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—Somos enemigos del Señor del Dragón Feal-Thas —manifestó Derek—, Hemos prometido acabar con el hechicero.

—Nos vendrían bien vuestras espadas en esta lucha, señor caballero, pero no entraréis en batalla con Feal-Thas. Se queda escondido en su palacio de hielo o en las ruinas del castillo del Muro de Hielo.

—Entonces iremos allí para luchar con él —manifestó Derek—. ¿Hay más tribus en la zona? ¿Podría reunirse un ejército en poco tiempo?

Harald lo miró fijamente durante unos segundos y después el hombretón rompió a reír a mandíbula batiente. Las carcajadas eran tan fuertes que sacudieron el costillar que sostenía la tienda y contagiaron a los que estaban en ella.

—Qué bromista —dijo Harald cuando la risa le dejó hablar. Dio una palmada a Derek en el hombro.

—Te aseguro que no bromeaba —repuso Derek con convicción—. Vamos a ir al castillo del Muro de Hielo para retar al hechicero a luchar. Iremos solos, si es preciso. Nos han enviado al glaciar con una misión secreta muy importante...

—¡Vamos a buscar un Orbe de los Dragones! —gritó Tasslehoff con entusiasmo desde la otra punta de la tienda—. ¿Habéis visto alguno por algún sitio?

Aquello interrumpió de golpe la conversación de Derek con el jefe. Incorporándose furioso, el caballero se disculpó y abandonó la tienda del jefe. Les hizo un gesto a Brian y Aran para que lo acompañaran y lanzó una mirada fulminante al kender cuando cruzó por delante de él, mirada que le entró a Tas por un oído y le salió por otro sin que él se diera cuenta siquiera.

Poco después de que los caballeros se marcharan, Gilthanas se puso de pie.

—Te pido disculpas, jefe —dijo cortésmente el elfo—, pero los ojos se me cierran. Voy a mi tienda a descansar.

—Gil —dijo Laurana en un intento de detenerlo, pero su hermano fingió no oírla y salió.

Los tres caballeros estaban muy apretujados dentro de la pequeña tienda. No podían estar de pie porque el techo era demasiado bajo, así que se acuclillaron en el suelo, pegados hombro con hombro y casi chocando las cabezas.

—Bien, Derek, aquí estamos —dijo alegremente Aran, que estaba doblado hacia delante y con las rodillas a la altura de las orejas. Sin embargo, había recobrado el buen humor, ya que el jefe le había proporcionado algún sustitutivo de su acostumbrado brandy. La bebida era clara como el agua y la destilaban de las patatas que el pueblo del glaciar trocaba por pescado. Aran jadeó un poco con el primer trago y los ojos le lagrimearon, pero afirmó que, cuando uno se acostumbraba, el licor pasaba bastante bien.

»¿Qué era tan importante para que insultaras así al jefe y nos hicieras salir de forma tan precipitada? —preguntó mientras se llevaba la petaca a los labios.

—Brian, abre un poco el faldón de la tienda... Muy despacio —dijo Derek—. No llames la atención. ¿Qué ves? ¿Está ahí fuera?

—¿Quién? —preguntó Brian.

—El elfo.

Gilthanas deambulaba cerca y observaba a unos chiquillos que echaban sedales por un agujero abierto en el hielo para pescar peces. Brian habría pensado que le interesaba realmente lo que hacían los críos de no ser porque se delató al echar miradas penetrantes en dirección a la tienda de los caballeros.

—Sí —dijo de mala gana—. Está ahí fuera.

—¿Y qué? —preguntó Aran, que se encogió de hombros.

—Nos está espiando. —Derek hizo una seña para que se acercaran más—. Hablad en solámnico y no alcéis la voz. No me fío de él. Él y su hermana tienen intención de robar el Orbe de los Dragones.

—Igual que nosotros —dijo Aran, y dio un bostezo enorme.

—Quieren robárnoslo a nosotros —afirmó Derek—. Y si lo consiguen, se lo entregarán a los elfos.

—Mientras que nosotros se lo entregaremos a los humanos —insistió Aran.

—Eso es diferente —protestó Derek con gesto adusto.

