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–La verdad es que, de momento, resulta un poco dudoso que puedas conseguirlo —respondió el elfling—. Apenas puedes tenerte en pie. Ríndete, Valsavis. Al Rey Espectro no le importas en absoluto. No ha hecho más que utilizarte, y mira lo que has conseguido a cambio.

–Podría haberlo conseguido todo. Aún puedo obtenerlo. Nibenay daría una fortuna por saber dónde encontrar a tu amo. Él no me dijo quién era. Fingió no saberlo, pero no soy un idiota. Sólo hay un hechicero protector al que tema un rey-hechicero. Sabes, elfling, incluso aunque Nibenay no haya descubierto el lugar donde se encuentra el Sabio a través de mí, yo he tenido éxito de todos modos. Yo estoy aquí, y ni tú, ni la sacerdotisa, ni la pyreen, ni siquiera un ejército de no muertos, podría detenerme.

—Desde luego —intervino Kara—, tu tenacidad no tiene igual. Debo felicitarte por ello.

—Fracasé sólo en una cosa —continuó el mercenario dirigiendo una mirada a Ryana. Luego, con una sonrisa burlona que dejó al descubierto los ensangrentados dientes, añadió–: Si hubiera tenido más tiempo, sacerdotisa. Es una pena. Habríamos hecho una buena pareja, tú y yo. Realmente es... una pena.

—Si le haces daño, Valsavis —masculló Sorak—, juro que no abandonarás vivo este lugar.

—¿Lo dices en serio? —repuso él—. ¿Y tú que dices, transformista? Quiero que jures, también. Que jures por tus votos de protectora que si suelto a la sacerdotisa, no interferirás en ningún modo. Júralo o hundiré esto en su preciosa garganta!

—Juro por mis votos como protectora que no interferiré de ningún modo si tú sueltas a Ryana sin hacerle daño.

—Tienes mi palabra. Pero primero el elfling debe desprenderse de su espada mágica.

–No te servirá de nada, Valsavis —advirtió Sorak—. Sirves a un profanador, y la magia de Galdra no actuará para ti.

—En ese caso, entrégasela a. la pyreen. Lucharemos como hombres, con dagas y sin hechizos, de modo que podamos mirarnos a los ojos.

Sin vacilar, Sorak se quitó el talabarte y la vaina, y se los entregó a Kara. Valsavis soltó a Ryana, que cayó al suelo, y, tras colocarse el cuchillo entre los dientes, sacó su propia espada y la arrojó a un lado; después volvió a empuñar la daga con la mano que le quedaba.

Mientras sacaba su propio cuchillo, Sorak se dio cuenta de que, por vez primera, no tendría a la tribu para respaldarlo. La Sombra no estaría allí para surgir como una furia de su subconsciente, y tampoco podría utilizar los poderes de la Guardiana; el Vagabundo, Eyron, Kether..., todos se habían ido. No tenía a Galdra, y Kara había jurado no intervenir.

Se enfrentaba a Valsavis solo.

Sin embargo, el mercenario estaba gravemente herido. Ni siquiera había tenido fuerzas para subir la escalera, y, aunque había descansado un poco, también había perdido mucha sangre. ¿Cómo esperaba vencer estando tan débil?

—No deseo matarte, Valsavis —dijo Sorak meneando la cabeza.

—Debes hacerlo —replicó el otro con energía—. No tienes elección. He encontrado el refugio del Sabio. Si no consigo regresar, Nibenay simplemente supondrá que los no muertos me mataron y que me he unido a sus filas; pero si vivo, entonces me llevaré lo que he descubierto y se lo venderé, y él pagará lo que le pida. De un modo u otro, Sorak, uno de nosotros no saldrá vivo de aquí.

—No tiene por qué ser así —dijo el elfling mientras empezaban a girar—. Has visto la sala del tesoro. Hay más riqueza allí de la que puedas gastar en toda una vida. Sin duda, hay suficiente para comprar tu silencio.

—Tal vez si pudiera comprarse mi silencio. Pero nunca habrá suficiente para comprar mi orgullo. Jamás he dejado de cumplir un contrato. Es una cuestión de principios, como comprenderás.

—Entiendo.

—Ya supuse que lo harías.

