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Las voces sonaban apagadas. Brian rodeó la tienda por detrás para escuchar de qué hablaban. Se despreciaba por espiar a los que había llegado a considerar sus amigos, pero en el instante en que oyó a Laurana mencionar el antiguo reino elfo se despertaron sus sospechas.

—Ya lo sabemos —le dijo Laurana a Flint cuando el enano entró en la tienda—. Has tenido un sueño. ¿Sobre Silvanesti?

—Por lo que veo no he sido el único —comentó Flint con voz enronquecida. Parecía nervioso, intranquilo—. Supongo que queréis que os cuente...

—¡No! —se opuso Sturm con voz áspera—. No, no quiero hablar de ello... ¡Nunca!

Laurana murmuró algo que Brian no entendió.

Estaba perplejo. Hablaban de un sueño, un sueño sobre Silvanesti. No tenía sentido. Movió los pies para que conservaran el calor y siguió escuchado.

—Yo tampoco podría hablar —estaba diciendo Flint—. Sólo quería comprobar que en verdad era un sueño. Parecía tan real que creí que os encontraría a ambos...

Brian oyó pisadas y se refugió de nuevo en las sombras. El kender pasó corriendo a su lado, tan excitado que ni siquiera se fijó en él. Tas apartó el faldón de la tienda y se coló dentro.

—¿Es verdad que hablabais de un sueño? Yo nunca sueño... O por lo menos no recuerdo haberlo hecho. Los kenders no solemos soñar. Bueno, supongo que sí. Hasta los animales sueñan, pero...

El enano soltó un gruñido y Tas volvió a retomar el tema de la conversación.

»¡Bien, pues he tenido un sueño verdaderamente fantástico! Árboles derramando lágrimas de sangre. ¡Terribles elfos muertos que mataban a la gente! ¡Raistlin con la Túnica Negra! ¡Era totalmente increíble! Y vosotros también estabais. ¡Y todos moríamos! Bueno, casi todos. Raistlin no moría. Y había un dragón verde...

Ninguno de los otros que estaban dentro de la tienda dijo nada. Hasta el enano se había quedado callado, y eso era raro porque Flint rara vez le permitía al kender parlotear, y menos si decía tantas tonterías. El silencio de sus amigos logró que Tas se callara. Cuando volvió a hablar dio la impresión de que intentaba azuzarlos para que contestaran.

—Un dragón verde. Raistlin vestido de negro. ¿He dicho ya eso? La verdad es que le sentaba muy bien. El rojo siempre le hace parecer un poco avinagrado, no sé si sabéis lo que quiero decir...

Al parecer no lo sabían, porque el silencio se prolongó, se hizo más intenso.

»Bien, supongo... que lo mejor será que vuelva a mi tienda. ¿O tal vez queréis que os cuente el resto? —Miró a su alrededor, esperanzado, pero nadie contestó.

»Bueno, buenas noches —murmuró, y regresó a su tienda.

Negando con la cabeza, perplejo, pasó al lado de Brian, otra vez sin verlo.

»¿Qué les pasa a todos? —masculló el kender—. ¡Sólo es un sueño! Aunque he de admitir —añadió en tono sombrío—, que era el sueño más real que he tenido en toda mi vida.

Dentro de la tienda nadie hablaba. Brian pensó que aquello era muy extraño, pero le aliviaba saber que no estaban tramando nada contra ellos. A punto de volver a su tienda oyó la voz de Flint.

—No me importa tener una pesadilla, pero no me gusta nada compartirla con un kender. ¿Cómo puede ser que todos hayamos soñado lo mismo? ¿Y qué significa?

—Tierra extraña... Silvanesti —dijo Laurana en tono pensativo. La luz se movió por debajo de la tienda y la elfa apartó el faldón de la entrada. Brian se sumergió en las sombras con la ferviente esperanza de que no lo hubiera visto.

»¿Creéis que nuestro sueño ha sido real? —La voz de Laurana tembló—. ¿Habrán muerto los demás, como vimos?

—Nosotros estamos aquí —contestó Sturm en tono tranquilizador—. No hemos muerto. Lo único que podemos hacer es confiar en que nuestros amigos tampoco hayan perecido. Y... —hizo una pausa—. Puede sonar extraño, pero de alguna forma sé que están bien.

Brian tuvo un sobresalto. Sturm hablaba como si estuviera muy seguro de sí mismo, pero, después de todo, sólo había sido un sueño. Sin embargo, resultaba muy raro que todos lo hubieran compartido.

