Patricia la guió por calles lodosas. La lluvia había amainado, por las cunetas corrían arroyos de agua sucia. Se aproximaron a una zona de casas humildes, pero cuidadas, paredes de adobe con tejas. Parecía un barrio tranquilo cerca de la laguna. Patricia se puso un dedo en los labios pidiendo silencio. Viviana bajó la velocidad. Patricia señaló una casa en medio de la cuadra y le hizo señas de dar la vuelta. Cuando Viviana intentaba hablar, la callaba poniéndose un dedo sobre los labios.
– No nos oye nadie, Patricia -dijo Viviana, dulcemente-. Vamos en el carro -la muchacha se rió bajito.
– ¡Qué tonta! Es la costumbre. Perdone. Dé la vuelta a la manzana.
Se suponía que las otras dos estarían esperando detrás de unos tachos de basura. Era el lugar convenido, pero no había nadie. Patricia se bajó. Era un predio vacío.
Volvió al carro. Gemía como la criatura que era. ¿Qué pasaría?
– Ay, Dios mío, ¿qué les pasó? Por favor dé una vuelta por aquí. Tal vez se escondieron en otro lugar.
Viviana fotografió la casa con su teléfono móvil. Tras media hora de recorrer calles, empezó a oscurecer. No había rastro de las muchachas.
– Creo que tus amigas no tuvieron tu suerte, Patricia -dijo al fin-. Te vas a venir a mi casa y después vamos a ver qué hacemos.
– Son mis amigas.
– Pero ya hicimos lo posible.
– Otra vuelta más, por favor.
Una hora más tarde, se rindió.
– Tiene razón -le dijo-. Vamos adonde usted quiera.
La casa estaba a oscuras cuando llegaron. Viviana abrió el sofá-cama de su estudio. Le prestó una camiseta, cepillo de dientes. Fue a mirarla antes de irse a dormir. Sobre las almohadas blancas, el rostro de la muchacha sin maquillaje era terso e inocente. Menos mal que uno jamás imaginaría, mirándola, lo que esa niña había vivido, pensó Viviana. Suerte que el infortunio no se leía a flor de piel, suerte que las caras no poseyeran el don de la elocuencia.
Llamó a Eva. Cuando oyó su voz pensó que despertaba de una pesadilla. Aliviada, lloró mientras le contaba lo sucedido.
– ¿Cómo pueden pasar cosas así? Eva, ¿cómo es posible? -Eva lloró también-. ¿Qué hago con ella?
– Llevála a Casa Alianza mañana. Allí le darán refugio.
– No creo que pueda -le dijo-. No puedo dejarla ir. Tengo que protegerla. Y denunciar a ese cochino de Jiménez.
Dio vueltas en la cama sin poder dormir. Se levantó y se sentó frente a la computadora. Buscó datos en Internet. Veintisiete millones de personas en el mundo, cuatrocientas veces más que el número total de esclavos forzados a cruzar el Atlántico desde África, eran víctimas del tráfico humano. El ochenta por ciento mujeres.
Patricia apareció la semana siguiente en su programa, con el rostro distorsionado por un filtro para resguardar su identidad. Habló con aplomo. Dio detalles que eliminaron cualquier duda sobre la veracidad de su testimonio.
(Materiales históricos)
La Prensa
SE HUNDE JIMÉNEZ
El Presidente de la República, Paco Puertas, aceptó hoy la renuncia irrevocable del magistrado Roberto Jiménez. Su renuncia se esperaba desde ayer, tras una reunión privada del Presidente con los Magistrados de la Corte Suprema en el Palacio Presidencial. Jiménez ha sido implicado en una red de tráfico de menores que exporta niñas a toda la región con el fin de explotarlas sexualmente. La periodista de Tv i, Viviana Sansón, dio a conocer la historia en la edición del telediario del día 8 de julio. El magistrado Jiménez ha sido indiciado por la Procuraduría General de la República y deberá presentarse a los tribunales para responder por la causa de la que se le acusa. Mientras tanto el Juez ha dictado que permanezca en su casa de habitación con cárcel preventiva.
La cafetera
De la taza, Viviana pasó a una cafetera que brillaba sobre la repisa. Sonrió al reconocerla. ¿Quién la habría pulido? La última vez que la vio fue dentro de su carro cuando pensó llevarla a reparar. Tenía la manía de tratar de burlar los mecanismos que la tecnología incorporaba sutilmente a los electrodomésticos para dotarlos de un límite preciso de vida. Era ridículo que las antiguas cafeteras duraran años y que estas, supuestamente tan eficientes, no tuvieran remedio una vez que fallaban. La cafetera había presidido las reuniones del club del libro y después las del grupo de amigas que evolucionó hasta convertirse en el consejo político del pie.