Giraban con cautela el uno alrededor del otro, encogidos ligeramente, esperando una oportunidad. Cada uno sujetaba el arma oblicuamente, cerca del cuerpo, para evitar la posibilidad de que el otro se la arrebatara de una patada o la inmovilizara mediante una veloz tenaza sobre la muñeca. Valsavis alzó el brazo y lo colocó un poco por delante del cuerpo para repeler un posible ataque, y lo mismo hizo Sorak. Se sostenían mutuamente la mirada y vigilaban con atención los ojos del adversario, ya que observando los ojos podía verse también todo el cuerpo; los ojos eran a menudo los primeros en transmitir las intenciones.

Sorak hizo una leve finta con el hombro y a punto estuvo Valsavis de atacar, pero reconoció de inmediato la finta y se contuvo. Siguieron describiendo círculos, moviendo los cuchillos con recelo, sin que ninguno ofreciera al otro una oportunidad cómoda. Era como una especie de curiosa danza, en la que ambos se movían, vigilaban, fintaban, reaccionaban y se recuperaban sin que ninguno de los dos cometiera el más mínimo error. Y cuanto más duraba, más aumentaba la tensión y el nerviosismo, y mayores eran las posibilidades de que uno de ellos cometiera un desliz.

«La ventaja debería estar de mi parte», pensaba Sorak, ya que Valsavis estaba malherido. Pero el mercenario había tenido al menos un día para recuperar fuerzas mientras los esperaba en la planta baja de la torre, y su larga experiencia y férrea determinación le habían enseñado a hacer caso omiso del dolor y el agotamiento.

Sin embargo, al mismo tiempo, para Sorak, la experiencia era totalmente nueva. No podía contar, como había aprendido por la fuerza de la costumbre, con la vigilancia de la Centinela, ni llamar en su ayuda a la Guardiana para que sondeara la mente de su oponente, e incluso aunque pudiera, Valsavis había demostrado ser inmune a las sondas telepáticas. Sorak sabía también que ahora carecía de los finos instintos del Vagabundo, y que tampoco tenía ya el talento de Eyron para el cálculo y la estrategia. Tan sólo podía contar con una cosa: el adiestramiento recibido en el convento villichi.

«No intentéis adelantaros —les había repetido la hermana Tamura una y otra vez durante los entrenamientos con las armas—. No penséis en el resultado del combate. No permitáis que vuestras emociones salgan a la superficie, porque os derrotarán siempre. Encontrad un punto de quietud en vuestro interior, y colocad vuestra percepción por completo en el presente.»

«En el presente», recordó Sorak al comprobar que su concentración empezaba a fallar, y, en ese momento, Valsavis se lanzó sobre él. El elfling apenas si tuvo tiempo de alzar su arma para parar el golpe, y el mercenario actuó con rapidez, levantando su cuchillo para asestar una violenta cuchillada. Sorak contraatacó, y lo que había sido una tensa, lenta y silenciosa danza se transformó en un frenético centelleo y entrechocar de cuchillos cuando se lanzaron el uno sobre el otro, antes de volver a separarse, sin que ninguno hubiera conseguido herir al adversario.

Valsavis respiraba con dificultad, pero había echado mano de sus reservas internas y se movía ágilmente sobre las puntas de los pies; hacía describir a su cuchillo veloces y complicados dibujos en el aire. En respuesta, Sorak seguía moviendo su propia arma. Cada uno estaba situado ahora más cerca del otro, esperando el contraataque equivocado o ligeramente retrasado que proporcionaría una buena oportunidad de ataque.

De improviso, Valsavis atacó y Sorak se defendió con su arma, y una vez más, sus cuchillos centellearon en una veloz mancha borrosa y una repiqueteante sinfonía de metal contra metal. El elfling hizo una mueca de dolor cuando uno de los golpes dio en el blanco y le abrió una herida en su antebrazo derecho.

Saltó hacia atrás con rapidez, antes de que Valsavis pudiera adelantarse para aprovechar la ventaja. Volvieron a girar de nuevo, las hojas de sus cuchillos describiendo veloces y ondulantes arabescos frente a ellos. «¡Sangre de gith! ¡Qué veloz es!», se dijo Sorak. Jamás había visto a nadie moverse con tal celeridad. Después de todo por lo que había pasado, ¿de dónde sacaba la energía? Casi no podía tenerse en pie momentos antes. ¿Qué lo sostenía ahora?