– Barzini.
– Bien, bien -dijo Michael con voz apenas audible-. Ahora quiero que te marches. Hay un coche esperando para llevarte al aeropuerto.
Carlo salió el primero, seguido muy de cerca por los otros tres hombres. Ya era de noche, pero la finca estaba intensamente iluminada, como de costumbre. Un coche se acercaba, y Carlo se dio cuenta de que era el suyo. No pudo reconocer al conductor ni tampoco a la persona que estaba sentada en el asiento trasero. Lampone abrió la puerta delantera y con un gesto indicó a Carlo que entrara.
– Llamaré a tu esposa y le diré que vas para allá -dijo Michael.
Carlo entró en el automóvil. Su camisa de seda estaba empapada de sudor.
El coche se puso en marcha, dirigiéndose rápidamente hacia la entrada de la finca. Carlo empezó a volver la cabeza para ver si conocía al hombre que iba sentado detrás de él, pero en ese momento, Clemenza, con el mismo cuidado con que una niña pondría un lazo en la cabeza de una muñeca, pasó una cuerda alrededor del cuello de Carlo Rizzi y apretó con fuerza. La cuerda mordía la piel del poderoso cuello de Rizzi, que buscaba desesperadamente un poco de aire. De pronto, el interior del coche se llenó de un desagradable olor. La proximidad de la muerte hizo que Carlo perdiera el control de los esfínteres. Clemenza siguió apretando durante unos minutos más, y luego, cuando estuvo seguro de que el trabajo estaba hecho, se metió la cuerda en el bolsillo. Se arrellanó en su asiento, mirando el cuerpo sin vida de Carlo, que había caído contra la puerta. Después de unos momentos, Clemenza bajó el cristal de la ventanilla para que entrara un poco de aire fresco y puro.
La victoria de la familia Corleone fue completa. En apenas veinticuatro horas, Clemenza y Lampone castigaron a los que se habían infiltrado en los dominios de los Corleone. Neri se convirtió en jefe del regime de Tessio. Los corredores de apuestas de Barzini fueron puestos fuera de la circulación. Dos de los miembros más importantes de la Familia de éste murieron acribillados a balazos mientras se lavaban los dientes, después de cenar, en un restaurante italiano de la calle Mulberry. Un conocido corredor de apuestas fue asesinado cuando regresaba a su casa, después de salir del hipódromo. Dos de los más grandes usureros de los muelles desaparecieron, para ser encontrados meses más tarde en las ciénagas de Nueva Jersey.
Con este único y salvaje ataque, Michael Corleone consiguió el respeto de todo el mundo y devolvió a los Corleone la primacía entre las Familias de Nueva York. Fue respetado no sólo por su brillantez táctica, sino también porque algunos de los más importantes _caporegimi_ de los Barzini y los Tattaglia se pasaron de inmediato a su bando.
Lo único que empañó aquella aplastante victoria fue un ataque de histeria de Connie Corleone.
Connie y su madre regresaron a casa en avión en cuanto se enteraron de que Carlo había muerto. Los niños quedaron en Las Vegas. Connie dominó su dolor hasta que el coche hubo entrado en la finca. Luego, sin que su madre pudiera impedirlo, corrió a casa de Michael y, una vez dentro, se encontró delante de su hermano y de Kay. Ésta se dirigió hacia ella para consolarla y darle un abrazo fraternal, pero se detuvo cuando vio que Connie empezaba a gritar insultos a su esposo.
– ¡Eres un hijo de puta! -vociferó Connie-. ¡Tú mataste a mi marido! Esperaste a que nuestro padre muriera y luego, cuando tuviste el camino libre, lo mataste. Siempre lo consideraste culpable de lo que le ocurrió a Sonny, pero ni por un instante pensaste en mí. Nunca lo has hecho. ¿Qué voy a hacer ahora? Dímelo ¿qué voy a hacer?
Connie estaba llorando a lágrima viva. Dos de los guardaespaldas de Michael se habían colocado detrás de ella, esperando órdenes de su jefe, pero éste se limitó a permanecer impasible, a la espera de que su hermana se calmara.
– Estás muy nerviosa, Connie -dijo Kay-. Eso que afirmas no es cierto.
Connie se había recuperado de su ataque de histeria. Con infinito rencor en la voz, miró a Kay y masculló:
– ¿Por qué piensas que tu marido se mostraba tan frío conmigo? ¿Por qué crees que quiso que Carlo viniera a vivir a la finca? Hacía mucho tiempo que había decidido matarlo, pero mientras vivió mi padre no se atrevió a hacerlo. Él no lo hubiera permitido. Y Michael lo sabía. Por eso decidió esperar. Y luego, para que no sospecháramos, aceptó ser el padrino de nuestro hijo. Tu marido no tiene corazón. ¿Crees que lo conoces? ¿Sabes a cuántos hombres ha matado, además de mi Carlo? Lee los periódicos y te enterarás. Barzini, Tattaglia y otros varios. Mi hermano los mató.
Otra vez volvía a perder el control de sí misma. Trató de escupir a la cara de Michael, pero no tenía saliva.
– Llevadla a su casa y que la vea un médico -dijo Michael.
Los dos guardaespaldas asieron a Connie por los brazos e hicieron lo que su jefe les decía.
Kay aún no había salido de su asombro. Estaba horrorizada.
– ¿Por qué ha dicho estas cosas, Michael? -preguntó-. ¿Qué es lo que le hace creer esas barbaridades?
– Está histérica.
Kay lo miró a los ojos.
– Dime que no es cierto, Michael, te lo ruego.
Michael, con expresión de cansancio, respondió:
– Claro que no es cierto. Créeme, Kay.
Nunca se había mostrado tan convincente. Lo dijo mirando a su esposa directamente a los ojos. Ella no podía dudar de la palabra de Michael, del hombre en quien confiaba ciegamente. Kay le dirigió una sonrisa melancólica y se echó en sus brazos esperando que él la besara. Luego dijo:
– Creo que necesitamos un trago. Fue a la cocina a buscar hielo. Desde allí oyó abrirse la puerta, y al salir vio a Clemenza, Neri y Rocco Lampone, acompañados de los guardaespaldas. Su marido estaba casi de espaldas a ella, pero Kay se movió un poco, lo justo para verlo de perfil. Entonces, Clemenza se dirigió a Michael llamándole Don.
Kay vio que Michael recibía el homenaje de aquellos hombres. Y se acordó de las estatuas de los emperadores romanos, quienes, por derecho divino, eran dueños de la vida y de la muerte de sus subditos. Tenía una mano en la cadera. El perfil de su cara hablaba de un poder frío y orgulloso, y su cuerpo descansaba sobre uno de sus pies, que quedaba un poco más atrás que el otro. Los _caporegimi_ estaban de pie frente a él. En ese momento, Kay comprendió que todo lo que Connie había dicho era cierto. Regresó nuevamente a la cocina, y una vez allí, se echó a llorar.
NOVENA PARTE
32
La sangrienta victoria de los Corleone no fue completa hasta después de un año de delicadas maniobras políticas, que entronizaron a Michael como jefe de la más poderosa de las Familias de Estados Unidos. Durante doce meses, Michael dividió su tiempo en partes iguales entre su cuartel general de Long Beach y su nuevo hogar de Las Vegas. Pero terminado el año, decidió abandonar todos sus negocios de Nueva York y vender la finca, no sin antes llevar a su familia al Este para una última visita.