Intentó imaginar cómo sería combatir contra no muertos. Ningún guerrero podía enfrentarse a un adversario más peligroso y aterrador. Sería el examen definitivo de un hombre que había dedicado su vida a superar pruebas y supondría un desenlace en uno u otro sentido. Si Sorak encontraba el talismán conocido como el Peto de Argentum, Valsavis tendría que quitárselo. Habría de vencer a un maestro del Sendero; un elfling cuya capacidad de resistencia y energía rivalizaban con la de los mejores guerreros humanos; un adversario con una espada mágica capaz de abrirse paso por entre cualquier obstáculo o arma; un enemigo que poseía aquello que Valsavis más deseaba: la lealtad y el afecto de una sacerdotisa villichi que podía competir con cualquier hombre y por la que valía la pena hacer lo que fuera con tal de ganarse su devoción.
Valsavis bajó la mirada hacia la hermosa muchacha que dormía tranquilamente en su lecho y decidió que ninguna sustituta podría servir a partir de ahora. Había resultado agradable, pero el placer había sido efímero y, en el fondo, poco satisfactorio. Sólo conocía una mujer realmente digna de él, una mujer que podía desafiarlo en todos los niveles. No existía más que una mujer que valiera la pena obtener, y no importaba a qué precio. Su nombre era Ryana.
«Cuando llegue el momento —se dijo—, mataré al elfling; pero a la sacerdotisa la reclamaré como trofeo, tal y como el Rey Espectro prometió.» Y si no podía tenerla, entonces ella tendría que morir. «Serás mía, Ryana —pensó—, aunque nos cueste la vida a los dos. De uno u otro modo, vas a ser mía, bien en la cama o en el campo de batalla. Resígnate porque es inevitable.»
Terminó de vestirse y se abrochó el cinto del que colgaba su espada. No tardarían mucho en reunirse con el Silencioso e iniciar el viaje a través de las Llanuras de Marfil en dirección a la ciudad de los no muertos. Decidió, ir a su habitación e invitarlos a desayunar con él; tenían muchas cosas de que hablar.
Estaba seguro de que sospechaban de él, pero también sabía que no podían permitirse prescindir de sus conocimientos en lo tocante a sobrevivir en Bodach. «Sí, desde luego —pensó—, tanto si confían en mí como si no, me necesitan.» Y mientras ése fuera el caso, era él quien llevaba ventaja.
No obtuvo respuesta cuando llamó a la puerta. Vino a su mente la imagen de ambos en la cama, y sintió un acceso de cólera que controló con un gran esfuerzo. «No —se recordó—, aún no. Aún no. Ahora no es el momento. Pero pronto.» Volvió a llamar. Siguió sin haber contestación. Apoyó la oreja en la puerta. ¿Acaso no lo habrían oído? Parecía improbable. Ambos eran avezados viajeros del desierto, lo que significaba que tenían el sueño ligero. En el desierto, había que despertarse al instante, alerta y listo, si se quería sobrevivir.
Volvió a llamar.
—¡Sorak! —gritó—. ¡Ryana! ¡Abrid la puerta! ¡Soy yo, Valsavis!
No contestaron. Probó la puerta. El pestillo no estaba corrido, y la abrió de par en par. En la habitación no había nadie, y se dio cuenta de que los postigos de la ventana no estaban cerrados; fue entonces cuando advirtió que sus mochilas habían desaparecido y que nadie había dormido en las camas. Se encaminó a toda prisa al comedor, pero no había ni rastro de ellos entre los clientes que desayunaban. Regresó corriendo al vestíbulo.
—Mis dos compañeros —dijo al recepcionista—, los que te pagué para que vigilaras..., ¿los has visto?
—No, señor —respondió él—. No desde anoche, cuando llegaron con vos.
—¿No se han ido?
—Si lo hicieron, señor, no pasaron junto a mí, os lo aseguro. Pero podéis hablar con el portero.
