—Quizá lo entendamos mejor de lo que imaginas —repuso Lunitari.
Dalamar guardó silencio, sin contestar nada.
—¿Qué se hace con él? —preguntó Lunitari—. ¿Se le devuelve la vida?
—A menos que me devolváis la magia, no os molestéis —intervino el elfo.
—Yo digo que no —dijo Solinari—. Utilizó a los muertos para realizar sus negras artes. No merece nuestra clemencia.
—Yo digo que sí —intervino fríamente Nuitari—. Si se devuelve la vida a Palin y se le ofrece la magia, hay que hacer lo mismo con Dalamar. El equilibrio debe mantenerse.
—¿Y tú que opinas, prima? —le pregunto Solinari a Lunitari.
—¿Aceptaréis mi decisión? —inquirió ella.
Solinari y Lunitari intercambiaron una mirada y después asintieron.
—Éste es mi dictamen. A Dalamar se le devolverá la vida y la magia, pero debe abandonar la Torre de la Alta Hechicería que antes ocupaba. De ahora en adelante tendrá prohibido el acceso a ella. Tiene que regresar al mundo de los vivos y abrirse camino en la vida entre ellos. A Palin Majere también se le devolverá la vida, y se le concederá la magia si él quiere. ¿Os parecen satisfactorias estas premisas a los dos, primos?
—Lo son para mí —dijo Nuitari.
—Y para mí —respondió Solinari.
—¿Lo son para ti, Dalamar? —inquirió Lunitari.
Dalamar tenía lo que deseaba y eso era lo único que le importaba. En cuanto al resto, volvería al mundo. Algún día, quizá, lo gobernaría.
—Lo son, señora —contestó.
—¿Son satisfactorias para ti, Raistlin Majere? —preguntó Lunitari.
Raistlin inclinó la encapuchada cabeza en un gesto de asentimiento.
—Entonces, ambas peticiones se conceden. Damos la vida y os concedemos el don de la magia.
—Gracias, señora y señores —dijo Dalamar, que volvió a inclinar la cabeza. Su mirada se detuvo un instante en Nuitari, que entendió perfectamente.
Raistlin se arrodilló junto al cuerpo de su sobrino y retiró la blanca mortaja. Los ojos de Palin se abrieron. Miró a su alrededor con conmocionada estupefacción, y entonces su mirada se detuvo en su tío. La impresión se acentuó.
—¡Tío! —exclamó. Se sentó e intentó alargar la mano para coger la de Raistlin. Sus dedos, de carne, hueso y sangre, atravesaron la mano de Raistlin, una mano etérea de muerto.
Palin observó fijamente la suya y la comprensión de que estaba vivo se abrió paso en su cerebro. Se miró ambas manos, tan parecidas a las de su tío, con los largos y delicados dedos, y vio que podía moverlos, que obedecían sus órdenes.
—Gracias —dijo mientras alzaba la cabeza hacia los radiantes dioses que lo rodeaban—. Y gracias a ti, tío. —Hizo una pausa y después añadió—. Hubo un tiempo en que pronosticaste que sería el mago más importante que había habido en Krynn. Sin embargo, no creo que eso se cumpla.
—Tenemos mucho que aprender, sobrino —contestó Raistlin—. Mucho que aprender sobre lo que es realmente importante. Adiós. Mi hermano y nuestros amigos me esperan. —Sonrió—. Tanis, como siempre, está impaciente por emprender la marcha.
Palin vio ante sí un río de espíritus, un río que fluía plácida, lentamente, entre las riberas de los vivos. La luz del sol se reflejaba en el río, la luz de las estrellas brillaba en sus insondables profundidades. Las almas de los muertos miraban al frente, a un mar cuyas olas lamían la orilla de la eternidad, un mar que los llevaría a todos hacia nuevos viajes. De pie en la ribera, esperando a su gemelo, estaba Caramon Majere.
Raistlin llegó a su lado. Los hermanos alzaron la mano en un gesto de despedida y después ambos entraron en el río y cabalgaron las plateadas aguas que desembocaban en el mar infinito.
El espíritu de Dalamar entró en su cuerpo. La magia fluyó en su espíritu. La sangre ardía en sus venas, la magia abrasaba su sangre, y su gozo fue intenso y profundo. Alzó la cabeza y miró al cielo.
