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—Y si lo haces, dará lo mismo, ¿no crees? Estarás muerta —repuso Takhisis—. Supongo que tendré que devolverle el caballo a Salah Kahn o sus protestas serán el cuento de nunca acabar.

Tomó las riendas de Jinete del Viento con un grácil ademán y partió calzada adelante llevando por la brida al aterrado corcel. Cuando la diosa hubo desaparecido en la oscuridad del bosque, Kitiara tuvo un gozoso reencuentro con Skie.

Estaba tan contenta de ver al dragón que tuvo que contenerse para no rodearle el cuello con los brazos y estrujarlo. Sabía que Skie se sentiría profundamente ofendido y probablemente no la perdonaría nunca. Empezó a disculparse con el dragón y admitió que él tenía razón, que su estúpida búsqueda del semielfo la había metido en un buen lío y casi le había costado la vida. Skie no le dijo: «Te lo advertí.» Por el contrario, tuvo un gesto muy generoso al pedirle perdón a su vez y admitir que se había equivocado al dejarla sola.

Después la informó de que volvía a gozar del favor de Ariakas. El emperador le había pedido a Skie —casi le había suplicado— que fuera a buscarla. Aquella noticia hizo que Kit esbozara una sonrisa sarcástica, sobre todo cuando se enteró de la muerte de Feal-Thas y que los caballeros solámnicos estaban provocando problemas.

Ariakas tenía una misión importante para Kitiara en Flotsam. El emperador también quería que Kit se pusiera a planear un ataque a la Torre de la Alta Hechicería.

—¡Ahora decide eso! —La guerrera estaba que echaba chispas—. Ahora, después de que los caballeros se plantean enviar tropas para reforzar la torre. Y si Solamnia es de repente tan importante ¿por qué habla de mandarme a Flotsam, al otro lado del continente, en alguna misión secreta? ¡Bah! ¡Ese hombre está perdiendo el control!

Skie sacudió la cola en un gesto de conformidad y se tumbó sobre la barriga para que Kitiara pudiera encaramarse a su lomo. El dragón llevaba consigo la armadura azul y el yelmo de un Señor del Dragón que le había entregado Ariakas por si conseguía dar con ella. La mujer se puso la armadura con verdadero placer. Se cubrió con el yelmo y juró que llegaría el día en que Ariakas lamentaría haberla tratado así. Todavía no era suficientemente fuerte para desafiarlo, pero ese día llegaría tarde o temprano; quizá antes de lo que imaginaba si tenía éxito en el alcázar de Dargaard. Equipada de nuevo con su armadura, Kitiara se sentía capaz de cualquier cosa, incluso de enfrentarse a un Caballero de la Muerte.

Recobrada su Dama Azul, el dragón estaba también de un humor excelente. Agitó las escamas azules y clavó las garras en el suelo, listo para alzar el vuelo.

—¿Adónde vamos? —preguntó—. ¿A Solamnia o a Flotsam?

Kitiara hizo una honda inspiración. Esto iba a ser difícil.

—¿No te dijo nada su majestad? —preguntó a su vez, evitando responder.

—¿Quién? ¿Decirme qué? —Skie volvió la cabeza hacia atrás, de repente receloso.

—Volamos hacia el norte —contestó Kitiara—. Al alcázar de Dargaard.

Skie la miró fijamente.

—Bromeas —dijo después en tono tajante.

—No, hablo en serio —contestó Kit sin perder la calma.

—¡Entonces es que estás loca! —gruñó el dragón—. Si crees que voy a llevarte a tu muerte estás...

—Le prometí a la reina Takhisis que me encargaría de esto —explicó Kitiara—. ¿Qué crees, entonces, que hago aquí, en Foscaterra?

—Quizá tras las huellas del semielfo. ¿Cómo demonios iba a saberlo?

—Créeme, he dejado de pensar en Tanis Semielfo —le aseguró al dragón—. Tengo cosas más importantes en la cabeza, como intentar discurrir la forma de salir con vida de este encuentro.

Le explicó el juramento que había hecho a Takhisis.

»Ya la conoces —añadió—. Ahora no puedo echarme atrás. Mi vida no valdría un céntimo kender.

Skie conocía a Takhisis y tuvo que admitir que arrostrar la cólera de la diosa era algo que hasta el dragón más poderoso evitaría como fuera. Aun así, no le gustaba el plan de Kit y se lo hizo saber.

