Выбрать главу

La lucha fue breve, tal era la fuerza que el rey había hecho caer sin avisar sobre un joven. Empujado, con las manos atadas a la espalda, Randwar salió a su patio. La sangre le corría por el cráneo. Había matado a tres de los que habían venido por él, pero las órdenes eran capturarlo con vida, y ellos le dieron con palos y mangos hasta que cayó.

Era una tarde triste, en la que el viento gemía. El humo se mezclaba con el sonido de la destrucción. La puesta de sol se consumía. Unos pocos defensores muertos yacían sobre las piedras. Swanhild se encontraba entumecida en manos de dos guerreros, cerca de Ermanarico que no había desmontado. Era como si ella no entendiese lo sucedido, como si nada fuese real excepto el niño que llevaba en el vientre.

Los hombres del rey llevaron a Randwar a su presencia. Miró al prisionero.

—Bien —dijo—, ¿qué tienes que decir en tu defensa?

Randwar habló con dificultad, aunque mantenía la cabeza erguida.

—Que no ataqué por sorpresa a alguien que no me había hecho nada.

—Bien, veamos. —Los dedos de Ermanarico peinaron una barba que se estaba volviendo blanca—. Bien, veamos. ¿Está bien conspirar contra tu señor? ¿Está bien moverse con sigilo para atacar?

—Yo… no he hecho nada de eso… no haría sino preservar el honor y la libertad… de los godos… —La garganta seca de Randwar no podía sacar más.

—¡Traidor! —gritó Ermanarico, y lanzó una larga invectiva. Randwar permaneció caído, como si no oyese nada.

Cuando Ermanarico se dio cuenta, se detuvo.

—Basta —dijo—. Colgadlo del cuello y abandonadlo a los cuervos, como a un ladrón.

Swanhild gimió y se resistió. Randwar le dirigió una mirada empañada antes de enfrentarse al rey y decir:

—Si me cuelgas, tengo a Wodan por antepasado. Él… me vengará…

Ermanarico lanzó una patada y golpeó a Randwar en la boca.

—¡Colgadlo!

De un cobertizo salía una viga en voladizo. Los hombres ya habían pasado una cuerda por ella.

Pusieron el lazo alrededor del cuello de Randwar, lo colgaron en lo alto y ataron la cuerda con rapidez. Se resistió mucho en el aire antes de colgar libre al viento.

—¡Sí, el Errante te matará, Ermanarico! —rugió Swanhilcl—. ¡Te maldigo como viuda, asesino, y lanzo a Wodan contra ti! ¡Errante, llevadlo a la caverna más oscura del infierno!

Los greutungos se estremecieron, hicieron gestos y sacaron talismanes. El propio Ermanarico mostró inquietud. Sibicho, subido a un caballo a su lado, dijo:

—¿Llama a sus antepasados brujos? ¡No permitáis que viva! ¡Que la tierra se purifique de la sangre que lleva!

—Sí —dijo Ermanarico recuperando la voluntad. Dictó sus órdenes.

El miedo más que otra cosa hizo correr a los hombres. Los que sostenían a Swanhild la abofetearon hasta que se tambaleó y la patearon en medio de¡ patio. Ella yacía aturdida sobre las piedras. Los jinetes se reunieron a su alrededor, forzando a los caballos, que relinchaban y se resistían.

Cuando se retiraron, no quedaba más que una masa roja y trozos blancos.

Cayó la noche. Ermanarico festejó con sus tropas la victoria en el salón de Randwar. Por la mañana encontraron el tesoro y se lo llevaron. La cuerda gemía allí donde Randwar colgaba sobre lo que había sido Swarihild.

Ésas fueron las noticias que los hombres llevaron a Heorot. Se habían apresurado a enterrar a los muertos. La mayoría no se atrevió a hacer más, pero unos cuantos greutungos sentían deseos de venganza, como todos los tervingos.

La furia y la pena dominaron a los hermanos de Swanhild. Ulrica se portaba con mayor frialdad, encerrada en sí misma. Pero cuando preguntaron qué podían hacer, incluso aunque otras tribus habían llegado desde lejos… ella se los llevó a un lado y hablaron hasta que cayó la impaciente noche.

