Выбрать главу

—Es una preciosidad, ¿verdad? —dijo Ryana.

Se dio la vuelta y la vio de pie a poca distancia de él con una flor roja en la mano.

—Se llama rosa —explicó la joven tendiéndosela—. Nunca imaginé que algo pudiera oler tan bien.

Le entregó la flor, y él la olió saboreando el delicado perfume.

—Es una maravilla —exclamó Sorak—. Jamás creí que pudiera ser parecido a esto.

—No nos podemos quedar, ya lo sabes —dijo Ryana—. Kara dice que hemos de regresar. No pertenecemos a esto, no somos de esta época.

—Lo sé.

—Si pudiéramos quedarnos —musitó ella melancólica—. Cuando veo que es así como fue el mundo en una ocasión y pienso en lo que se ha convertido, siento ganas de llorar.

—Tal vez algún día podamos volver —repuso él—. Y ahora que sabemos cómo puede ser el mundo, sabremos por qué seguimos la Senda del Protector. Tendrá un nuevo significado para nosotros.

—Sí. El desierto puede ser hermoso, incluso en su desolación, pero en Athas hay lugar tanto para el desierto como para esto —vaciló—. ¿Cómo te sientes ahora?

—Raro. Muy raro. Hay un vacío en mi interior que no había conocido antes.

—¿Se han ido todos entonces?

—Sí; se han ido todos. Los echaré terriblemente de menos. No comprendía lo que era sentirse... normal. Me siento una simple sombra de mi anterior personalidad, o más bien personalidades —añadió irónico—. Sí, los echaré a todos de menos, pero tendré que aprender a vivir sin ellos.

—Aún me tienes a mí —repuso ella clavando en él sus ojos antes de bajarlos hacia el suelo—. Es decir, si todavía me quieres.

—Siempre te he querido, Ryana —contestó él—. Lo sabes muy bien.

—Sí, lo sé. Y sabía qué era lo que se interponía entre nosotros. De modo que ¿qué se interpone entre nosotros ahora?

—Nada —replicó el muchacho al tiempo que la tomaba entre sus brazos y la abrazaba con fuerza, besándola con dulzura en el cuello—. Y ahora ya nada se interpondrá jamás.

—Es la hora —anunció la pyreen cuando estuvieron en la sala superior de la torre—. El portal está a punto de abrirse.

—¿No podemos despedirnos del Sabio? —preguntó Ryana.

Kara negó con la cabeza.

—Nos encontramos entre dos mundos en estos instantes. Si descendéis por esa escalera ahora, os encontraréis de vuelta en Bodach. No podéis llegar ya hasta el aposento del Sabio donde éste duerme ahora, e incluso aunque pudierais no conseguiríais despertarlo. Algún día habrá otra oportunidad, pero, por el momento, debemos regresar a la época de la que procedemos.

—Muy bien, entonces —dijo Sorak—. Estamos dispuestos.

Kara echó una ojeada por la ventana en tanto que el oscuro sol se ocultaba lentamente bajo la línea del horizonte y los últimos rayos de su luz se desvanecían.

—El portal está abierto ahora —indicó.

Empezaron a bajar la escalera. Mientras descendían, las paredes de piedra parecieron envejecer, y una gruesa capa de polvo apareció sobre los peldaños. Pasaron junto a los niveles inferiores, cuyos suelos ya no existían. El fresco aroma del mar había desaparecido y había sido reemplazado por el desagradable olor del cieno que el viento filtraba por las estrechas aberturas. Volvían a estar de vuelta en su tiempo y, de improviso, les pareció más desolado aún de lo que recordaban.

—Será de noche en el exterior —dijo Ryana—. ¿Qué pasará con los no muertos?

—Aguardaremos dentro de la torre hasta el amanecer —replicó Kara—. No entrarán y estaremos a salvo. Luego, por la mañana, nos iremos por donde vinimos. Y si lo deseáis, tendréis tiempo suficiente para llevaros con vosotros una parte del tesoro.

Sorak dirigió una veloz mirada a Ryana y sonrió.

—Yo ya tengo todo el tesoro que necesito.

