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—¿Y qué dijiste? —inquirió Gerard, despierta la curiosidad.

—Vaya, pues que sí, por supuesto —contestó Tragacanto, sorprendido de que Gerard hubiese podido pensar otra cosa—. Habría sido descortés negarse, ¿no te parece? Puesto que ese nuevo dios se ha tomado tanto trabajo en venir hasta aquí y todo lo demás, lo normal es que hagamos todo lo posible por mostrarnos animosos.

—¿Y no crees que podría ser peligroso adorar a un dios del que no sabes nada?

—Oh, sé un montón sobre él —le aseguró Tragacanto—. Al menos, todo lo que parece importante. A ese dios le gustan mucho los kenders, según dijo la chica. Muchísimo. Tanto que está buscando a uno en particular. Si cualquiera de nosotros lo encontramos, se supone que tenemos que llevárselo a la chica y ella nos dará una gran recompensa. Todos prometimos que lo haríamos, y eso es lo que voy a hacer, encontrar a ese kender. ¿No lo habrás visto tú, por casualidad?

—Eres el primer kender que veo desde hace días —repuso Gerard, que para sus adentros pensó: «Y con suerte, el último»—. ¿Cómo os las arregláis para entrar en la ciudad sin...

—Se llama —le interrumpió Tragacanto, muy centrado en su misión—, El Tasslehoff Burrfoot, y él...

—¿Cómo? —exclamó Gerard, sorprendido—. ¿Qué has dicho?

—¿Cuándo? Está lo que dije sobre Solanthus y lo que dije de la chica y lo que dije sobre el nuevo dios...

—Del kender. Ese kender especial. ¿Dijiste que se llama Tasslehoff Burrfoot?

—El Tasslehoff Burrfoot —le corrigió Tragacanto—. Ese «El» es muy importante, porque no puede ser cualquiera de los Tasslehoff Burrfoot.

—No, supongo que no —admitió Gerard mientras recordaba al kender que había dado inicio a toda esta aventura al ingeniárselas para quedarse encerrado dentro de la Tumba de los Héroes, en Solace.

—Aunque, por si acaso —continuó Tragacanto—, se supone que tenemos que llevar a Sanction a cualquier Tasslehoff Burrfoot que encontremos, para que la chica lo vea.

—Querrás decir a Solanthus —comentó Gerard.

Tragacanto estaba absorto examinando con interés un trocito de cristal azul. Lo alzó y preguntó con ansiedad:

—¿Crees que es un zafiro?

—No, es un trozo roto de cristal azul. Has dicho que se supone que tenéis que llevar al tal Burrfoot a Sanction. Supongo que querías decir Solanthus. La chica y su ejército están en Solanthus, no en Sanction.

—¿Dije Sanction? —Tragacanto se rascó la cabeza. Tras pensar un momento, asintió—. Sí, dije Sanction, y es lo que quería decir. La chica nos contó que no iba a quedarse en Solanthus mucho tiempo. Ella y su ejército se dirigían a Sanction, donde el nuevo dios iba a instaurar un gran templo, y era en Sanction donde quería ver a Burrfoot.

«Eso responde a una de mis preguntas», pensó Gerard.

—Pues yo creo que sí es un zafiro —añadió Tragacanto, y metió el trozo de cristal en el saquillo.

—Conocí a un Tasslehoff Burrfoot —empezó, vacilante, Gerard.

—¿De veras? —Tragacanto se levantó de un brinco y empezó a brincar alrededor del hombre con excitación—. ¿Dónde está? ¿Cómo puedo encontrarlo?

—Hace mucho que no lo veo —adujo Gerard a la par que hacía señas al kender para que se tranquilizara—. Es sólo que me preguntaba qué hace que ese Burrfoot sea tan especial.

—Me parece que la chica no lo dijo, pero quizá me equivoque. Me temo que di una cabezada cuando hablaba de eso. La chica nos tuvo sentados mucho tiempo, y cuando uno de nosotros intentó levantarse para marcharse, un soldado nos apuntó con una espada, que no es tan divertido como podría parecer. ¿Qué me habías preguntado?

Gerard se armó de paciencia y repitió la pregunta.