Los tres entraron en el salón. Dijeron lo que habían decidido. Mejor atacar inmediatamente. Cierto, el rey lo esperaría, y mantendría la guardia cerca durante un tiempo. Sin embargo, por lo que habían dicho los testigos que la habían visto pasar, no era mucho mayor que la que ahora ocupaba el salón. Un ataque sorpresa de hombres valientes podría derrotarla. Esperar daría a Ermanarico tiempo y sin duda, contaba con el tiempo necesario para aplastar a todos los godos del este que eran libres.

Los hombres rugieron su disposición. El joven Alawin se unió a ellos. Pero de pronto la puerta se abrió, y allí estaba el Errante. Severamente ordenó al último hijo de Tharasmund que esperase allí, antes de volver a la noche y al viento.

Firmes, Hathawulf, Solbern y sus hombres cabalgaron al amanecer.

1935

Fui a casa para estar con Laurie. Pero, al día siguiente, cuando regresé después de un largo paseo, no me estaba esperando. En su lugar, Manse Everard se levantó de mi sillón. Su pipa había vuelto acre y neblinoso el aire.

—¿Eh? —fue cuanto pude decir.

Se acercó. Sentí sus pisadas. Tan alto como yo y con más peso, parecía elevarse por encima de mí. Su expresión era neutra. La ventana que tenía a la espalda lo enmarcaba contra el cielo.

—Laurie está bien —dijo maquinalmente—. Le pedí que saliese. Esto ya será problemático sin que ella esté presente para sentirse herida y afectada.

Me cogió por el hombro.

—Siéntate, Carl. Ha sido duro, eso está claro. Pretendías tomarte unas vacaciones, ¿no?

Me arrojé sobre el asiento y miré la alfombra.

—Tengo que hacerlo —murmuró. Oh, ataré los cabos sueltos, pero primero… Dios, ha sido terrible…

—No.

—¿Qué? —Levanté la vista. Me miraba desde arriba, con los pies separados, los puños en la cintura, haciéndome sombra—. Ya te lo he dicho, no puedo seguir.

—Puedes y lo harás —gruñó—. Volverás conmigo a la base. Inmediatamente. Has tenido una noche de sueño. Bien, eso es todo lo que tendrás hasta que esto acabe, Ni tampoco tranquilizantes. Tendrás que sentirlo todo intensamente mientras sucede. Tendrás que estar completamente alerta. Además, no hay nada como el dolor para enseñar de forma permanente una lección. Y quizá más importante: si no dejas que el dolor salga, de la forma en que la naturaleza lo pretendía, nunca te librarás de él. Serás un hombre perseguido. La Patrulla merece algo mejor. Y también Laurie. E incluso tú mismo.

—¿De qué hablas? —pregunté mientras el horror se levantaba a mi alrededor.

—Tienes que terminar lo que empezaste. Cuanto antes, mejor, por ti sobre todo. ¿Qué vacaciones podrías tener si supieses lo que te espera? Te destruiría. No, haz el trabajo inmediatamente, que quede atrás en tu línea de mundo; luego podrás descansar y empezar a recuperarte.

Agité la cabeza, no como negativa sino confundido.

—¿Lo he hecho mal? ¿Cómo? Presenté mis informes regularmente, Si me estaba desviando de nuevo, ¿por qué no me llamó ningún oficial para que me explicase?

—Eso es lo que hago, Carl. —Algo de amabilidad tiñó la voz de Everard. Se sentó frente a mí y ocupó las manos con la pipa.

»Los bucles causales a menudo son cosas muy sutiles —dijo. A pesar del tono suave, la frase captó toda mi atención. Asintió—. Si. Aquí tenemos uno. El viajero en el tiempo se convierte en la causa de los mismos sucesos que va a investigar o tratar de alguna otra forma.

—Pero… no, Manse, ¿cómo? —protesté—. No he olvidado los principios, no los olvidé en el campo o en cualquier otro sitio. Cierto, me convertí en parte del pasado, pero una parte que encajaba con lo que ya estaba allí. Ya lo discutimos en la investigación… y corregí los errores que estaba cometiendo.

El encendedor de Everard produjo un sorprendente ruido en la habitación.