—Oh, por supuesto. —Aran sonrió—. Somos humanos y ellos son elfos, lo que nos convierte a nosotros en los buenos y a ellos en los malos. Lo entiendo muy bien.

—Haré oídos sordos a ese comentario —replicó Derek—. Nosotros, los caballeros, tendríamos que ser los que decidiéramos el mejor modo de hacer uso del orbe.

Brian estaba sentado tan derecho como podía, lo que significaba que rozaba con la cabeza en el techo de la tienda.

—Lord Gunthar ha prometido que los caballeros llevarán el orbe al Consejo de la Piedra Blanca. Los elfos forman parte de ese consejo y tendrán voz y voto en cuanto a lo que se haga con el orbe.

—He estado reflexionando sobre ese asunto —dijo Derek—. No estoy seguro de que sea una buena decisión, pero eso ya lo decidiremos más adelante. De momento, no debemos perder de vista a ese elfo y a sus amigos. Creo que están todos conchabados, incluido Brightblade.

—Así que ahora somos nosotros los que espiamos. ¿Y qué dice la Medida sobre eso? —inquirió secamente Aran.

—«Conoce a tu enemigo» —replicó Derek.

Laurana sabía de sobra que Gilthanas se marchaba para espiar a Derek. También sabía que no podía hacer nada para impedírselo. Rebulló, incómoda. Ahora sentía mucho calor y tenía el estómago algo revuelto por el olor de los ruegos de turba, la proximidad de tantos cuerpos y el penetrante olor a pescado. Hizo ademán de levantarse para irse, pero una mirada de Sturm la detuvo y la elfa volvió a sentarse.

Harald se había quedado estupefacto con el aserto de Derek sobre ponerle cerco al castillo del Muro de Hielo. Fruncido el entrecejo, el jefe clavó los ojos en Sturm. Este aguantó pacientemente la mirada escrutadora y esperó a que el otro hombre hablara.

—Está loco, ¿verdad? —dijo Harald.

—No, jefe —contestó Sturm, sorprendido por el comentario—. Derek Crownguard es un miembro de alta graduación de la orden de caballería. Ha viajado desde muy lejos para llevar a cabo esta misión del Orbe de los Dragones.

—Habla de reunir ejércitos, de ir al castillo del Muro de Hielo para atacar al hechicero en su propia guarida —gruñó Harald—. Mis guerreros no sitian castillos. Lucharemos si nos atacan. Y si el adversario nos supera en número, tenemos los botes deslizantes para trasladarnos rápidamente a través del hielo y ponernos a salvo. —El jefe observó a Sturm con curiosidad—. Eres un caballero, ¿verdad? —Señaló el largo bigote de Sturm—. Viajas en compañía de caballeros. ¿Por qué no estás con ellos trazando planes o lo que quiera que sea que hacen ahora?

—No soy de su grupo, señor —respondió Sturm, que soslayó la cuestión de si era un caballero o no—. Mis amigos y yo nos encontramos con Derek y sus compañeros en Tarsis. La ciudad fue atacada y destruida por el ejército de los dragones. Nosotros escapamos por muy poco, aunque estuvimos a punto de perder la vida. Nos pareció prudente viajar juntos.

Harald se rascó la barba, pensativo.

—¿Dices que Tarsis ha sido destruida?

Sturm asintió con la cabeza.

—No me había dado cuenta de que esa guerra de la que habláis había llegado tan cerca del glaciar. ¿Y qué ha pasado con Rigitt? —El jefe parecía preocupado—. Nuestras embarcaciones surcan esas aguas, llevamos nuestras capturas a los mercados de esa ciudad.

—La ciudad no había sido atacada cuando la vimos por última vez —contestó Sturm—. Creo que, de momento, Rigitt está a salvo. Los ejércitos de los dragones extendieron demasiado su radio de acción cuando atacaron Tarsis y se vieron obligados a retroceder. Pero si Feal-Thas se hace más fuerte aquí, en el Muro de Hielo, podrá proporcionar el apoyo que las fuerzas de la oscuridad necesitan para mantener abiertas sus líneas de suministro y Rigitt caerá, como ha ocurrido con tantas otras ciudades a lo largo de la costa. Entonces la oscuridad caerá sobre todo Ansalon.