—Espera —intervino Sorak—. ¿Queréis decir que detectasteis magia en él?
—Me era imposible averiguar con exactitud de qué clase sin delatarme —respondió ella asintiendo—, lo que lo hubiera puesto en guardia; pero existía una poderosa aureola de magia profanadora a su alrededor.
—El Rey Espectro —afirmó Ryana—. Eso lo confirma. Ahora ya no puede haber dudas con respecto a Valsavis, aunque no es que hubieran demasiadas ya desde el principio.
—Bueno, de momento no hemos de preocuparnos por Valsavis —dijo Sorak—. No tenemos tiempo que perder, de modo que será mejor que nos pongamos en movimiento.
—Por aquí —indicó Kara, y los condujo a través de la plaza.
—¿Qué sucederá si no encontramos el Peto de Argentum antes del anochecer? —inquirió Ryana mientras seguían a Kara.
—En ese caso, debemos dejar un margen de tiempo suficiente para permitirnos abandonar la ciudad y estar bien lejos de ella cuando oscurezca —replicó la pyreen—, de manera que podamos regresar y continuar nuestra búsqueda por la mañana. Desde luego, eso no garantiza que los no muertos no nos sigan.
—Pero si ellos no saben que estamos aquí... —empezó Sorak.
—Lo saben —afirmó ella andando con paso ligero—. Lo saben ya ahora porque pueden percibir nuestra presencia.
Ryana paseó la mirada a su alrededor, inquieta.
Kara los guió hasta el otro lado de la plaza, de la que partían tres calles en diferentes direcciones, y, de repente, Ryana tuvo una curiosa sensación de déjà vu. Mientras cruzaban la plaza, se dio cuenta de que la situación era exactamente igual a la del juego en el que habían participado en El Palacio del Desierto de Paraje Salado. Una calle abandonaba la plaza a la izquierda, describiendo una ligera curva que impedía ver lo que había al otro lado; otra calle partía en línea recta y ofrecía una visión perfecta durante varios cientos de metros; la tercera calle torcía a la derecha y parte de ella estaba obstruida por cascotes. Resultaba demasiada coincidencia.
—Sorak... —dijo.
—Lo sé —repuso él asintiendo—. Es igual que aquel juego de Paraje Salado.
—Parece exactamente lo mismo —insistió ella—, exactamente, incluido el montón de cascotes de allí. Pero ¿cómo puede ser?
Sorak dirigió una mirada a Kara, que avanzaba delante de ellos con paso decidido.
—A lo mejor, ella tuvo algo que ver —dijo—. El gerente de El Palacio del Desierto es hijo de Kallis, el boticario, encima de cuya tienda vive ella.
—¿Crees que ideó a propósito el juego para reflejar la realidad? —inquirió Ryana—. Pero ¿por qué?
—No lo sé —respondió él sacudiendo la cabeza—, y tampoco sé que ella creara el juego. Es probable que le hablara a Kallis de su viaje aquí hace todos esos años, y que él se lo haya contado a su hijo, tal vez en forma de relato. Y quizá su hijo se acordara cuando concibió el juego. Podría ser algo tan inocente como eso.
—O también podría existir un propósito —dijo la sacerdotisa.
—Sí, supongo que podría ser —admitió Sorak—. Sólo el tiempo lo dirá.
—¿No podría la Guardiana sondear la mente de Kara?
—¿Una pyreen? —Sorak negó con la cabeza—. No sin que ella lo detecte. Sería una temeridad utilizar técnicas paranormales con una pyreen. Son maestros en ese arte. Y no podría haber una muestra mayor de falta de respeto.
—No, supongo que no —asintió ella—. Pero me sentiría mucho mejor si supiera qué esperar.
Esperad lo inesperado, dijo una voz en las mentes de ambos a la vez.
Kara se detuvo y se volvió para dirigirles una sonrisa.
—Los oídos de un pyreen son más agudos aún que los de los elfos —les dijo.
Siguieron adelante, y Kara eligió la calle que se dirigía al nordeste.
—No era mi intención ofenderos, señora —se disculpó Ryana.
—Lo sé. Tu reacción es bastante comprensible, dadas las circunstancias.
—Pero el juego, señora...
