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—Se acerca a gran velocidad —anunció—. Deprisa. No tenemos mucho tiempo.

Una sombra cayó bruscamente sobre ellos, y un chillido agudo y taladrante resonó por las calles desiertas. Se volvieron al punto. El roc estaba posado sobre el edificio del que acababan de salir y la enorme longitud de sus alas oscurecía la plaza. Tenía la gigantesca cabeza inclinada hacia ellos, al tiempo que alzaba las alas y hacía chasquear el poderoso pico con avidez.

—Nibenay —dijo Sorak desenvainando rápidamente la espada—, todavía controla al pájaro.

Ryana apenas tuvo tiempo de sacar su arma antes de que el roc saltara del tejado y se abalanzara sobre ellos, con las inmensas y poderosas garras extendidas. La joven se echó veloz a un lado y esquivó por muy poco la zarpa de la criatura; cayó al suelo, rodó por él y se incorporó de nuevo con la espada lista para atacar.

Sorak aguardó hasta el último instante. Luego se lanzó al frente como una flecha, bajo las garras extendidas del roc. Blandió a Galdra ejecutando un rápido golpe de arriba abajo que dirigió a la parte inferior de los cuartos traseros del animal. La hoja apenas rozó las plumas del roc, cortando algunas de ellas; con un chillido ensordecedor, el pájaro se posó justo a su espalda.

—¡Kara! —gritó el elfling por encima de los atronadores chillidos del ave—. ¡Haced que se detenga!

—¡No me obedecerá! —contestó ella, también a gritos—. ¡La voluntad de Nibenay es demasiado fuerte! ¡No puedo controlar a la criatura!

—¡Manteneos apartadas! —gritó Sorak. Mientras describía círculos alrededor del pájaro, éste se volvió hacia ellos con las alas dobladas hacia atrás y levantadas, y el enorme pico chasqueando, al tiempo que lanzaba la cabeza adelante y atrás entre el elfling y Ryana.

La criatura optó finalmente por la muchacha y se lanzó hacia ella. Ryana se inclinó bajo el chasqueante pico y blandió su espada con ambas manos. El arma golpeó contra el pico del roc, y la joven tuvo la impresión de haber golpeado un grueso tronco de agafari; la sacudida del impacto le recorrió los brazos hasta llegar a los hombros y, por unos instantes, quedó como paralizada. La cabeza del pájaro volvió a descender a toda velocidad hacia ella, y la sacerdotisa villichi dio un salto, se tiró al suelo y rodó lejos.

Sorak corrió hacia el ave, pero antes de que pudiera atacar, la criatura saltó a un lado, girando mientras lo hacía y se alzó en el aire. Una de las alas golpeó al elfling en el costado, lo derribó y a punto estuvo de soltar a Galdra. Pero, para entonces, Ryana se había incorporado ya; corrió hacia el roc desde el otro lado y le asestó una estocada en la ijada.

El gigantesco pájaro chilló al sentir cómo la espada penetraba en su carne, y se volvió hacia la muchacha, estirando el cuello para morderla. Ella retrocedió y evitó por muy poco que le arrancara la cabeza. Entretanto, Sorak se había incorporado de nuevo rápidamente. El elfling dio unas cuantas zancadas, saltó y estiró el brazo al tiempo que se introducía justo debajo de la criatura. Blandió a Galdra, y el acero elfo golpeó una de las patas del roc y la atravesó limpiamente y sin el menor esfuerzo.

El pájaro profirió un agudo chillido de dolor al serle cortada la pata y se desplomó en el suelo, justo encima de Sorak. Ryana se arrojó sobre el animal y volvió a hundir su espada, que en esta ocasión penetró en el pecho de la criatura justo cuando ésta echaba la cabeza hacia atrás para lanzar un chillido en dirección a las alturas. La cabeza del animal volvió a descender con violencia en un nuevo intento de morder a la joven, pero Ryana saltó a un lado y volvió a atacar; hundió profundamente la espada bajo el ala derecha del ave. El roc emitió un prolongado chillido ensordecedor y se derrumbó pesadamente sobre el costado con un fuerte estrépito. Tras unas cuantas convulsiones, la criatura se quedó definitivamente inmóvil.