Vos te la llevaste, le dijo Ifigenia, cuando ella preguntó si no la habría dejado olvidada en su casa.
Viviana se acercó a la repisa. Tocara lo que tocara flotaba en el tiempo, viajaba a zonas de su vida súbitamente iluminadas. Olía, percibía el clima, las yemas de sus dedos registraban lo áspero, lo suave de pieles y superficies. Viajaba por su memoria y la observaba como si estuviese tras uno de esos espejos donde se puede ver sin ser visto. Tomó la cafetera en sus manos. Era un cuerpo metálico, color plata. La pastilla de café se introducía al frente, el agua. en el receptáculo posterior. En un tris, el café caía sobre la taza perfecto y espumoso.
Concluyó que alguien la habría sacado del carro. A menudo olvidaba cerrar las puertas con llave. Sintió un cosquilleo.
Estaba al lado de la mesa en la casa de Ifigenia, el aroma del café brotaba de la taza. junto a esta vio el plato con galletas danesas de mantequilla que Martina llevaba a las reuniones en la caja de lata redonda y roja y que a ella le recordaba la que usaba su abuela para guardar sus cosas de costura.
Viviana dijo que le gustaría lavar el país. Lavarlo y plancharlo. Se rieron todas. Estaban sentadas, descalzas, meciéndose en las sillas de balancines, fumando y tomando ron o vino, al lado del pequeño jardín de helechos crespos del estudio de Ifigenia, con la discreta fuente al fondo y dos hermosas higueras que daban sombra. Le envidiaban los dedos verdes a la Ifi, aunque ella siempre protestaba y decía que el jardín no se debía al color de sus dedos, sino al tiempo que le dedicaba. Ifigenia administraba muy bien su vida, sus hijos y su marido. A las demás les encantaba llegar a su casa. Era grande, pero acogedora, un reflejo del orden y calidez de su personalidad. Dentro de ella, Ifigenia consideraba el estudio y el jardín su "cuarto propio". Mientras estaba allí, ni hijos ni marido la interrumpían.
– Nunca imaginé decir esto, pero estoy empezando a pensar que una golondrina sí puede hacer verano. ¿Qué tal si aprovechamos que ahora soy tan conocida y estas cinco golondrinas que estamos aquí hacemos algo de verdad por este país? ¿Lo lavamos en serio? La indiferencia me está matando y para todo lo que se me ocurre se necesita tener poder… ¿Qué tal si creamos un partido que quiebre todos los esquemas? preguntó Viviana.
– Vos ganarías en unas elecciones -rió Eva-, ni lo dudés. Estás en el primer lugar del hit parade. Vimos la encuesta. La gente te ama, pero… ¿hacer un partido?… esas son palabras mayores… ¿Por qué no le ofreces tu candidatura a alguno de esos de la oposición?
– ¿Cómo? -saltó Martina- ¿Vas a mandar a nuestra estrella a que la atropelle esa manada de canallas de la oposición? Sobre mi cadáver.
– A ver, ¿cuál es tu idea? -intervino Ifigenia-. Se me ocurre que le has estado dando vueltas. Vos no sos de las que hablan al peso de la lengua.
Eva y Martina que empezaban a discutir entre ellas, callaron.
– ¿Cuál es mi idea? Vamos a ver. Ya hay mujeres presidentas. Eso no es novedad. Lo que no hay es un poder femenino. ¿Cuál sería la diferencia? Yo imagino un partido que proponga darle al país lo que una madre al hijo, cuidarlo como una mujer cuida su casa; un partido "maternal" que blanda las cualidades femeninas con que nos descalifican, como talentos necesarios para hacerse cargo de un país maltratado como este. En vez de tratar de demostrar que somos tan "hombres" como cualquier macho y por eso aptas para gobernar, hacer énfasis en lo femenino, eso que normalmente ocultan, como si fuera una falla, las mujeres que aspiran al poder: la sensibilidad, la emotividad. Si hay algo que necesita este país es quién lo arrulle, quién lo mime, quién lo trate bien: una mamacita. Es el colmo, ¿verdad? ¡Hasta la palabra "mamacita" está desprestigiada! Una palabra tan bonita. ¿Qué tal entonces si pensamos en un partido que convenza a las mujeres, que son la mayoría de votantes, de que actuando y pensando como mujeres es que vamos a salvar este país? ¿Qué tal si con nuestras artes seductoras de mujeres y madres, sin falsificarnos ni renunciar a lo que somos, les ofrecemos a los hombres ese cuido que les digo?