Laurana se percató del destello en sus ojos. Los animales chascaron los picos al tiempo que agitaban la cola leonina y las zarpas de león rasgaron el suelo mientras las garras afiladas se clavaban profundamente.
—¡Envaina tu espada ya, señor caballero, o conseguirás que nos maten a todos! —siseó Laurana a Derek, prietos los dientes.
Derek la miró con expresión sombría. Entonces, con gesto furioso, metió bruscamente la espada en la vaina.
Laurana miró de soslayo a su hermano con la esperanza de que supiera manejar aquella peligrosa situación. Gilthanas había recobrado el conocimiento, pero estaba recostado en Elistan y se frotaba la mandíbula a la par que movía los ojos a su alrededor con la mirada desenfocada. Dependía de ella.
Se pasó los dedos por el cabello para peinar los mechones enredados lo mejor posible y se estiró y arregló las ropas. Recogió un puñado de nieve y se frotó la cara. Los demás la observaban como si hubiese perdido la razón, pero Laurana sabía lo que hacía. En Qualinesti había tratado con grifos bastante a menudo.
Animales nobles y altivos, a los grifos les gustaba la ceremonia y las formalidades. Se sentían insultados con facilidad y uno debía dirigirse a ellos con extrema cortesía o de otro modo montarían en cólera. Ahora hacían caso omiso de los demás y tenían puesta toda su atención en ella. A los grifos ni les caían bien ni se fiaban de los humanos, enanos y kenders y les traía sin cuidado matarlos. A los grifos tampoco les caían siempre bien los elfos, pero los conocían y a veces se les podía convencer de que los sirvieran, en especial la realeza elfa, que gozaba de un vínculo especial con los grifos. Los intentos de Laurana de asearse para estar presentable antes de hablar con ellos complacieron a los grifos.
La elfa echó a andar hacia ellos y Sturm dio un paso para acompañarla, pero Laurana advirtió que los negros ojos de los animales centelleaban de rabia y negó con la cabeza.
—Eres humano y portas una espada —le dijo en voz queda—. Eso no les gusta. He de hacer esto yo sola.
Cuando Laurana se hallaba a unos tres pasos del cabecilla se detuvo e inclinó la cabeza en un saludo respetuoso.
—Me honra estar en presencia de alguien de tal magnificencia —dijo en elfo—. ¿En qué podemos seros de utilidad mis amigos —hizo un gesto para señalar a los que estaban detrás— y yo?
A diferencia de los dragones, los grifos no poseían el don de la palabra. La leyenda contaba que cuando los dioses crearon a los grifos les ofrecieron la habilidad de comunicarse con criaturas humanoides, pero los grifos rehusaron orgullosamente al no hallar motivo que justificara tener que hablar con seres tan inferiores a ellos. En esto y en casi todo lo demás, los grifos se consideraban superiores a los dragones.
Sin embargo, con el discurrir del tiempo, a medida que los grifos y los elfos desarrollaban su exclusivo vínculo, miembros de la familia real elfa aprendieron a comunicarse mentalmente con las bestias aladas. A menudo Laurana había hecho de emisaria de su padre ante los grifos que habían establecido su hogar cerca de Qualinesti. Sabía tratarlos con la cortesía y el respeto que requerían y entendía lo esencial de lo que decían, ya que no las palabras exactas.
Los pensamientos del animal penetraron en su mente. El grifo quería saber si era realmente la hija del Orador de los Soles de Qualinesti. Saltaban a la vista las dudas que albergaba el grifo y Laurana no podía reprochárselo. Su aspecto no era precisamente el de una princesa.
Tengo el honor de ser la hija de mi... Del Orador de los Soles de Qualinesti. —Laurana se las arregló para rectificar a tiempo su respuesta, aunque la pregunta la había sorprendido mucho—. Perdona que te pregunte, excelencia, pero ¿cómo es que me conoces?¿Cómo supiste dónde encontrarme?
—¿Qué está pasando? —preguntó Derek en voz baja—. ¿De verdad piensa que nos creemos que se está comunicando con esos monstruos?
Elistan le asestó una mirada recriminadora.