—¡Sorak! —llamó Ryana—. ¡Sorak!

—Aquí —respondió él.

La muchacha rodeó corriendo el cuerpo inerte del pájaro, y vio a Sorak que se arrastraba fuera de la base del animal, liberado al caer el roc de costado. El elfling había quedado inmovilizado hasta ahora por el peso abrumador del ave, y Ryana lo ayudó a incorporarse. Estaba cubierto de sangre del animal.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Ryana preocupada.

—Sí —respondió él aspirando con fuerza—. Sólo sin aliento. No podía respirar ahí debajo.

—Recobra el aliento deprisa —indicó Kara acercándose a ellos. Señaló el cielo.

La tormenta se aproximaba con rapidez y sus negras nubes pasaban raudas sobre el sol poniente, lo que ocultaba su luz. Una nube enorme se deslizó sobre él, oscureció el cielo, y luego el sol volvió a asomar tímidamente unos instantes, hasta que otra nube ocupó el lugar de la anterior y lo ocultó una vez más. Todo se iluminó cuando hubo pasado. Poco después, él grueso del banco de nubes tapó el astro rey, y éste desapareció de la vista. Las calles se sumieron en la oscuridad.

La noche había llegado temprano a Bodach.

Durante unos instantes, los tres permanecieron allí, inmóviles, en medio de las repentinas tinieblas, contemplando las nubes que habían aparecido para tapar el sol. El viento arreció con la llegada de la tormenta, arrastraba remolinos de polvo y arena por las calles. Centellearon los relámpagos, que acuchillaban el suelo, y el trueno retumbó amenazador. Y, a lo lejos, escucharon otro sonido: un prolongado lamento sordo que aumentó de volumen para luego descender otra vez. Pareció reverberar hacia ellos desde las calles desiertas que confluían en la plaza, y al cabo de un momento, se repitió y a éste se unieron otros en un lúgubre y espeluznante coro de aullidos. Había anochecido, y la antigua ciudad en ruinas de Bodach, de repente, dejó de estar deshabitada.

—Se están alzando —anunció Kara.

10

—¡Rápido! —gritó Kara—. No hay tiempo que perder. ¡Corred!

Cruzó la plaza a toda velocidad, en dirección a la calle que partía hacia la izquierda. Sorak y Ryana corrieron tras ella. Se dirigieron al norte y descendieron por otra calle que doblaba a la izquierda y luego seguía en línea recta de nuevo durante unos cincuenta o sesenta metros antes de bifurcarse en dos ramales. Kara eligió el de la derecha. Corrían todo lo que podían, saltando sobre los obstáculos que encontraban a su paso y rodeando dunas que el viento había amontonado contra las paredes de los edificios y escombros caídos a la calle desde las casas en ruinas.

Por todas partes, se oían ya los espeluznantes gemidos y aullidos de los no muertos, que iban alzándose para deambular de nuevo por las calles. Los sonidos parecían surgir de todas partes: del interior de las casas, de los sótanos y de las antiguas alcantarillas, secas desde tiempo inmemorial, que discurrían bajo las calles de la ciudad. Todo ello, unido al retumbar del trueno y al creciente silbido del viento, daba como resultado una especie de concierto malsano que helaba la sangre.

—¿Adónde vamos? —gritó Sorak mientras corrían. Había necesitado unos instantes para volver a orientarse, y de improviso, se había dado cuenta de que corrían en la dirección equivocada—. ¡Kara! ¡Kara, esperad! ¡La embarcación está en sentido opuesto!

—¡No regresamos a la embarcación! —le chilló ella por encima del hombro—. Jamás la alcanzaríamos a tiempo!

—¡Pero por aquí nos dirigimos al norte! —gritó Ryana jadeando para recuperar el aliento mientras corría intentando mantenerse a la altura de ambos. También ella se había dado cuenta de repente de que la dirección que llevaban los conduciría a la punta de la península; si seguían en ese sentido, llegarían a los límites más septentrionales de la ciudad, y a las cuencas interiores de cieno, y entonces ya no les quedaría ningún sitio al que dirigirse—. ¡Kara! —volvió a gritar—. ¡Si seguimos por aquí, estaremos atrapados!