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—Puede que sí y puede que no —intervino Elistan—. Una piedrecilla que cae a un lago produce ondas que se expanden más y más hasta alcanzar la orilla. La distancia entre Solamnia y el Muro de Hielo es vasta, pero aun así los dioses han considerado adecuado que nos encontremos. Quizá por el Orbe de los Dragones —dijo a la par que miraba a Derek, y después desvió los ojos hacia Harald—, o quizá para que aprendamos a respetarnos y honrarnos unos a otros.

—Y si Feal-Thas muriera, no es probable que Ariakas envíe a alguien a ocupar su puesto —dijo Sturm—. A mi entender, el ataque a Tarsis no demostró la fuerza de la reina Takhisis, sino que puso de manifiesto su debilidad. Si hubiera un modo de que colaboráramos...

—Ya he dicho cómo —lo interrumpió Derek, irritado—. Atacando el castillo del Muro de...

Laurana dejó de prestar atención. Estaba harta de discusiones, de peleas. Derek jamás entendería a Harald y viceversa. Sus pensamientos se centraron en Tanis. Ahora que creía que estaba vivo, se preguntaba si esa mujer, Kitiara, se hallaría con él. Laurana la había visto con Tanis en el sueño. Kit era preciosa, con ese cabello negro y rizado, la sonrisa sesgada, los centelleantes ojos oscuros...

Había algo en ella que le resultaba familiar. Laurana tenía la impresión de haber visto aquellos ojos antes.

«No seas estúpida —se dijo—. Mira que dejarte llevar por los celos... Sturm tiene razón. Kitiara está lejos de Silvanesti. ¿Por qué iba a encontrarse allí? Es extraño que sienta esa conexión con ella, como si nos hubiésemos conocido...»

—Seguiremos adelante con nuestros planes, jefe, sea lo que sea lo que decidas hacer tú... —decía Derek con acaloramiento. Laurana se puso de pie y se alejó del grupo.

Hacía un buen rato que Tasslehoff se había aburrido de la conversación y se había desplazado al fondo de la tienda, donde estaba revolviendo los saquillos y sacando cosas de ellos para deleite de varios niños que se sentaban en cuclillas a su alrededor. Entre sus tesoros había un trozo de cristal en forma de triángulo con caras pulidas y aristas agudas.

Debía de haberlo encontrado en Tarsis, comprendió Laurana. Parecía una pieza de alguna lámpara elegante o tal vez un fragmento del pie de una copa de vino.

Tasslehoff estaba acuclillado justo debajo de uno de los agujeros de ventilación del techo. El sol de mediodía penetraba a raudales por él y creaba un halo brillante alrededor del kender.

—¡Mirad! —les dijo a los niños—. Voy a hacer un truco mágico que me enseñó un gran hechicero muy poderoso llamado Raistlin Majere. —Tas alzó el trozo de cristal hacia el sol—. Ahora voy a pronunciar las palabras mágicas: «abracadabra pata de cabra».

Movió el cristal de forma que unos pequeños arco iris aparecieron desplazándose por la tienda. Los niños gritaron con regocijo y Derek, desde el otro extremo de la casa larga, les lanzó a todos una mirada severa y ordenó a Tasslehoff que dejara de hacer el tonto.

—Vas a ver lo que es hacer el tonto —masculló el kender, que movió de nuevo el cristal y consiguió que uno de los arco iris se reflejara sobre la cara de Derek.

El caballero parpadeó cuando la luz del sol le dio en los ojos. Los niños aplaudieron y rieron y Tas sofocó una carcajada. Derek se puso de pie, malhumorado. Laurana le indicó con un gesto que ella se encargaría de aquello y Derek volvió a sentarse.

—¿De verdad te enseñó Raistlin cómo hacer eso? —preguntó Laurana mientras se sentaba al lado de Tas, con la esperanza de distraer al kender y dejara de fastidiar al caballero.

