El aliento caliente del lobo le dio en la cara; olía a carne podrida. Los dientes amarillentos se le clavaron en la carne. La saliva, ahora enrojecida por la sangre —su sangre— le salpicó. El lobo lo tenía inmovilizado. Lo golpeó con las manos en vano. El lobo hundió los colmillos en el cuello de Brian y el caballero chilló. Sabía que había chillado, pero, para su horror, no se oyó nada excepto un gorgoteo. El lobo mordió con fuerza, listo para desgarrarle la garganta. Entonces lanzó un horrible gañido y cayó de lado o lo apartaron de una patada. Brian alzó la mirada y vio a Sturm sacando de un tirón su espada del costado del lobo.
Sturm se agachó sobre él. Brian casi no lo distinguía con la copiosa nevada.
Sturm asió firmemente su mano, la sujetó con fuerza, aun cuando seguía arremetiendo y lanzando tajos con su espada para rechazar a otros lobos.
«Me incorporaré dentro de un momento —quiso decirle Brian—. Te ayudaré a luchar. Sólo tengo que... recobrar el aliento...»
Brian se aferró a la mano de Sturm e intentó respirar, pero no logró llevar aire a los pulmones.
Siguió agarrando la mano de Sturm. La nieve caía y los copos en sus labios eran muy fríos y... se soltó...
Laurana vio caer a Brian. Vio que Sturm se inclinaba sobre él sin dejar de luchar e intentaba impedir que los lobos lo atacaran. Uno de los animales saltó sobre los hombros de Sturm, que, merced a un gran esfuerzo, logró levantarse y sacudirse de encima a la fiera. El lobo cayó de espaldas y Sturm le hundió la espada en la tripa; el animal soltó un gañido y chasqueó las mandíbulas al tiempo que agitaba las patas por el dolor.
Aran combatía con pericia. Su espada estaba resbaladiza por la sangre y a sus pies se amontonaban cuerpos. Los lobos retrocedieron sin quitarle ojo y después varios de ellos unieron esfuerzos para derribarlo. Uno se deslizó velozmente por detrás y clavó los afilados colmillos a través del cuero de la bota, a la altura del tobillo, de manera que le cortó un tendón. Aran trastabilló y los lobos saltaron sobre él gruñendo y enseñando los dientes, mordiendo y desgarrando. Aran gritó pidiendo ayuda. Sturm no podía hacer nada, no podía acudir en su auxilio. Un lobo lo había agarrado por la manga del brazo con el que manejaba la espada e intentaba hacerle perder el equilibrio. Sturm le asestó un puñetazo en un intento de lograr que abriera las fauces.
Laurana oyó los gritos de Aran y se volvió a mirar.
—Flint ve en su ayuda —gritó.
El enano la miró ceñudo, dubitativo, sin querer separarse de ella.
—¡Ve! —lo apremió.
Flint le dirigió una mirada angustiada y después corrió en ayuda de Aran. El enano cayó desde atrás sobre los lobos atacantes y rugió a la par que descargaba tajos con el hacha, que en seguida se tiñó de sangre. Los lobos, enloquecidos con el olor a sangre fresca, no le hicieron caso y siguieron atacando a Aran, que había dejado de debatirse. Una de las alimañas murió con los dientes clavados aún en la carne del caballero.
Flint quitó el cadáver del animal de encima de Aran y se plantó ante el cuerpo del caballero para defenderlo de los lobos.
—¡Reorx, ayúdame! —gritó el enano mientras blandía el hacha, y la hoja de acero, cubierta de sangre, relució con un intenso color rojo a la luz del túnel. A los lobos no les gustaba la luz y se mantuvieron alejados, pero no dejaron de vigilarlo.
—¿Aran? —gritó Derek, que se volvió a medias. Pero estaba librando su propia batalla y no pudo ver qué había pasado.
Flint echó una rápida ojeada al caballero, enterrado bajo cadáveres de lobos, pero no se atrevió a descuidar la vigilancia de los animales.
—¡Tas! —llamó a voces—. ¡Te necesito! ¡Aquí! Ocúpate de Aran —ordenó cuando el kender llegó corriendo.
Tasslehoff apartó a patadas, frenético, los cuerpos ensangrentados de los animales hasta dar con Aran. Los ojos del caballero estaban abiertos de par en par, sin parpadear a pesar de los copos de nieve. Le habían desgarrado la mitad de la cara. La sangre había formado un charco que se había congelado en el hielo debajo de él.