Valsavis lo hizo, pero el hombre situado en la entrada tampoco los había visto. El mercenario recordó los postigos abiertos de la ventana de la habitación y volvió a entrar en el jardín. Abandonó el sendero y avanzó por entre las plantas hasta llegar al lugar al que daba la habitación de Sorak y Ryana. Examinó el suelo bajo la ventana y acto seguido lanzó un juramento en voz baja. Se habían marchado por la ventana; sin duda, durante la noche, mientras él se divertía estúpidamente con la muchacha. Siguió el rastro hasta la pared; eso explicaba por qué el portero no los había visto. Reconoció claramente el punto donde Ryana se había detenido para ayudar a Sorak a subir, y luego el lugar en el que había arañado con el pie en la tapia cuando él la ayudó a llegar hasta arriba.
Regresó a toda prisa a su habitación y reunió de cualquier manera sus cosas; después abandonó la posada y corrió hacia la avenida de los Sueños. Pasó junto a los emporios de bellayerba y atravesó la plazoleta donde se habían enfrentado a los bandidos; nada quedaba ahora que indicara que había habido una contienda, a excepción de un poco de sangre seca sobre los adoquines. Llegó a la tienda del boticario y abrió la puerta de golpe.
—¡Boticario! —llamó—. ¡Viejo! Maldito seas, cualquiera que sea tu nombre, ¿dónde estás?
Kallis salió de detrás de la cortina de cuentas.
—¡Ah! —exclamó el hombre de larga barba al ver a Valsavis—, ¿de regreso tan pronto? Oí que hubo un altercado anoche. ¿Fuisteis herido, quizás? ¿Buscáis una cataplasma curativa?
—¡Al infierno con vuestras cataplasmas y pociones! —rugió Valsavis—. ¿Dónde está esa mal llamada el Silencioso?
—Se ha ido —respondió el anciano boticario sacudiendo la cabeza.
—¿Ido? ¿Dónde?
—No lo sé. Ella no siempre me confía sus cosas, sabéis.
—Creo adivinar adónde ha ido —replicó Valsavis apretando los dientes—. ¿Cuándo se fue?
—En realidad, no lo sé —respondió el otro—. No la he visto desde anoche, cuando vos estuvisteis aquí con vuestros amigos.
—¿Y los otros? Los dos que me acompañaban anoche. ¿Regresaron?
—No. —Kallis volvió a negar con la cabeza—. Tampoco los he visto. Sin embargo, puedo notar que estáis bastante trastornado y nervioso. Eso no es bueno para el cuerpo. ¿Estáis seguro de que no puedo ofreceros algún...?
Pero el mercenario salía ya de la botica. Maldiciéndose por ser tan idiota, corrió a los establos de la puerta este. El encargado de los establos tampoco los había visto. Los kanks en los que habían llegado seguían en sus pesebres, y ninguno de los que habían vendido había salido tampoco de allí; sin duda, los bandidos pensaron en reclamarlos a la vuelta, pero no pudieron regresar. Valsavis comprobó rápidamente los otros establos de la zona, por si habían intentado engañarlo obteniendo montura en otro sitio; sin embargo, nadie había visto a Sorak y Ryana ni a persona alguna que respondiera a la descripción del Silencioso.
«¿Es posible? —se preguntó Sorak—. ¿Pueden realmente haber marchado a pie?» Debieron de pensar que los kanks dejarían un rastro demasiado fácil de seguir, pero, de todos modos, él ya sabía adónde iban y, montado, podría alcanzarlos enseguida si es que marchaban a pie. «Indudablemente, han debido pensarlo —se dijo—. ¿Por qué ir a pie? No tiene ningún sentido.»
Atravesó la puerta de la ciudad, pero con todo el tráfico que iba y venía, era imposible encontrar unas huellas concretas en el sendero que conducía hasta la entrada del poblado. «Sin embargo, en algún punto —se dijo—, han tenido que abandonar el sendero y encaminarse hacia el sur, a través de la llanura, en dirección a Bodach.» Regresó al establo a buscar su kank y los pertrechos que tenía allí guardados. Le costaría algo de tiempo reabastecerse y sacar suficiente agua del pozo para llenar los odres, pero si habían marchado a pie, como parecía ser el caso, atraparlos no sería un problema.