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—Pero ¿cómo puede ser? —dijo Ryana incrédula; aquello parecía desafiar toda explicación racional—. ¡Es imposible!

—Lo ves con tus propios ojos, ¿no es así? —inquirió Kara volviéndose hacia ellos.

—Tiene que ser una especie de truco —interpuso Sorak—, una ilusión. No siempre se puede creer lo que ven los ojos. ¿Cómo puede haber agua todavía en este estanque después de tantos años? ¿Cómo puede seguir estando tan limpia? ¿De dónde procede?

—Viene de un arroyo subterráneo que discurre muy por debajo de nuestros pies —explicó Kara—, bajo muchas capas de roca. Los antiguos realmente habían conseguido maravillas en su época, durante la era de la ciencia. Este edificio fue un baño público. La fuente extrae el agua de las profundidades del suelo y la filtra mediante un sistema de rocas porosas que todavía cumple su propósito después de todos estos años. En apariencia, Bodach parece una ciudad muerta y en ruinas, pero se pueden encontrar muchas maravillas aquí si se sabe dónde mirar, y ésta forma parte de ellas.

Se acercó a la pared e introdujo la mano en uno de los nichos situados a intervalos alrededor del estanque y que contenían estatuas decorativas. Tiró de una palanca oculta, que debía poseer alguna clase de contrapeso porque se movió con facilidad, y el chorro de agua del surtidor se redujo y, al poco rato, se convirtió en un simple hilillo. Mientras observaban, el estanque de azulejos empezó a vaciarse. El agua descendió unos centímetros, luego casi un metro, después un poco más, y entonces distinguieron algo bajo la superficie que no habían visto antes debido a que la oscuridad de las baldosas del techo se reflejaba sobre aquélla. A medida que el nivel del agua descendía, algo metálico empezó a brillar, y de improviso tanto Sorak como Ryana comprendieron qué era lo que contemplaban mientras el agua desaparecía.

Se trataba del legendario tesoro de Bodach. En tanto el agua se retiraba, pudieron ver que el tesoro cubría todo el estanque. Era una fortuna incalculable. Boquiabiertos, contemplaron cómo miles y miles de monedas de oro y plata centelleaban bajo la suave luz de la llamas, entre rubíes, zafiros, esmeraldas, diamantes, amatistas y otras piedras preciosas. En medio de todo aquel montón de riquezas había esparcidas armas con incrustaciones de joyas, deslumbrantes collares, diademas y broches, brazaletes y pulseras, cadenas y medallones, armaduras de gala confeccionadas en metales preciosos, una fortuna que, en comparación, hacía palidecer a las de los reyes-hechiceros más ricos de Athas. En un mundo donde el metal de cualquier clase se había tornado tan escaso que las armas hechas de hierro se cotizaban a precios que pocos podían permitirse, se escondía aquí un monumental tesoro en metales preciosos y joyas que rivalizaba incluso con las más extravagantes descripciones que de él figuraban en las leyendas.

—No puedo creer lo que veo —dijo el elfling contemplando todo aquello con gran fascinación—. ¿Es real todo esto?

—Sí, es real —contestó la pyreen—. Recogido durante años por toda la ciudad y colocado aquí por los no muertos, que obran impelidos por algún vago instinto que les queda aún de cuando estaban entre los vivos, de cuando llegaron a Bodach en busca de riquezas y encontraron en su lugar una eterna muerte en vida. Cada noche, si no hallan una víctima a la que perseguir dentro de la ciudad, deambulan pesadamente entre los edificios, sótanos y almacenes en ruinas en busca de la fortuna que vinieron a encontrar aquí. Ya sea un viejo cofre de joyas en la residencia de un aristócrata muerto hace una eternidad, o una daga ceremonial de oro en una polvorienta sala del consejo, cuando uno de esos cadáveres en movimiento encuentra un objeto, lo limpia amorosamente, lo trae hasta aquí y lo arroja junto al resto. Poco a poco, el tesoro se va acumulando. Es mucho mayor ahora que cuando vine la primera vez.

—Pero ¿por qué lo traen aquí? —preguntó Sorak.

