Выбрать главу

—Luchas bien, elfling —comentó Valsavis haciendo zigzaguear el cuchillo en el aire—. Hace mucho tiempo que no encontraba un adversario digno de mi talento.

—Es una lástima que utilices tu talento para cuestiones tan despreciables —repuso Sorak.

—Lo cierto es que uno va allí donde hay trabajo —replicó el otro, e inmediatamente dio un paso al frente para acuchillarle el rostro.

Con una reacción puramente instintiva, Sorak echó la cabeza atrás y lanzó un agudo siseo de dolor al producirle la hoja un corte en la mejilla, justo bajo el ojo; al mismo tiempo, levantó su propio cuchillo e hirió al mercenario en el antebrazo.

En lugar de retroceder, Valsavis aguantó la herida e intentó acuchillar de nuevo el rostro de Sorak, en esta ocasión en dirección opuesta; las hojas entrechocaron dos, tres, cuatro, cinco, seis veces antes de que los dos contendientes volvieran a separarse, ambos sangrando merced a nuevas heridas.

En el suelo, a su espalda, Ryana se removió un poco y lanzó un gemido.

Sin apartar la vista del elfling, Valsavis dio un salto atrás, giró sobre sí mismo, veloz y asestó a la muchacha una patada en la cabeza. Ésta volvió a desplomarse con un gruñido en tanto que el mercenario se volvía para enfrentarse a Sorak, que se disponía a atacar.

«No te enfurezcas —se dijo Sorak con los ojos fijos en los de su adversario—. No te enfurezcas; eso es lo que él quiere. Concéntrate, permanece en el presente...»

—Si me matas, ella irá por ti —dijo a Valsavis mientras sus cuchillos se agitaban en el aire.

—No me importaría.

—Kara ha jurado no interferir en esto, pero su juramento deja de ser válido una vez que el combate haya terminado.

—Eso fue un terrible descuido por mi parte, ¿no es así? —dijo Valsavis realizando una finta hacia él.

Sorak hizo caso omiso de la finta e intentó realizar él una, pero Valsavis tampoco cayó en la trampa.

—Aunque me mates, jamás conseguirás llegar hasta el Rey Espectro para contarle lo que sabes.

—Pero si te mato, sólo tendré que preocuparme de dos de vosotros, no de tres. —Vio una oportunidad y se abalanzó sobre él.

El joven intentó interceptar el golpe, pero no llegó a tiempo, y un grito escapó de sus labios cuando el cuchillo le infligió una profunda herida en la parte superior del brazo. Valsavis siguió atacando. Embistió a Sorak, y mientras éste interceptaba el ataque con su daga, el mercenario levantó la rodilla y la clavó en la ingle de su oponente. El elfling lanzó un gemido, y los ojos parecieron a punto de saltársele de dolor. Las rodillas se le doblaron, y Valsavis le asestó un violento golpe en un lado de la cabeza con el codo del brazo sin mano.

Mientras se desplomaba, Sorak intentó asestar un navajazo a Valsavis, a la vez que clavaba con fuerza el pulgar izquierdo en el plexo solar de su antagonista y le hundía el diafragma.

El mercenario se quedó sin aire, y retrocedió tambaleante, boqueando con ansiedad. Antes de que quedara fuera de su alcance, Sorak, atacando desde una posición arrodillada, le abrió una profunda herida en el muslo. Durante unos instantes, el combate quedó momentáneamente detenido en tanto que ambos se separaban andando a gatas.

Doblado hacia adelante, Sorak procuraba detener las oleadas de insoportable dolor. Valsavis, también hecho un ovillo, intentaba recuperar el aliento.

Con un gemido, Sorak bajó la cabeza, y el cuchillo resbaló de sus dedos. El mercenario se lanzó inmediatamente al ataque, tal y como él había esperado. Con un veloz movimiento, el elfling sacó una daga de la funda oculta en el interior de su mocasín de caña alta y la lanzó. El arma alcanzó a Valsavis en el hombro, quien profirió un gruñido e instintivamente alzó la mano y soltó el cuchillo.

Sorak intentó incorporarse, pero el fornido mercenario le asestó una patada y le dio en plena cabeza. El joven cayó de costado, rodando hacia un lado, y Valsavis volvió a patearlo. Inmediatamente, Sorak se retorció, sacudió la pierna y derribó a su adversario.

