Hagen se sonrojó. Si el Don le hubiese dicho lo mismo, lo hubiera aceptado humildemente, pero ¿quién diablos era Michael para emitir un juicio tan tajante?
– Bien -dijo Tom-, pero da la casualidad de que opino igual que Tessio. También pienso que sigues un camino equivocado. El traslado a Las Vegas se hará por debilidad, no por otra cosa. Y eso no puede dar buenos resultados. Barzini es como un lobo, y si lanza dentellada tras dentellada, las otras Familias no correrán a ayudar a los Corleone.
Finalmente, el Don se decidió a hablar.
– Todo esto no es cosa de Michael, Tom -dijo-. Él se limita a seguir mis consejos. Es posible que haya que hacer cosas de las que no quiero responsabilizarme. Ése es mi deseo, no el de Michael. Yo nunca he pensado que fueras un mal _consigliere_. En cambio, sí pensaba que Santino, que Dios tenga en su gloria, sería un mal Don. Tenía buen corazón, pero en ocasión de mi accidente demostró que no era el hombre adecuado para dirigir los asuntos de la Familia. ¿Y quién iba a pensar que Fredo se convertiría en un lacayo de las mujeres? Así, pues, te ruego que no estés resentido. Michael cuenta con toda mi confianza, lo mismo que tú. Por razones que no debes saber, no tomarás parte en lo que pueda suceder. Pero, mira, en lo referente al regime de Lampone, le dije a Michael que te darías cuenta. Eso demuestra que tengo fe en ti.
Michael se echó a reír.
– Francamente, Tom, no pensé que te dieras cuenta.
Hagen sabía que le estaban dando coba.
– Tal vez pueda ayudar -balbució.
Michael negó con la cabeza y, con voz áspera, dijo:
– Te repito que quedas al margen, Tom.
Tom Hagen terminó su whisky y, antes de abandonar la estancia, dirigió un leve reproche a Michael.
– Eres casi tan bueno como tu padre -le dije pero te falta una cosa por aprender.
– ¿Cuál? -preguntó Michael.
– Cómo decir «no» -respondió Hagen.
Gravemente, Michael asintió.
– Tienes razón. Lo recordaré. Cuando Hagen se hubo marchado, Michael dijo en tono de broma a su padre:
– Del mismo modo que me has enseñado las demás cosas, enséñame a decir que no a la gente.
El Don fue a sentarse detrás de la enorme mesa y se tomó unos segundos antes de contestar:
– No puedes decir «no» a las personas que aprecias, al menos con frecuencia. Ése es el secreto. Cuando tengas que hacerlo, haz que parezca que dices «sí». Aunque lo mejor es conseguir que sean ellos mismos quienes digan «no». Pero eso es algo que se aprende con el tiempo. De todos modos, yo soy un hombre chapado a la antigua, mientras que tú perteneces a la nueva generación. No me hagas demasiado caso.
Michael se echó a reír y exclamó:
– ¡De acuerdo! Sin embargo, te parece bien que Tom quede al margen ¿no?
– Efectivamente. No debe mezclarse en esto.
– Creo que ha llegado el momento de que te diga que lo que voy a hacer no es sólo en venganza por lo de Apollonia y Sonny -explicó Michael-. Es lo único que cabe hacer. Tessio y Tom tienen razón acerca de los Barzini.
Don Corleone asintió con la cabeza y dijo:
– La venganza es un plato que sabe mejor cuando se sirve frío. Si concerté la paz fue porque sabía que era el único modo de que siguieras con vida. Me sorprende, sin embargo, que Barzini hiciera un nuevo intento contra ti. Quizá la cosa se decidió antes de que se «firmara» la paz y él no pudo evitarlo. ¿Estás seguro de que el objetivo no era Don Tommasino?
– Eso es lo que querían aparentar. Y la cosa les hubiera salido redonda, hasta el punto de que ni siquiera tú hubieses sospechado. Pero resulta que salí con vida. Vi huir a Fabrizzio. Y, naturalmente, desde mi regreso he hecho averiguaciones.
– ¿Has encontrado al pastor? -preguntó el Don.