—No puedo decirlo. —Kara se encogió de hombros—. Los no muertos no son criaturas racionales. Sus cerebros, si no se han podrido, son incapaces de un pensamiento coherente. Funcionan como animales, impelidos por el hambre y por instintos que no pueden comprender del todo. Si no fueran tan horripilantes y peligrosos, resultarían patéticos.

—¿Y el Peto de Argentum está entre todo esto? —inquirió el elfling horrorizado—. ¿Cómo vamos a encontrarlo?

—No estaba aquí la primera vez que vine a Bodach —respondió Kara—. Claro está que entonces no era eso lo que buscaba, sino algo totalmente distinto. Sin embargo, cuando encontré este valioso tesoro no detecté nada mágico en el interior. Desde entonces, quizás han encontrado el talismán y lo han traído aquí. Ellos no sabrían lo que es. Para los no muertos no sería más que un peto de plata. Pero si está aquí, al menos no se encontrará en el fondo del montón. .

—¡Pero incluso así hallarlo entre todo esto nos puede llevar una eternidad! —protestó Ryana con una sensación de desaliento al darse cuenta de lo infructuoso que resultaría buscar entre todas las cosas amontonadas ante ellos—. Y solamente nos quedan unas horas antes de que oscurezca. —La tarea parecía por completo imposible e inútil—. Jamás lo encontraremos si está enterrado entre todo esto!

—A lo mejor no —dijo Kara—. Pero éste tenía que ser el primer lugar en el que mirásemos. Si hay un talismán mágico entre todas estas riquezas, lo sabré en un instante, aunque sólo puedo detectar el aura de su magia y, por lo tanto, no puedo estar absolutamente segura de que es el talismán que buscamos. De todos modos, debería poseer un poder enorme, y eso tendría que ayudarnos a identificarlo.

Cerró los ojos y extendió las manos en dirección al tesoro con las palmas hacia abajo. Sorak y Ryana contuvieron la respiración mientras Kara movía las manos despacio, realizando un lento barrido.

—Sí —indicó, poco después—. Hay algo, algo muy poderoso.

—¿Dónde? —inquirió Sorak escudriñando la pila con ansiedad.

—Un momento —replicó ella intentando localizar el aura que captaba. Abrió los ojos—. Ahí —señaló—. En aquel extremo del estanque, cerca de la esquina derecha.

Sorak y Ryana corrieron hacia la zona designada y clavaron los ojos en el montón de objetos que asomaban en la piscina, ahora casi vacía de agua.

—No veo nada que se parezca a la descripción que dan de él —anunció Sorak—. Podéis señalar el lugar con más precisión.

Kara se acercó a ellos.

—Lo intentaré. —Cerró los ojos y volvió a extender las manos—. Ahí —señaló indicando una zona situada aproximadamente a un metro de distancia del borde del estanque.

Sorak hizo intención de descender a la piscina, pero Ryana lo contuvo.

—No, así no —dijo—. Tardaríamos una barbaridad en examinar todo esto a mano, y podrías cortarte con algo que hubiera en el montón. Será mucho mejor que utilicemos el Sendero.

—Claro —repuso él con una sonrisa—. Qué estúpido soy. Estaba tan entusiasmado que me olvidé de pensar.

Los dos jóvenes se colocaron junto el borde de la piscina. Ryana cerró los ojos y se concentró, en tanto que Sorak se replegó y dejó salir a la Guardiana. Kara permaneció cerca, también en el aura mágica del talismán para que lo ayudara a guiar sus esfuerzos.

Durante unos segundos, nada sucedió, y luego, de improviso, varios de los objetos de encima del montón se agitaron ligeramente con un tintineo. Casi enseguida estos mismos objetos empezaron a elevarse en el aire, como si algo los impeliera hacia arriba desde abajo, y en unos instantes pareció como si otro surtidor se hubiera puesto en marcha, un surtidor invisible que arrojaba piezas del tesoro por los aires, y las desplazaba del lugar que Kara había indicado para luego depositarlas otra vez encima del montón de riquezas, pero varios metros más allá.