Valsavis se desplomó con un fuerte golpe y cayó de espaldas, pero sin perder un instante dobló las piernas hacia atrás y volvió a incorporarse de un salto. La maniobra lo llevó muy cerca de Kara, y antes de que la sobresaltada pyreen pudiera reaccionar, le arrebató a Galdra, agarrándola por la empuñadura, y la sacó de la vaina que la mujer sujetaba.

—¡No! —exclamó ella.

Pero él se volvió para dejarla caer sobre Sorak. La hoja centelleó con una cegadora luz sobrenatural y estalló en mil pedazos.

—¡Aaaah! ¡Mis ojos! —chilló Valsavis. Levantó la mano, se arrancó el cuchillo del hombro y empezó a lanzar cuchilladas a diestro y siniestro, cegado aún por el brillante fogonazo.

Sorak retrocedió para apartarse de él. Entonces su pie tropezó con algo a su espalda y perdió el equilibrio para caer sobre el cuerpo inconsciente de Ryana.

Valsavis se lanzó de inmediato hacia el lugar del que había provenido el sonido, pero tropezó también con el cuerpo de la sacerdotisa y fue a caer encima del elfling.

Durante unos instantes, Kara observó con inquietud cómo forcejeaban en el suelo. Luego se escuchó un débil sonido sordo; un cuchillo se hundió en un cuerpo y alguien dejó escapar una exclamación ahogada.

Todo quedó en silencio.

Kara permaneció allí, inmóvil, conteniendo la respiración. Por fin, Valsavis se movió. A la pyreen se le cayó el alma a los pies por un segundo, pero entonces vio que rodaba sobre sí mismo hasta caer de espaldas y que Sorak emergía muy despacio de debajo de su cuerpo. Kara dejó escapar el aire con un profundo suspiro de alivio y corrió a su lado.

Valsavis estaba vivo aún, pero el cuchillo que sobresalía de su pecho indicaba claramente que no iba a durar mucho. Sus ojos empezaban ya a nublarse; respiraba con gran dificultad y de sus labios brotaban espumarajos de sangre.

—Has luchado bien... elfling —dijo esforzándose por formar las palabras—. De todos modos... no me hubiera... gustado... acabar... mi vida... como un... tullido. Lamento... lo de tu espada.

—No importa —repuso Sorak apoyándose en Kara mientras lo contemplaba—. Jamás quise ser rey.

—Me harías... un gran honor... si... aceptaras... la mía.

—Como desees.

—¿Con... conseguiste... averiguar... tu... auténtico nombre?

—Es Alaron —respondió el elfling.

—Alaron —repitió Valsavis mientras sus ojos empezaban a vidriarse—. No dejes... que los cadáveres... mastiquen... mis huesos...

—No lo permitiré.

—Gracias... ¡uuuuh! Maldita... —El aire se le escapó en un prolongado estertor, y dejó de respirar.

—¡Oooh!, mi cabeza... —gimió Ryana recuperando el conocimiento.

Sorak se volvió y se agachó junto a ella.

—¿Te encuentras bien?

La muchacha contempló su rostro ensangrentado y desfigurado por una profunda cuchillada, y abrió desmesuradamente los ojos.

—¿Qué ha sucedido?

—Valsavis.

La ayudó a incorporarse, y entonces ella lo vio caído de espaldas.

—¿Está... ?

—Muerto —respondió Sorak.

—Siento habérmelo perdido.

Kara se volvió y se encaminó hacia el lugar donde yacían desparramados los pedazos de la espada elfa. Se inclinó y recogió el trozo más grande que encontró; era la empuñadura envuelta en hilo de plata, y en ella aún quedaban unos treinta centímetros de hoja.

Ryana la vio, y sus ojos volvieron a abrirse de par en par. Lanzó una exclamación ahogada y se volvió para mirar inquisitiva al joven.

–La leyenda era cierta —dijo éste—. Valsavis intentó matarme con ella, pero Galdra no servía a un profanador.

—Se la mantuvo a salvo durante generaciones —musitó Kara—. Y ahora... —Se limitó a sacudir la cabeza entristecida mientras sostenía la rota espada.

—Cumplió su propósito —repuso Sorak—. Además, ahora poseo otra. —Recogió la espada que había pertenecido a Valsavis—. Una hoja hermosa y bien equilibrada —indicó—. Acero del bueno, algo que escasea mucho. Intentaré darle un mejor uso que él.