Tragacanto frunció el entrecejo, una práctica comúnmente conocida como ayuda en el proceso mental, y después respondió:

—Lo único que recuerdo es que es muy especial para el dios Único. Si ves a ese Tasslehoff amigo tuyo, ¿te acordarás de decirle que el Único lo está buscando? Y por favor, menciona mi nombre.

—Lo prometo —le aseguró Gerard—. Y ahora, ¿podrías hacerme un favor? Pongamos que un tipo tiene buenas razones para no entrar en Solanthus por las puertas principales, ¿de qué otro modo podría meterse en la ciudad?

El kender observó sagazmente a Gerard.

—¿Un tipo más o menos de tu tamaño? —preguntó.

—Más o menos, sí —contestó Gerard, encogiéndose de hombros.

—¿Cuánto valdría esa información para un tipo más o menos de tu tamaño? —inquirió Tragacanto.

Había previsto algo así, y sacó una bolsita que contenía varios objetos interesantes y curiosos que había conseguido en la casa solariega de lord Ulrich.

—Elige lo que quieras —ofreció.

Lo lamentó de inmediato, ya que Tragacanto se sumió en una desesperante indecisión, titubeando, sin saber qué escoger del montón y, finalmente, dudó entre un abrojo de hierro con cuatro puntas y una vieja bota a la que le faltaba el tacón.

—Quédate con las dos cosas —dijo Gerard.

Impresionado por semejante generosidad, Tragacanto describió muchos sitios por los que uno podía colarse en Solanthus sin ser visto. Por desgracia, las descripciones del kender eran más confusas que útiles, ya que a menudo saltaba a explicar detalles sobre un lugar al que aún no se había referido o volvía atrás para corregir la información dada sobre otro descrito quince minutos antes.

Por fin, Gerard logró que el kender describiera cada sitio en detalle, un proceso desesperantemente lento y frustrante durante el que el caballero estuvo a punto de estrangular a Tragacanto. Finalmente, Gerard memorizó tres lugares: uno que consideraba el más adecuado a sus necesidades y los otros dos como opciones en reserva. El kender le hizo jurar por su pelo amarillo que nunca, nunca, revelaría a nadie la localización de esos sitios, y Gerard lo prometió, si bien se preguntó para sus adentros si Tragacanto habría prestado el mismo juramento, y su conclusión fue que era más que probable que sí.

Después llegó la parte más difícil. Tenía que librarse del kender, que a esas alturas había decidido que eran amigos íntimos, si no primos o tal vez hermanos. El leal Tragacanto estaba más que dispuesto a viajar con Gerard el resto de sus días. Gerard contestó que le parecía bien, que iba a quedarse por allí, holgazaneando durante bastante rato. Quizás incluso se echaría una siesta, pero que el kender podía esperar si quería.

Transcurrieron quince minutos, durante los cuales la impaciencia de Tragacanto fue creciendo y Gerard roncó con un ojo abierto para asegurarse de que no perdía nada de valor. Por fin, el kender fue incapaz de soportar más la tensión, guardó sus tesoros y se marchó, aunque volvió varias veces para recordarle a Gerard que si veía a El Tasslehoff Burrfoot tenía que mandarlo directamente al Único y mencionar que su amigo Tragacanto debía recibir la recompensa. Gerard se lo prometió y finalmente consiguió librarse del kender. Faltaban varias horas hasta que oscureciera, y mató el tiempo rumiando para qué querría Mina a Tasslehoff Burrfoot.

Dudaba mucho que la chica sintiera aprecio por los kenders. Probablemente lo que Mina buscaba era el ingenio mágico de viajar en el tiempo que Tas llevaba consigo.

«Lo que significa —razonó para sus adentros—, que si se puede encontrar al kender, deberíamos ser nosotros los que diéramos antes con él.»

Tomó nota mentalmente de avisar a los Caballeros de Solamnia de que estuvieran atentos a cualquier kender que dijera llamarse Tasslehoff Burrfoot y que retuvieran a ese kender para mantenerlo a salvo; y, sobre todo, que no permitieran que cayera en manos de los caballeros negros. Solucionado ese asunto, Gerard esperó a que llegara la noche.