conseguisteis siguiendo el ejemplo de vuestro amigo y teniendo bastante buena suerte al final. Tan sólo alguien con poderes paranormales podría haber sobrevivido a tantas pruebas.