—Y también yo —repuso ella con una sonrisa deteniéndose al final de las escaleras y volviéndose hacia él—. Pero no haría ningún mal llenar nuestras mochilas.

Y entonces lanzó un grito cuando una mano ensangrentada surgió de detrás de la parte inferior de la escalera, la sujetó por los cabellos y tiró hacia atrás de ella con violencia. Al cabo de un instante, se escuchó un golpe y luego silencio.

—¡Ryana! —Sorak desenvainó su espada y bajó corriendo los últimos peldaños mientras Kara le pisaba los talones.

Se quedó helado al ver que Valsavis sujetaba a Ryana con un cuchillo apoyado contra su garganta, aunque antes la había dejado inconsciente de un golpe para asegurarse de que no intentaría utilizar sus poderes villichis contra él. La sostenía en alto, con el brazo alrededor del pecho, y apretaba la punta del cuchillo contra el cuello de la joven de modo que con un simple y veloz empujón pudiera acabar con ella.

—Un movimiento, un simple parpadeo —dijo con voz áspera—, y la mataré.

Por su aspecto parecía recién salido de una guerra. Sangraba por varias docenas de sitios, y su mano izquierda había desaparecido dejando sólo un muñón horrible en la muñeca; la larga cabellera gris estaba enmarañada y cubierta de sangre, sangre que también manchaba su rostro. Tenía las ropas hechas jirones.

—Dejasteis un magnífico rastro de cadáveres para que lo siguiera —añadió con voz ronca—. Por desgracia, algunos de los cadáveres también me siguieron a mí. Me llevó un cierto tiempo, elfling, pero parece que una vez más he conseguido alcanzaros.

—Eres de lo más obstinado, Valsavis —dijo Sorak—. Pero llegas demasiado tarde. Ya he cumplido mi misión.

El mercenario lo contempló fijamente unos instantes, y luego se echó a reír. Sorak y Kara lo miraron boquiabiertos por el asombro mientras Ryana colgaba inerte de su poderoso brazo.

–Sabes —repuso Valsavis—, ésta es la primera vez en toda mi vida que realmente encuentro que algo resulta divertido. Así, ya has coronado rey a tu mago, ¿verdad? ¡Pues vaya palacio espléndido que tiene por residencia! Saludemos al poderoso rey druida, escondido entre ruinas como un roedor cobarde entre los cadáveres putrefactos de Bodach. Ya había supuesto que este lugar era algo más de lo que parecía cuando vi que los no muertos no entraban aquí. No veas cómo se pusieron a gemir ahí fuera cuando entré. Era una vergüenza desilusionarlos, pero ya había matado a algunos de ellos dos o tres veces, y mi paciencia tiene un límite. Así que has encontrado lo que buscabas. Y pensar que yo también podría haber cumplido mi misión... de haber tenido las fuerzas necesarias para subir por esa maldita escalera. —Se echó a reír por lo bajo otra vez.

—Déjala ir, Valsavis —ordenó Sorak—. No se va a ganar nada con esto.

–Siempre se gana alguna cosa —replicó él—. Todo depende de lo que quieras y de aquello con lo que te contentes. Estaba medio muerto cuando entré aquí, pero jamás había combatido con tanta fiereza. Deberías haberme visto, elfling. Luché como un jabato. Aguardé aquí toda la noche, y luego todo el día. No sabía qué era más peligroso: que esos cadáveres entraran o que vosotros bajarais y me encontrarais dormido. De todos modos, conseguí descabezar un sueñecito de vez en cuando, en cada ocasión que el dolor me hacía perder el conocimiento. —Volvió a reír entre dientes—. Sabes, resulta realmente divertido. Nibenay daría cualquier cosa por ver esto, pero en estos instantes, uno de esos muertos ambulantes está masticando su ojo dorado junto con mi mano izquierda. Desde luego, el Rey Espectro, sin duda, habrá retirado ya el hechizo del anillo y no lo siente, lo que es una lástima porque me encantaría compartir con él un poco de mi malestar.

—Valsavis... —repuso Sorak—. Ha terminado. Suéltala.

–Te habrás dado cuenta de que vine aquí a matarte —contestó el mercenario con un bufido.