—La segunda mejor —le corrigió ella—. Jamás pude derrotarte en el combate a espada.
—Sea como sea, dominas un arte al que Valsavis ha dedicado una vida de estudio. Aparte de cualquier otra cosa que pueda ser, es primero y ante todo un guerrero. Y tú no sólo le resultas inteligente y hermosa, sino que también eres una luchadora que posiblemente sea su igual en destreza. Creo que para alguien como Valsavis, esta circunstancia representa un desafío poco menos que irresistible. Supongo que existe la posibilidad de que intente hacerte suya por la fuerza, sólo para averiguar si puede hacerlo. Pero en ese caso, si tuviera éxito, éste reduciría la emoción. Mucho más estimulante sería comprobar si puede conquistarte, en especial cuando sabe que ya quieres a otra persona.
—Alguien que también es un guerrero y el objeto de su misión —dijo Ryana.
—Sí —asintió él—, en el caso de que sea un agente del Rey Espectro, como sospechamos.
—De todos modos, esto no me gusta nada —dijo ella—. Ya nos enfrentamos a suficientes peligros tal y como están las cosas sin tenerlo a él a nuestro alrededor.
Y una voz sonó de improviso dentro de sus mentes diciendo: Estoy de acuerdo.
Se miraron sorprendidos, y casi al instante, un pequeño remolino de arena del desierto penetró en la habitación a toda velocidad a través de la ventana abierta. Sorak se apartó raudo, sobresaltado al ver pasar junto a él y posarse sobre el suelo un pequeño torbellino de arena y polvo en forma de embudo que, inmediatamente, se alargó y ensanchó hasta transformarse en Kara, la pyreen conocida como el Silencioso.
—Perdonad la intrusión —se disculpó—, pero tenía que hablaros en privado. No confío en este hombre, este Valsavis. Se me dijo que vendrían dos, pero no él.
—¿Entonces es que os habéis comunicado con el Sabio? —inquirió Sorak mientras se recuperaba de la sorpresa producida por su repentina y teatral aparición.
—Digamos más bien que él se ha comunicado conmigo —replicó Kara—. Le prometí que os ayudaría, pero no prometí nada con respecto a Valsavis. Sus pensamientos me son inaccesibles, y considero eso como una advertencia. Existe una aureola de malevolencia a su alrededor, y de duplicidad. No lo quiero con nosotros. Así que nos vamos ahora en lugar de mañana por la tarde.
—Nosotros tampoco confiamos en él —le dijo Sorak—. Creemos que puede ser un agente del Rey Espectro. No obstante, pensábamos que sería más fácil vigilarlo si nos acompañaba que si nos seguía. Valsavis es un rastreador experto. No dudo que nos seguirá hasta Bodach. No se lo podemos impedir.
—Más motivo aún para iniciar la marcha ahora y poner tanta distancia de por medio como sea posible —respondió la pyreen.
—Coincido por completo con vuestra valoración sobre él —dijo Sorak—, pero deberíamos considerar que su espada podría sernos útil en la ciudad de los no muertos.
–Si no la utiliza contra nosotros —repuso ella—. Estaría dispuesta a correr ese riesgo si fuera por mí, pero no en lo que respecta al Sabio. Si Valsavis es un agente del Rey Espectro, sin duda posee algún medio de comunicarse con él. El Peto de Argentum es un poderoso talismán. El Rey Espectro debe saberlo y hará lo que sea para asegurarse de que el Sabio no lo obtiene. —Sacudió la cabeza—. No, no correré ese riesgo. Hemos de partir al momento sin que Valsavis se dé cuenta.
—Entonces estamos listos —anunció Sorak cogiendo su mochila y echándosela al hombro. Ryana se abrochó el talabarte y recogió también su mochila. Los dos se encaminaron hacia la puerta.
—No —indicó Kara—. Por ahí, no. Si os ven marchar, alguna persona podría avisarlo.