—Sé lo del juego —repuso ella—. Y tienes razón; existe un propósito en él. Hay muchos aventureros que vienen a Paraje Salado esperando encontrarme y arrancarme el secreto del tesoro. No saben, claro, que el Silencioso puede hablar, que es una mujer y que además es una pyreen. Sólo han oído la historia, convertida desde entonces en leyenda, de que estuve en Bodach, encontré el tesoro y sobreviví. Cuando me ven dan por supuesto que soy una anciana que ha pronunciado sus votos como druida después de lo padecido e imaginan que podrán persuadirme para que ponga por escrito lo que sé.
—De modo que el juego es una forma de hacer que se delaten para que puedan ser identificados —dijo Sorak.
–Más que eso —respondió la pyreen—. No existe ningún aventurero que pueda resistir el cebo de las diversiones de Paraje Salado. Y El tesoro perdido de Bodach se juega en todas las casas de recreo del pueblo. ¿Quién no se sentiría tentado si es eso lo que ha venido a buscar? Por el modo en que participan, los directores del juego pueden evaluar sus reacciones. Os sorprenderíais de lo mucho que se puede averiguar sobre alguien observando la forma en que juega.
—¿Y qué averiguasteis de nosotros por la manera como jugábamos? —quiso saber el elfling—. Supongo que ya os habría llegado la noticia de nuestra presencia mucho antes de que llegáramos a la tienda del boticario.
—Desde luego. Se me había dicho que os esperara bastante tiempo antes de que aparecieseis en Paraje Salado, pero necesitaba estar segura de que erais vosotros. No deseaba exponer a Kallis a riesgos innecesarios.
—Sentís aprecio por el anciano —dijo Ryana con una sonrisa.
—En efecto, es mi esposo.
—¿Vuestro esposo? —Ryana se sintió escandalizada.
—No te dejes engañar por las apariencias —replicó Kara—. Recuerda que soy mucho más vieja que él, pero soy pyreen en tanto que él es humano.
—Entonces, ¿quiere eso decir que el gerente de El Palacio del Desierto es vuestro hijo? —inquirió la joven.
—No. Kivrin es hijo de Kallis y su primera esposa, que murió al dar a luz. Pero es mi hijo adoptivo y ha hecho el juramento del protector.
—¿Por qué casaros con un humano? —preguntó Sorak—. ¿Por qué vivir en Paraje Salado? Siempre he creído que los pyreens evitaban a los humanos.
—La mayoría lo hacen —respondió ella—. Ya no quedamos demasiados. Y aunque somos fuertes y longevos, y poseemos habilidades superiores a las de los humanos, no somos invulnerables. No corremos riesgos innecesarios, pero cada uno de nosotros tiene un objetivo al que dedicar su vida. El mío exige que viva en Paraje Salado.
—¿Por qué?
—No tardaréis en averiguarlo por vosotros mismos —respondió ella, enigmática.
—¿Y Kallis? —inquirió Ryana.
—Incluso un pyreen puede sentirse solo —respondió Kara—. Kallis es un buen hombre, y su corazón es puro. La muerte de su esposa dejó un gran vacío en su vida, y yo he hecho todo lo posible por llenarlo.
Sorak se detuvo de improviso ante un vetusto edificio que le resultaba algo familiar, a pesar de no haberlo visto nunca antes. Y, de repente, comprendió el motivo.
—La taberna de piedra —dijo.
—Sí —sonrió Kara—. Pero a diferencia del argumento del juego, no nos refugiaremos aquí.
Siguieron adelante.
—Y ahí está la casa amurallada del aristócrata —indicó Ryana cuando doblaron una esquina.
—¿Repleta de no muertos? —inquirió el elfling.
—Quién sabe —replicó Kara—. Se mueven por todas partes, ya sabéis.
La dejaron atrás y siguieron andando.
—Hay una cosa que me he estado preguntando —comentó Sorak mientras recorrían la sinuosa calle llena de arena—. ¿Por qué vinisteis a Bodach en primer lugar? ¿De qué le serviría a una pyreen el tesoro?
—De nada —respondió Kara.
—Entonces, ¿por qué?
—Vine buscando otra cosa. El auténtico tesoro perdido de los antiguos.