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Físicamente, Neri era una maravilla. Sus reflejos y la coordinación de sus movimientos eran tales, que podía haber sido un nuevo Joe DiMaggio. Clemenza se dio cuenta de que no se trataba de un hombre a quien él pudiera controlar, de modo que fue puesto a las órdenes directas de Michael Corleone, con Tom Hagen como indispensable intermediario. Era un «especial», y como tal cobraba un salario muy alto; pero no tenía medios propios de vida.

Saltaba a la vista que sentía un enorme respeto hacia Michael Corleone. Un día, Tom Hagen le dijo a Michael, bromeando:

– Bien, ya tienes a tu Luca.

Michael asintió. Albert Neri le sería fiel hasta la muerte. Y lo sabía sin sombra de duda, porque había aprendido de su padre. En cierta ocasión, mientras aprendía y se instruía en los secretos del negocio al lado del Don, le preguntó a éste:

– ¿Por qué motivo te decidiste por un tipo como Luca Brasi? Era un verdadero animal.

– En este mundo hay hombres que están pidiendo a gritos que los maten -respondió el Don-. Supongo que te habrás dado cuenta de ello. Les gusta jugar, se pelean con cualquiera si les abollan el parachoques del automóvil, ofenden y humillan a personas cuya fuerza desconocen. He visto a un hombre, un loco, provocar a un grupo de tipos peligrosos, sin la menor posibilidad de vencer. Son gente que anda por el mundo gritando: «¡Matadme!». Y siempre encuentran a alguien dispuesto a complacerlos. Todos los días leemos acerca de ello en los periódicos. Esas personas, naturalmente, se dañan a sí mismas, pero perjudican también a los demás, Luca Brasi era un hombre de éstos, pero tan extraordinario, que durante mucho tiempo nadie consiguió matarlo. La mayoría de estos tipos deben tenernos sin cuidado, pero un Brasi es un arma poderosa que conviene utilizar. Especialmente si tenemos en cuenta que no teme a la muerte, a pesar de que la busca. Todo consiste en procurar convertirse en la única persona del mundo a la que no estaría dispuesto a matar. Conseguido esto, el Luca Brasi de turno es tuyo.

El Don le había dado una lección magistral. Con el tiempo, Michael la aprovecharía para hacer de Neri su Luca Brasi.

Y ahora, finalmente, Albert Neri, solo en su apartamento del Bronx, estaba a punto de volver a ponerse su uniforme de policía. Lo cepilló con esmero. Luego abrillantaría la placa. También tendría que limpiar la visera de la gorra, y los pesados zapatos negros. Neri se sentía a gusto.

31

Aquel mismo día, dos lujosos automóviles aparcaron en el sendero de entrada de la finca. Uno de los dos coches llevaría a Connie Corleone, a su madre, a su marido y a sus dos hijos al aeropuerto. La familia Rizzi iba de vacaciones a Las Vegas, antes de trasladarse definitivamente a dicha ciudad. Michael así se lo había ordenado a Carlo, haciendo caso omiso de las protestas de Connie. Michael no se había molestado en explicar que quería que todos se marcharan de la finca antes del encuentro entre los Corleone y los Barzini. En realidad, la reunión era del máximo secreto; los únicos que estaban enterados de ella eran los capas de la Familia.

El otro automóvil era para Kay y sus hijos, que iban a New Hampshire, a visitar a los Adams. Michael tendría que quedarse en la finca; sus asuntos no le permitían salir de viaje.

La noche anterior, Michael había ordenado que le transmitiesen a Carlo Rizzi que lo necesitaría durante unos días en la finca, y que después podría reunirse con su esposa y sus hijos. Connie se había puesto furiosa. Trató de hablar por teléfono con su hermano, pero le dijeron que había ido a la ciudad.

Ahora intentaba verlo, pero Michael estaba reunido con Tom Hagen y había dado orden de que no se le molestara bajo ningún pretexto. Antes de que el automóvil se pusiera en marcha, Connie besó a su marido y le dijo: carte.

– Iré, no te preocupes -repuso él con una sonrisa.

– ¿Sabes para qué te necesita Michael? -preguntó Connie, asomada a la ventanilla del coche.

Su cara de preocupación le quitaba atractivo y la hacía parecer de más edad.

– Me ha prometido algo importante. Tal vez quiera hablarme de eso.

Carlo no estaba enterado del encuentro entre los Corleone y los Barzini previsto para esa noche.

– ¿Tú crees, Carlo? -dijo Connie. Carlo hizo un gesto de asentimiento. Luego, el automóvil se puso en marcha y, al cabo de un instante, abandonó la finca.

Sólo cuando el coche hubo desaparecido, Michael salió a despedirse de Kay y de sus dos hijos. Carlo también se acercó para desear a su cuñada buen viaje y felices vacaciones. Finalmente, cuando el automóvil arrancó hacia la salida, Michael le dijo a Carlo:

– Lamento tener que retenerte aquí, pero sólo serán un par de días.

– No importa, Michael -se apresuró a contestar Carlo.

– Bien. Limítate a permanecer junto al teléfono de tu casa. Cuando esté preparado para ocuparme de lo tuyo, te avisaré. Y es que antes tengo otras cosas que hacer. ¿De acuerdo?

– Desde luego, Mike -respondió Carlo.

Carlo Rizzi se fue a su casa, y una vez allí llamó por teléfono a su amante, que vivía en Westbury, prometiéndole que procuraría ir a verla más tarde. Seguidamente, con una botella de bourbon en la mano, se dispuso a esperar. Esperó durante largo rato. Poco después de mediodía comenzaron a llegar coches a la finca. Vio que de uno de ellos se apeaba Clemenza, y que de otro hacía lo propio Tessio. Los dos _caporegimi_ entraron en la casa de Michael después de que uno de los guardianes les abriera la puerta. Clemenza abandonó la casa pocas horas después, pero a Tessio, Carlo no volvió a verle.

Carlo salió a dar un corto paseo por la finca. No estuvo fuera más de diez minutos. Conocía a todos los guardianes y tenía algo de amistad con varios de ellos. Pensó que sería una buena idea entablar conversación con alguno, con objeto de distraerse un poco. Pero quedó sorprendido al ver que los hombres que vigilaban la finca ese día le eran completamente desconocidos. Y todavía se sorprendió más al comprobar que montando guardia en la verja de entrada estaba Rocco Lampone. Carlo sabía que la posición de Rocco era demasiado elevada para que se ocupara de semejante tarea, a menos, por supuesto, que ocurriera algo extraordinario.

Rocco lo saludó amistosamente:

– ¡Caramba! Pensaba que habías salido de vacaciones.

– Michael me ha dicho que permaneciera aquí por un par de días. Tiene algo para mí, según parece -explicó Carlo.

– Lo mismo me ha dicho a mí, y ya ves, me pone de guardia. Pero bueno, después de todo, él es el jefe.

Por el tono empleado por Lampone parecía deducirse que no consideraba a Michael un hombre de la estatura de su padre.

Carlo, cauteloso, hizo caso omiso de la velada censura y dijo:

– Mike sabe muy bien lo que hace.

Rocco Lampone aceptó en silencio el reproche. Carlo se despidió de él y regresó a su casa. Algo se estaba cociendo, pero fuera lo que fuese, Rocco lo ignoraba.