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Todos oyeron los sonidos inconfundibles de la batalla (entrechocar de metal, gritos, juramentos, chillidos), sonidos que se iban haciendo cada vez más fuertes.

—Estos caballeros dieron su vida para conseguir el Orbe de los Dragones. ¿Vas a permitir que su sacrificio haya sido en vano, Brightblade? ¿O acaso piensas que deberíamos quedarnos todos aquí para morir junto a ellos? ¿No es mejor llevar a buen fin nuestra misión y vivir para ensalzar su valentía?

Nadie abrió la boca.

Derek giró sobre sus talones y echó a andar de vuelta por donde habían llegado.

No miró atrás para ver si lo seguían.

—Derek tiene razón —dijo finalmente Sturm—. No debemos permitir que su sacrificio haya sido en vano. Paladine velará por ellos. No les pasará nada malo hasta que podamos regresar para llevarlos de vuelta a casa.

Sturm hizo el saludo marcial de los caballeros a cada uno de los caídos y después fue en pos de Derek.

Gilthanas recogió todas las flechas que encontró y siguió a Sturm. Flint carraspeó ruidosamente, se frotó la nariz y, asiendo a Tasslehoff, dio un empujón al kender y le dijo que se pusiera en marcha y dejara de lloriquear como si fuera un bebé muy crecido.

Laurana se quedó un poco más en la cámara, con los muertos. Amigos. Enemigos. Luego recogió el Quebrantador, manchado con la sangre del hechicero, y se encaminó hacia su destino.

Interludio

La caída del castillo del Muro de Hielo

Canción de los Bárbaros del Hielo
A mi relato, pueblo del hielo, presta atención, del día en que el castillo del Muro de Hielo cayó, y a las lecciones que enseña, abre los oídos.
Desde tiempo inmemorial, la torre allí se alzaba con muros de hielo sobre muros de piedra; y lo llamaba su hogar el hechicero Feal-Thas.
Ese mago, un elfo oscuro, tenía hechizados a un millar de thanois como dotación de las murallas... Feroces hombres-morsa. Y eso no era todo:
Porque esos demonios esclavizaban osos del hielo, que eran vejados y torturados hasta enloquecer, clamando carne y sangre para saciar su rabia.
Draconianos, también, a centenares en las murallas de la torre abundaban, para hacer lo que quiera que Feal-Thas ordenara.
¡Y por si fuera poco, un gran dragón blanco cumplía la voluntad del mago! Con su poder afianzaba el derecho a reinar del elfo oscuro.
Pues Feal-Thas gobernar había decidido con mano de hierro y cruel designio, donde el pueblo, largo tiempo, había perdurado.
El pueblo del hielo parecía afrontar su fin. Contra tal amenaza, no teníamos protección. La esperanza al viento se esparció.
¡Escucha, pueblo del hielo, mi relato!
Habbakuk, nuestro antiguo dios, le habló entonces a Raggart el Viejo en un sueño, y la victoria en su nombre le prometió.
A unirse a la causa de los Bárbaros de Hielo también vinieron forasteros y fueron —caballeros, enanos y elfos~ como parientes acogidos.
El jefe Harald, Quebrantador en mano, emplazó a los guerreros leales a plantar cara y limpiar los hielos de la mácula de Feal-Thas.
¡El día que cayó el castillo del Muro de Hielo!
Los botes deslizantes partieron al romper el alba. Y aunque en nuestros corazones había alentado el miedo un soplo de esperanza en el aire flotaba.
¡Entonces el milagro sobrevino! ¡El dragón, tal como Habbakuk había jurado se marchó cuando nos poníamos en camino!
¡Abridlos oídos a las lecciones aquí reveladas!
Animados por el augurio, alegres los corazones, nuestros hombres navegaron; los perros corrieron al costado de los botes deslizantes.
Pero la torre, que aún se erguía alta y poderosa, ensombreció los ánimos con su sombra. Desde ella, nos hacían befa los thanois... Esa raza monstruosa.
De pronto, dos hombres, Raggart el Viejo y Elistan, el clérigo de Paladine —un dios extranjero—, desembarcaron del bote con esta encomienda:
«Las obras de los dioses de la Luz contemplad ahora: A fin de que los hombres hagan lo que es correcto, ved que disponen un camino para los que creen y perseveran.»
¡Escuchad, Bárbaros de Hielo, mi relato!
Entonces, los dos ancianos se encaminaron solos hacia el hogar del perverso hechicero a través de una lluvia de flechas y pedruscos.
Incólumes, al pie de la torre se detuvieron, y, atraparon rayos de sol en el aire, y hacia las murallas los dirigieron.
A su contacto, nubes de vapor se alzan. Se abren grandes fisuras, y los muros a los thanois en su caída arrastran.
¡Y ahora, desde la cubierta de todos los botes, a dar muerte a Feal-Thas y a sus secuaces, nuestros guerreros hacia las ruinas corren!
Y en cuanto a la magia y al oscuro elfo, bajo el hacha de una doncella elfa cayó Feal-Thas y derramó la vida, roja, sobre el hielo.
¡El día en que cayó su poderoso castillo!
Donde antes se alzaba la poderosa fortaleza, nuestros guerreros caminan ahora libremente, del brujo para siempre borrada la amenaza.
Cuando la esperanza parezca lejana, recordad este relato y dejad que sus lecciones guíen vuestro corazón, porque nosotros, hermanos míos, somos Bárbaros de Hielo.
¡Nosotros, oh hermanos, somos Bárbaros de Hielo!

CUARTA PARTE

37

El oráculo de Takhisis. Kit da un ultimátum

El invierno entró de lleno en Ansalon. Yule llegó y pasó. Se seguía buscando a Kitiara, aunque ya sin demasiada intensidad. Ariakas no mandó a sus tropas en su persecución. Lo que sí hizo fue enviar asesinos y cazarrecompensas, pero con la orden de llevar sus pesquisas con comedimiento y cautela. Al cabo de un tiempo, dio la impresión de que se habían olvidado de ella. Ya no había cazarrecompensas repartiendo por ahí monedas de acero y preguntando si alguien había visto a una guerrera de cabello oscuro, rizado y corto, con sonrisa sesgada.

Kitiara no lo sabía, pero Ariakas había hecho volver a sus sabuesos. El emperador empezaba a lamentar todo el incidente. Se daba cuenta de que había cometido un error respecto a Kit. Empezó a creer en su afirmación de inocencia e intentó culpar a Iolanthe de haber llegado a creer que Kit lo había traicionado. La maga, muy atinadamente, desvió la responsabilidad hacia el hechicero Feal-Thas. El elfo había acabado siendo una gran decepción para Ariakas —que, sin embargo, nunca había esperado gran cosa de él— cuando llegó la noticia de que el maldito elfo había conseguido que lo mataran y en su caída había arrastrado consigo al castillo del Muro de Hielo.

Por lo menos el caballero, Derek Crownguard, había sido víctima de la confabulación del emperador. Se había llevado el Orbe de los Dragones a Solamnia, y los informes de los espías de Ariakas comunicaban que la controversia por la posesión del orbe había abierto una brecha entre elfos y humanos, además de la subsiguiente desmoralización de la caballería por la influencia del orbe.

Ariakas quería que Kit volviera. Por fin estaba preparado para entrar en guerra con Solamnia y necesitaba su pericia, sus dotes para el liderazgo, su coraje. Sin embargo, no había rastro de ella por ninguna parte.