Laurana salió a la noche. Llevaba una gruesa vela y la llama le iluminaba la cara. Estaba pálida por la impresión de la pesadilla y parecía sumida en sus pensamientos. Gilthanas salió de su tienda, que estaba justamente enfrente de la de Brian, así que el caballero se encontró atrapado. Mientras los dos siguieran allí no podía regresar.

—Laurana —dijo el elfo, que se acercó rápidamente al verla—. Estaba muy preocupado. ¡He soñado que morías!

—Lo sé —contestó ella—. He tenido el mismo sueño, igual que Sturm, Flint y Tas. Todos hemos soñado lo mismo sobre Tanis, Raistlin y el resto de nuestros amigos. Era un sueño horrible y, sin embargo, al mismo tiempo resulta reconfortante. Sé que Tanis está vivo, Gil. ¡Lo sé! Y los demás también. Ninguno lo entendemos...

Los dos entraron en la tienda del elfo para acabar la conversación. Brian estaba a punto de volver a la suya, profundamente avergonzado, cuando oyó un movimiento. El enano y el caballero salían de la tienda y Brian tuvo que agazaparse de nuevo en las sombras mientras juraba que no volvería a espiar a nadie más en toda su vida. ¡Él no estaba hecho para eso!

—Bueno, ya que puedo olvidarme de dormir más esta noche —decía Flint—, me ocuparé del turno de guardia.

—Te acompañaré —se ofreció Sturm.

—Supongo que nunca llegaremos a saber cómo o por qué hemos soñado todos lo mismo —comentó el enano.

—Supongo que no —respondió Sturm.

El enano salió de la tienda y Sturm iba a seguirlo, pero, al parecer, vio algo caído en el suelo, detrás del faldón de la tienda. Se agachó a recogerlo. El objeto rutilaba con una intensa luz blanca azulada, como si una estrella hubiera caído del cielo para descansar en la mano de Sturm. El caballero se quedó inmóvil, con los ojos prendidos en el brillante objeto y dándole vueltas en la mano. Brian lo vio con claridad: un colgante en forma de estrella. La joya refulgía con luz propia. Era increíblemente hermosa.

—Supongo que no —repitió Sturm sin dejar de mirar la joya; su voz sonaba pensativa. Cerró la mano con fuerza sobre el colgante, agradecido por haberlo recuperado.

Al pasar delante de la tienda de Gilthanas, Sturm oyó la voz de Laurana en el interior y entró agachado. Brian se apresuró a regresar a su propia tienda, se deslizó dentro, tropezó con los pies de Aran y llegó a su cama de pieles. Alcazaba a oír hablar a los tres en la tienda de enfrente.

—Laurana, ¿puedes decirme algo sobre esto? —pidió Sturm.

Brian la oyó dar un respingo. Gilthanas dijo algo en elfo.

—¡Sturm, es una Joya Estrella! —exclamó Laurana con admiración—. ¿Cómo has conseguido algo así?

—Lady Alhana me la dio antes de separarnos —contestó Sturm en un tono quedo y reverente—. Yo no quería aceptarlo porque me di cuenta de que era muy valioso, pero ella insistió...

—Sturm —la voz de Laurana sonó ahogada por la emoción—. Ésta es la respuesta o, al menos, parte de ella. Las Joyas Estrella son regalos que una persona enamorada entrega a su amado. La joya crea un lazo que los une en corazón, mente y alma, aunque estén separados. Es un lazo espiritual, no físico, y es imposible romperlo. Algunos creen que dura incluso más allá de la muerte.

La respuesta de Sturm sonó tan apagada que Brian no llegó a oírla. Sus pensamientos volaron hacia Lillith —a quien había tenido presente durante todo el viaje— y se imaginó lo que sentía el caballero.

—Es la primera vez que oigo que se ha dado una Joya Estrella a un humano —comentó Gilthanas en tono hiriente—. Tiene un valor incalculable. Tanto como un reino pequeño. Podrías darte una buena vida.

—¿De verdad piensas que vendería esto alguna vez? —demandó Sturm, temblorosa la voz de rabia—. ¡En tal caso, no me conoces!

Gilthanas guardó silencio unos instantes.

—Te conozco, Sturm Brightblade —susurró después—. Me equivoqué al insinuar tal cosa. Perdóname, por favor.