—Sí, tienes razón, desde luego —asintió Sorak—. No me extrañaría que hubiera sobornado a alguien para que vigile nuestras idas y venidas, y lo informe. Utilizaremos la ventana, como vos, y nos escabulliremos por encima del muro del jardín. ¿Dónde os encontraremos?
—Fuera de la puerta este del pueblo —respondió Kara.
—Muy bien —repuso él—. Nuestros kanks están en un establo en ese lugar. Podemos recogerlos y...
—No —lo interrumpió la pyreen—, que se queden. Los kanks dejarían un rastro fácil de seguir, especialmente para un rastreador experto.
—Pero, si vamos a pie, nos atrapará enseguida —protestó Ryana, sin añadir que no le atraía nada la idea de cruzar la mitad meridional de las Llanuras de Marfil y rodear las cuencas interiores de cieno yendo a pie.
—Perdemos un tiempo precioso —dijo Kara en un tono de voz que no toleraba desacuerdo—. Encontraos conmigo fuera de la puerta este lo antes posible.
Dicho esto, empezó a girar sobre sí misma —una, dos, tres veces– y se convirtió de nuevo en un remolino de arena que salió girando por la ventana y desapareció por encima de la tapia del jardín.
—A lo mejor conoce un atajo —sugirió Sorak.
—¿A Bodach? —replicó Ryana, e hizo una mueca—. He visto tu mapa. Es un viaje aun más largo que el que realizamos para venir de Nibenay a aquí.
—Bueno, recordarás que el mapa no era del todo exacto —dijo él, aunque sabía que era una respuesta más bien poco convincente—. En cualquier caso, ella es nuestra guía y debemos ponernos en sus manos.
Se descolgó por la ventana., Ryana lo siguió, y ambos cruzaron rápidamente el jardín, manteniéndose bien alejados del sendero principal que llevaba a la entrada. Llegaron al muro, y Ryana hizo una silla con las manos para ayudar a Sorak a subir; éste, una vez que hubo alcanzado la parte superior de la pared, le tendió las manos para que ella pudiera llegar hasta arriba. Desde allí, saltaron a la calle y se perdieron veloces en la oscuridad.
No tardaron mucho en alcanzar la puerta este del pueblo. Ryana echó una mirada nostálgica a los establos cuando pasaron junto a ellos, pensando en lo mucho más cómodo que habría sido montar en kank en lugar de volver a recorrer a pie kilómetros de sal ardiente. Habían llenado sus odres en un pozo público antes de abandonar el poblado, pero con un viaje tan largo como el que los aguardaba, Ryana sabía que no sería suficiente. Afortunadamente, sin embargo, en esta ocasión viajarían con una pyreen; y si alguien podía encontrar agua en el reseco erial situado entre Paraje Salado y Bodach, esa persona era Kara.
En la puerta no se veía ni rastro de la pyreen; pero Sorak recordó entonces que les había dicho que se encontraran con ella fuera de las puertas del poblado. Las cruzaron y se detuvieron para mirar en derredor, sin embargo la pyreen seguía sin aparecer.
—¿Ahora qué? —inquirió Ryana con expresión preocupada.
—Dijo que se encontraría con nosotros aquí —contestó el elfling.
—¿Y bien? ¿Dónde está?
—Vendrá —respondió él en tono confiado.
—Desde luego, eso espero —replicó ella dubitativa.
—Es pyreen —dijo Sorak con convicción—. Jamás le fallaría a otros protectores, en especial a aquellos que sirven al Sabio. A lo mejor, deberíamos empezar a andar un trecho.
—¿Y qué sucederá si aparece cuando nos hayamos ido y se queda esperándonos junto a la puerta? —inquirió Ryana.
—Alguien con poderes para transformarse no tendrá dificultad en encontrarnos —replicó él—. Supondrá que hemos seguido adelante.
—Muy bien, si tú lo dices —repuso ella, pero tenía sus dudas, y la perspectiva del largo viaje que les aguardaba, a pie y sin guía, no era agradable.