—Como muchos miembros de las familias reales de Qualinesti y Silvanesti, Laurana posee la habilidad de comunicarse mentalmente con los grifos.
Derek negó con la cabeza con incredulidad.
—Estate preparado para abrirnos camino luchando —le susurró a Brian. El grifo había seguido mirando a Laurana de arriba abajo, inspeccionándola, y al parecer había determinado creerla. Le explicó a la princesa que lady Alhana Starbreeze los había enviado para que llevaran a la hija del Orador de los Soles y a su hermano dondequiera que quisieran ir.
Eso aclaraba el misterio. Laurana había oído contar a Gilthanas que Tanis, él y los demás habían salvado a Alhana de acabar encarcelada en una prisión tarsiana. La princesa silvanesti era consciente de la deuda que tenía con ellos, por lo visto. Había enviado a los grifos a buscarlos y asegurarse de ponerlos a salvo. Laurana dio palmas de alegría, tan contenta que olvidó las formalidades.
—¿Podéis llevarnos a casa? —preguntó—. ¿A Qualinesti?
El grifo asintió con la cabeza.
Laurana anhelaba volver al hogar, refugiarse de nuevo en los brazos amorosos de su padre, volver a ver los bosques verdes y los chispeantes ríos, aspirar el aire perfumado y oír la música suave y dulce de la flauta y el arpa, saberse a salvo y querida, tumbarse en la hierba alta y verde para abandonarse a un profundo sueño sin sueños.
En su ansia de volver a casa Laurana olvidaba que a su pueblo lo habían expulsado de Qualinesti, que vivía en el exilio, pero aunque lo hubiera recordado habría dado igual.
—¡Gilthanas! —le gritó a su hermano en elfo—. ¡Han venido para llevarnos a casa! —Enrojeció al caer en la cuenta de que los demás no la entendían, así que repitió sus palabras en Común. Se volvió hacia los grifos—. ¿Llevaríais también a mis amigos?
Eso no pareció complacer en lo más mínimo a los grifos. Lanzaron una mirada feroz a los caballeros y se mostraron hostiles en extremo al ver al kender, que por fin había conseguido salir de la zanja y se había puesto a parlotear con excitación.
—¿De verdad voy a volar en un grifo? Eso no lo he hecho nunca. Una vez monté en un pegaso.
Graznando de modo estridente, los grifos conferenciaron y finalmente estuvieron de acuerdo en transportar también a los otros. Laurana tenía la vaga impresión de que lady Alhana les había pedido ese favor, aunque imaginara que los grifos no lo admitirían. Sin embargo, establecieron muchas condiciones antes de consentir que los demás se acercaran a ellos, en especial el kender y los caballeros.
Laurana se volvió para darles a sus amigos la buena noticia y se encontró con que sus palabras eran acogidas con expresiones desconfiadas, sombrías e inquietas.
—Tu hermano, los otros y tú podéis iros a lomos de estas criaturas si tal es tu deseo, lady Laurana —dijo fríamente Derek—, pero el kender se queda con nosotros.
Gilthanas se puso de pie. Tenía la mandíbula hinchada pero estaba totalmente recuperado de la conmoción.
—Yo me quedo con los caballeros —dijo en elfo—. No voy a dejar que se apoderen de ese Orbe de los Dragones y creo que tú deberías quedarte también.
—Gil, todo esto es un cuento que Tas se ha inventado... —empezó Laurana, mirándolo consternada. Su hermano negó con la cabeza.
—Te equivocas. Los caballeros hallaron confirmación de la existencia de los orbes en la biblioteca, allá en Tarsis. Si existe la posibilidad de que un Orbe de los Dragones haya sobrevivido a lo largo de estos últimos siglos, quiero ser yo quien lo encuentre.
—¿Qué farfulláis vosotros dos? —demandó Derek, desconfiado—. Hablad en Común para que podamos entenderos.
—Quédate conmigo, Laurana —la apremió Gilthanas, todavía en elfo—. Ayúdame a encontrar ese orbe. Hazlo por bien de nuestro pueblo en lugar de sumirte en la pena por el semielfo.
—¡Tanis dio la vida por mí! —exclamó Laurana con voz ahogada—. Estaría muerta si él no...