—Oh, sí —contestó Tas, orgulloso—. Te contaré cómo fue. Es una historia muy interesante. Flint diseñaba el engaste de un colgante para uno de sus clientes y el colgante no aparecía por ningún sitio. Me ofrecí para ayudarle a encontrarlo, así que fui a casa de Raistlin y Caramon a preguntarles si lo habían visto. Caramon no estaba en casa y Raistlin estaba con la nariz metida en un libro. Me dijo que no le molestara y le contesté que me sentaría y esperaría a que volviera su hermano, y Raistlin me preguntó si pensaba estar todo el día allí, incordiándole, y dije que sí, que tenía que encontrar el colgante. Entonces soltó el libro, se acercó a mí y me volvió del revés todos los bolsillos, y... ¿a que no adivinas qué pasó? ¡Allí estaba el colgante!

»Estaba muy contento por haberlo encontrado y dije que se lo llevaría a Flint, pero Raistlin dijo que no, que se lo llevaría él después de comer y que me tenía que ir y dejarle en paz. Le dije que creía que de todas formas iba a quedarme a esperar a Caramon, porque no lo había visto desde el día anterior. Raistlin me miró y después me preguntó si me iría si me enseñaba un truco de magia. Contesté que tendría que irme porque querría enseñarle el truco a Flint.

»Raistlin sostuvo la joya en alto, donde le daba la luz, pronunció las palabras mágicas y... ¡aparecieron los arco iris! Entonces me hizo sostener la joya hacia arriba, hacia la luz, me enseñó las palabras mágicas y... ¡Tachan, hice arco iris! Me enseñó otro truco mágico. Mira, te lo haré.

Alzó el cristal hacia el sol de forma que los rayos lo atravesaban y brillaban sobre el suelo. Tas apartó una de las alfombras de piel dejando a la vista el hielo que había debajo. Sostuvo el cristal sin moverse, enfocándolo en el hielo. Los haces de luz irradiaron con fuerza sobre el hielo y empezaron a derretirlo. Los niños soltaran una exclamación de asombro.

—¿Ves? —dijo Tas, enorgullecido—. ¡Magia! La vez que le hice la demostración a Flint prendí fuego al mantel.

Laurana disimuló una sonrisa. No era magia. Los elfos habían usado prismas desde que eran elfos, así como el cristal, el fuego y los arco iris.

Fuego y arco iris.

Laurana contempló fijamente el hielo que se derretía y de repente supo cómo podrían derrotar los Bárbaros de Hielo a sus enemigos.

La elfa se puso de pie. Primero pensó decírselo a los otros, pero luego pensó que no. ¿Qué demonios hacía? Ahí estaba ella, una doncella elfa, diciéndoles cómo luchar a unos caballeros solámnicos curtidos en mil batallas. No le harían caso. O lo que era peor, se reirían de ella. Había otro problema. Su idea dependía de la fe en los dioses. ¿Era su fe lo bastante firme?

¿Se jugaría la vida y la vida de sus amigos y la de los Bárbaros de Hielo confiando en esa fe?

Laurana retrocedió despacio. Al imaginarse explicando su idea se sintió repentinamente mareada, como la primera vez que había tocado el arpa para los invitados de sus padres. Había ofrecido una interpretación bellísima, o eso le había dicho su madre. Laurana no recordaba nada, excepto que después vomitó. Desde la muerte de su madre, Laurana había actuado como anfitriona de los invitados de su padre y había tocado el arpa para ellos muchas veces. Había hablado con dignatarios y, últimamente, había hablado con representantes del grupo de refugiados de Pax Tharkas y no se había sentido nerviosa, quizá por estar a la sombra protectora de su padre o la de Elistan. Ahora, si se decidía a hablar, tendría que hacerlo sola, a la brillante luz del sol.

«Quédate callada, estúpida», se increpó para sus adentros, y estaba decidida a hacer caso, pero entonces recordó a Sturm diciéndole que defendiera aquello en lo que creía.

—Sé cómo asaltar el castillo del Muro de Hielo —dijo, y, aprovechando el momento de estupor de quienes la miraban boquiabiertos, añadió, falta de aliento, sorprendida de su arranque de valor—: Con la ayuda de los dioses, lograremos que el castillo se ataque a sí mismo.