—¡Oh, Flint! —gritó Tas, la voz ahogada por la consternación.
Flint miró hacia atrás.
—Que Reorx lo acompañe —murmuró ásperamente.
Tas le gritó una advertencia y Flint se volvió mientras blandía el hacha contra los lobos que se abalanzaban sobre ellos.
Sturm se puso espalda con espalda con Derek para que los lobos no los derribaran por detrás, como habían hecho con Aran. Los dos hombres se encontraban en medio de un círculo de cuerpos. Algunos de los lobos, heridos, gemían e intentaban en vano incorporarse. Otros yacían inmóviles.
El hielo se había teñido de rojo con la sangre. Las espadas de los caballeros estaban resbaladizas al correr la sangre por la hoja y empapar la empuñadura. Sudaban copiosamente bajo las ropas de piel. Su respiración era agitada y cubría de escarcha los bigotes y las cejas. Los lobos vigilaban, esperando que se abriera una brecha. De cuando en cuando, una flecha llegaba volando desde la oscuridad y derribaba a otro animal, pero Gilthanas se estaba quedando sin flechas y tenía que asegurarse de que cada disparo diera en el blanco.
—¿Aran? —preguntó Derek con voz enronquecida, entre jadeos.
—Muerto —contestó Sturm, resollando.
Nada más. Derek no preguntó por Brian. Sabía la respuesta. En cierto momento casi había caído sobre el cuerpo de su amigo. Los lobos se acercaban otra vez.
Flint estaba a la defensiva, luchando para salvar la vida. Ya no bramaba; tenía que ahorrar esfuerzos y aliento. Un lobo saltó hacia él. Arremetió con el hacha, pero falló y la bestia le cayó encima, derribándolo. Tasslehoff saltó sobre el lomo del animal. El kender parecía acometido por un ataque de furia kender y gritaba insultos que no servían para nada, porque los lobos no le entendían ni les importaba. Montado en la bestia, Tas acuchilló al lobo en el cuello y volvió a acuchillarlo otra y otra y otra vez, con toda la fuerza de su pequeño brazo hasta que el lobo se desplomó en el suelo, muerto.
Tasslehoff se quedó de pie sobre el animal, mirándolo con gesto sombrío, dispuesto a matarlo de nuevo si por casualidad se le ocurría volver a la vida. Cuando la fiera se movió, el kender lanzó un grito salvaje y empezó a acuchillarlo otra vez; por poco no hirió a Flint, que intentaba salir de debajo del cuerpo del animal.
Laurana había visto el caos con el rabillo del ojo. Valiéndose de la nieve mágica del hechicero como cobertura, la elfa rodeó por detrás a Feal-Thas para llegar hasta él por la espalda. Gilthanas disparó a Feal-Thas y el enorme lobo que no era un lobo tuvo que apartarse del resto de la manada para evitar las flechas del elfo. Obligado a permanecer en los límites del lugar del ataque, Feal-Thas paseó de un lado a otro sin quitar ojo a la refriega, con la lengua fuera, los colmillos goteando saliva, como si estuviera saboreando la sangre. No vio a Laurana hasta que la elfa estuvo casi encima de él, viniendo desde atrás. Con los aullidos y gruñidos de los lobos no la había oído aproximarse.
Al ir acercándose, Laurana había reparado en el cuerpo de Brian tirado en el hielo ensangrentado. Había tenido miedo, pero la rabia lo hizo desaparecer. Enarboló el Quebrantador y, recordando las instrucciones impartidas a toda prisa por Flint, inició un golpe en arco para golpear al lobo en la espalda y cortarle la columna vertebral...
Feal-Thas presintió su presencia. La cabeza de lobo giró y con la mirada la traspasó hasta el fondo del corazón. Los ojos la inmovilizaron del mismo modo que el lobo había paralizado a Brian. La elfa se detuvo en mitad del movimiento de ataque y el Quebrantador se quedó suspendido en el aire, preparado, listo para descargar el golpe mortal. Pero la voluntad de Laurana se disipó como agua caída en la arena. Feal-Thas la miraba fijamente, tanteando en lo más hondo de su ser, la figurada mano expoliadora hurtándole los secretos de su corazón, seleccionando y escogiendo, guardando lo valioso y desechando lo que no le servía.