—¡No puedo creer que fueras a hacer esto sin mí! —bramó—. Así al menos tendrás una posibilidad de sobrevivir. Arrasaré el alcázar, lo demoleré sobre su cabeza. No se puede matar al Caballero de la Muerte, pero al menos puedo debilitarlo, darle algo en lo que pensar. Por ejemplo, cómo salir arrastrándose de debajo de varias toneladas de escombros.

Kitiara se abrazó al cuello del dragón, se agarró fuerte y le ordenó que alzara el vuelo.

Era una buena idea la de Skie, y por eso Kit evitó decirle que no funcionaría.

38

Una noche en el alcázar de Dargaard

Skie sobrevoló bosques y ciénagas, ríos y colinas, viviendas en ruinas, calzadas deterioradas, predadores y proscritos de Foscaterra y cubrió en pocas horas y sin incidentes la distancia que a Kitiara le habría costado jornadas de esfuerzo y de peligro recorrer. Tuvieron a la vista el alcázar de Dargaard la tarde del segundo día.

La fortaleza estaba construida en lo alto de un acantilado, en su mayor parte esculpida en la roca del pico del risco. La única forma de llegar al alcázar era subir una empinada calzada que serpenteaba por la cara rocosa. Kit se habría planteado esa vía, pero un vistazo a la calzada fue suficiente para que diera las gracias por contar con Skie. Rajada y llena de grietas, en algunos sitios se habían desprendido grandes fragmentos que habían rodado vertiente abajo. Lo que quedaba de ella estaba sembrado de rocas sueltas y escombros de la deteriorada fortaleza.

En tiempos, la belleza del alcázar de Dargaard había sido legendaria. Se había construido a semejanza de una rosa en flor, a medio abrir. Ahora la rosa estaba resquebrajada, los pétalos ennegrecidos y feos. Los jardines, antaño verdes y florecientes, eran hogar de hierbajos y maleza. El único rosal que crecía entre los deteriorados muros del jardín daba una flor de una tonalidad negra horripilante.

Skie aminoró la velocidad. Había pocas cosas en Ansalon que el dragón temiera, pero aun así no le gustaba el aspecto de aquel lugar ni la sensación que transmitía.

—¿Tengo que seguir?

—Sí. —Kitiara tuvo que repetirlo porque, por primera vez, la palabra se le quedó atascada en la garganta.

El sol no brillaba en el alcázar de Dargaard, que languidecía envuelto siempre a la sombra de la cólera de los dioses. En el instante en que Kit y Skie sobrevolaron la muralla exterior, la luz del sol desapareció. El astro seguía brillando, pero era un orbe ardiente en un cielo negro que no arrojaba luz sobre el alcázar de Dargaard. Los espectros apostados en las murallas verían, en lontananza, el mundo iluminado por el sol, un mundo verde y pujante, un mundo de vida y calor, un mundo perdido para siempre para los que estaban atrapados en la maldición del alcázar de Dargaard.

A Kit se le ocurrió de repente la espantosa idea de que ella misma podía convertirse en una de esas almas perdidas. Su espectro podía verse obligado a unirse a esos guerreros esclavizados por lord Soth. La sacudió un escalofrío y apartó aquella idea de la mente con presteza.

Miró hacia abajo entre las alas del dragón. El alcázar parecía un lugar oscuro y desierto. Ninguna luz brillaba en las ventanas rotas pero, sin embargo, Kitiara tuvo una repentina visión de horribles llamaradas que surgían violentamente a través del techo y ascendían hacia el cielo en un torbellino de cenizas y pavesas. Olió a humo y carne quemada y oyó el chillido angustioso de un bebé, una única nota de tono agudo que siguió resonando hasta apagarse de repente. Kitiara sintió un nudo en la garganta y el estómago agarrotado; un músculo del muslo se le contrajo de manera espasmódica. Notó el escalofrío que sacudió el cuerpo del dragón.

—Una casa maldita —dijo Skie en voz ronca y forzada—. Aquí no hay lugar para los vivos.

Kitiara no podía estar más de acuerdo con él. Nunca había experimentado un miedo como el que sentía ahora; ¡estaba mareada literalmente por el terror y aún no había pisado la puerta! El estómago se le revolvió. Un regusto asqueroso, como a sangre, le provocó una arcada. Era incapaz de llevar suficiente aire a los pulmones. Se aferró a Skie, dispuesta a ordenarle que diera media vuelta, que se alejara de allí tan deprisa como fuera posible. Afrontar la ira de la Reina Oscura sería mejor que aquel horror. La orden ascendió por la garganta de Kit y le salió de la boca como un graznido mezclado con bilis ardiente y amarga.