La única pálida luna había desaparecido. Ahora dos lunas alumbraban la bóveda, una con fuego plateado y la otra con rojo. Mientras las contemplaba con respeto reverencial y agradecimiento, las dos lunas convergieron y formaron un ojo radiante. La luna negra destacaba en el centro.
—Así que también te volvieron a la vida —dijo Palin, que salió de las sombras.
—Y la magia —contestó Dalamar.
—¿Adónde irás? —preguntó Palin, sonriendo.
—No lo sé —repuso con despreocupación—. El ancho mundo está abierto para mí. Voy a mudarme de la Torre de la Alta Hechicería. Ya he pasado demasiado tiempo encerrado allí. ¿Adónde irás tú? —Sus labios se curvaron levemente—. ¿Volverás con tu amante esposa?
—Si Usha me acepta, sí —repuso Palin con un tono y un gesto sombrío—. He de resarcirla de muchas cosas.
—No te entretengas demasiado en ello. Hemos de reunimos pronto para discutir la reinstauración de las Órdenes —comentó Dalamar en tono eficiente—. Hay mucho que hacer.
—Y habrá otros para hacerlo.
Dalamar lo miró intensamente, y de pronto comprendió.
—Solinari te ofreció la magia... ¡y rehusaste!
—Tiré por la borda muchas cosas valiosas por su causa —explicó Palin—. Mi matrimonio. Mi vida. He comprendido que no merecía la pena.
«¡Necio!» La palabra acudió a los labios del elfo oscuro, pero no la pronunció en voz alta, la guardó para sí mismo. No tenía la menor idea de hacia dónde se dirigía, y no habría nadie que le diera la bienvenida cuando llegara allí. De nuevo alzó los ojos hacia las tres lunas.
—Quizá vaya a visitaros a Usha y a ti alguna vez —dijo, sabiendo bien que nunca lo haría.
—Nos honrará tenerte como invitado —contesto Palin, sabiendo bien que no volvería a ver al elfo oscuro.
—Será mejor que me ponga en marcha.
—Sí, yo también —convino Palin—. Hay una larga tirada hasta Solace.
—Podría llevarte por los corredores de la magia —ofreció Dalamar.
—No, gracias —rechazó Palin con una sonrisa irónica—. Más vale que me acostumbre a caminar. Adiós, Dalamar el Oscuro.
—Adiós, Palin Majere.
Dalamar pronunció las palabras mágicas, las sintió burbujear y chispear en sus labios como un vino exquisito, y las bebió con ansia. En un instante había desaparecido.
Palin se quedó solo, pensativo, silencioso. Entonces alzó los ojos hacia las lunas, que ahora no eran más que lunas para él, una plateada y otra roja.
Sonriendo, con los pensamientos volcados de nuevo en su casa, puso los pies en la misma dirección.
Los Caballeros de Solamnia desplegaron sus fuerzas por las almenas de Sanction y de inmediato se iniciaron los trabajos de reparación de la Puerta Oeste y de las brechas abiertas en las murallas de la ciudad. Exploradores de las filas de los caballeros y de las de los elfos salieron para localizar a Mina. Dragones Plateados en vuelo se mantenían vigilantes, pero ninguno la encontró. Los dragones llevaron la noticia de que unas fuerzas enemigas marchaban hacia Sanction procedentes de Jelek y de Palanthas. Antes o después se enterarían de que la ciudad había caído, pero ¿cómo reaccionarían? ¿Darían media vuelta y huirían de vuelta a casa o seguirían adelante con intención de volver a tomarla? Y Mina, desprovista de su poder divino, ¿volvería a dirigirlos o se quedaría escondida en alguna parte, lamiéndose las heridas?
Nadie llegaría a saber nunca dónde estaba enterrado el cuerpo de Takhisis... si es que estaba enterrado. Con el paso de los años, los que caminaron por la senda de la oscuridad buscarían el panteón, ya que surgió la leyenda de que su espíritu inquieto premiaría con dones a quienes hallaran su sepulcro.
El misterio más perdurable fue lo que llegó a conocerse como el Milagro del Templo de Duerghast. Gentes de todas partes de Sanction, de todas partes de Ansalon, de todas partes del mundo, habían sido llevadas a la fuerza por la Reina Oscura al estadio del Templo de Duerghast para presenciar su entrada triunfal en el mundo. En cambio, fueron testigos de un hito en la historia.