– Sí, lo encontré. Hace un año. Tiene una pizzería de Buffalo, con un nuevo nombre, y un pasaporte y un carné de identidad falsos. A Fabrizzio, el pastor, las cosas parecen irle muy bien.
– Bien. Siendo así, no tiene objeto seguir esperando. ¿Cuándo empezarás?
– Quiero aguardar a que Kay haya dado a luz. Por si algo saliera mal ¿sabes? Además, para cuando empiece el jaleo Tom tiene que estar en Las Vegas. Así, quedará al margen de todo. Dejaremos pasar un año, más o menos.
– ¿Estás preparado para todo? -preguntó el Don, evitando mirar a su hijo.
– Tú no intervendrás -dijo Michael-. No tendrás responsabilidad alguna. La responsabilidad será únicamente mía. Ni siquiera te permitiré ejercer el derecho de veto. Si tratas de hacerlo, abandonaré la Familia y seguiré mi propio camino.
El Don permaneció silencioso durante unos minutos, sumido en sus pensamientos. Luego, sacudiendo la cabeza, dijo:
– De acuerdo. Tal vez es por eso por lo que me he retirado. Ya he cumplido mi misión en la vida. Mis fuerzas, tanto físicas como mentales, ya no son como antes. Y hay algunos trabajos que la mayoría de los hombres no pueden llevar a cabo. De modo que haz lo que estimes conveniente.
En el transcurso de aquel año, Kay Adams Corleone dio a luz al segundo de sus hijos, otro niño. El parto no ofreció dificultades, y cuando Kay regresó a la finca, fue recibida como una auténtica princesa. Connie Corleone regaló al bebé unas prendas de seda, muy bonitas y costosas, confeccionadas en Italia. Dirigiéndose a Kay, le dijo:
– Las encontró Carlo. Recorrió las mejores tiendas de Nueva York, pues nada de lo que yo encontré le gustaba.
Mientras le dedicaba una sonrisa de agradecimiento, Kay pensó que Connie también le contaría la historia a Michael. Evidentemente, Kay empezaba a convertirse en una siciliana.
También durante aquel año, una hemorragia cerebral acabó con la vida de Nino. Su muerte acaparó la primera página de los periódicos sensacionalistas, porque la película que había protagonizado para la productora de Johnny Fontane había sido estrenada unas semanas antes, y estaba siendo un éxito de taquilla. Los periódicos mencionaban el hecho de que Johnny se ocupara de todo lo concerniente a los funerales, que se efectuarían en privado, con la sola asistencia de los familiares y amigos más íntimos. Uno de los periódicos decía que Johnny Fontane se culpaba a sí mismo de la muerte de su amigo, por no haberlo obligado a someterse a tratamiento médico; pero el periodista lo presentaba como un hombre sensible e inocente ante una tragedia que no había podido evitar. Johnny Fontane había convertido a su amigo de la infancia, Nino Valenti, en una estrella del cine ¿qué más podía esperarse que hiciese?
Ningún miembro de la familia Corleone fue al funeral, celebrado en California, a excepción de Freddie. Asistieron también Jules Segal y Lucy. El Don hubiera querido ir, pero sufrió una leve indisposición cardíaca que le tuvo en cama durante un mes. En cambio, envió una enorme corona de flores. Como representante oficial de la Familia fue Albert Neri.
Dos días después del funeral de Nino, Moe Greene fue muerto a tiros en el apartamento hollywoodiense de una actriz, que era su amante. Albert Neri no volvió a aparecer por Nueva York hasta casi un mes más tarde; se había ido de vacaciones al Caribe, y cuando se reincorporó a su trabajo estaba muy bronceado. Michael Corleone le dio la bienvenida con una sonrisa y unas palabras de agradecimiento. Le dijo también que, a partir de entonces, se le concedían, aparte de lo que ya tenía, los ingresos procedentes de una de las más boyantes oficinas de apuestas ilegales, situada en el East Side. Neri se sentía contento y satisfecho de vivir en un mundo en el que el hombre activo y cumplidor era debidamente recompensado.