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De alguna manera, alberga la esperanza de reconciliarse con la Iglesia. ¿Por qué no? Si Adán y Güero pueden hacerlo, Antonucci y Parada también. Por primera vez en mucho tiempo, se siente esperanzado. Si esta administración salta y entra una mejor, cabe la posibilidad de que en este nuevo ambiente las teologías conservadoras y de la liberación encuentren un terreno común. Trabajar juntas para que reine la justicia en la tierra y alcanzar el paraíso.

Enciende un cigarrillo, pero lo apaga.

Debería dejar de fumar, piensa, aunque solo fuera para complacer a Nora.

Hoy es un buen día para empezar.

Un día de nuevos principios.

Elige una sotana negra y cuelga de su cuello una gran cruz. Lo bastante religioso para aplacar a Antonucci, piensa, pero no tan ceremonial para que el nuncio crea que se ha convertido en un conservador recalcitrante. Conciliador pero no obsequioso, piensa, complacido con el cambio.

Dios, qué ganas tengo de fumar un cigarrillo, piensa. Está nervioso por las tareas que le aguardan: entregar a Antonucci la información acusadora de Cerro, y después sentarse con Adán y Güero. ¿Qué puedo decir para que hagan las paces?, piensa. ¿Cómo haces las paces entre un hombre cuya familia ha sido asesinada y el hombre que, según apuntan todos los rumores, la asesinó?

Bien, deposita tu fe en Dios. Él te dará las palabras.

Pero fumar sería un consuelo.

Pero no voy a hacerlo.

Y voy a adelgazar unos kilos.

Irá dentro de un mes a la conferencia de obispos de Santa Fe, donde se encontrará con Nora. Será divertido, piensa, sorprenderla esbelto y sin fumar. Bueno, esbelto no, pero tal vez más delgado.

Baja a su despacho y ocupa su mente con papeleos varios durante unas horas, después llama a su chófer y le pide que tenga preparado el coche. Luego se acerca a su caja fuerte y saca el maletín que contiene las notas y cintas acusadoras de Cerro.

Ha llegado el momento de ir al aeropuerto.

En Tijuana, el padre Rivera se prepara para el bautizo. Se pone los hábitos, bendice el agua y rellena los documentos necesarios. Al pie del formulario añade como padrinos a Adán y a Lucía Barrera.

Cuando los nuevos padres llegan con su flamante hijo, Rivera hace algo extraño.

Cierra las puertas de la iglesia.

El grupo de los Barrera llega al aeropuerto de Guadalajara, recién salido del centro comercial.

Van cargados de bolsas de compras, en su afán por adquirir todo el centro. Raúl ha entregado a los chicos dinero extra para calmar su decepción por la cancelación de la lotería de Güero, y han hecho lo que hacen los chavales con dinero en el bolsillo.

Gastarlo.

Callan contempla el espectáculo con incredulidad;

Flaco compró un jersey del Chivas Rayadas de Guadalajara (que lleva con la etiqueta de venta todavía colgando del cuello negro), dos pares de zapatillas Nike, una Nintendo nueva y media docena de juegos.

Soñador siguió la ruta de la ropa. Se compró tres gorras, que se ha embutido en la cabeza a la vez, una chaqueta de gamuza y un traje nuevo (el primero de su vida), cuidadosamente envuelto en una bolsa de ropa.

Scooby Doo tiene los ojos vidriosos después de salir del salón de juegos. Joder, piensa Callan, el pequeño esnifador de cola siempre tiene los ojos vidriosos, pero ahora sus pupilas están petrificadas después de jugar dos horas a Tomb Raider, Mortal Kombat y Assassin 3, y está sorbiendo la misma Slurpee gigante a la que le ha ido dando durante todo el trayecto desde las galerías comerciales.

Poptop está borracho.

Mientras los demás compraban, Poptop entró en un restaurante y empezó a trincar cervezas, y cuando le pillaron in fraganti ya era demasiado tarde, y Flaco, Soñador y Scooby tuvieron que devolverle por la fuerza a la furgoneta para ir al aeropuerto, y tuvieron que parar tres veces para que Poptop pudiera vomitar.

Y ahora el muy mierda no encuentra el billete de avión, de modo que sus compinches y él están registrando su mochila.

Cojonudo, piensa Callan. Si estamos intentando convencer a Güero Méndez de que somos un blanco fácil, lo estamos haciendo de coña.

Tenemos a una pandilla de críos cargados de maletas y bolsas de compras en la acera, delante de la terminal, y Raúl está intentando establecer algún tipo de orden, y Adán acaba de llegar con su gente, y todo parece un viaje de instituto que regresa a casa el último y caótico día. Y los chicos ríen y dan gritos de júbilo, y Raúl está intentando dilucidar con el empleado del mostrador exterior si hay que facturar el equipaje allí o hay que hacerlo dentro, y Soñador va a buscar un par de carritos para transportar las maletas, y le dice a Flaco que le acompañe a ayudarle, mientras Flaco grita a Poptop:

– ¿Cómo has podido perder el puto billete, pendejo?

Y da la impresión de que Poptop va a volver a vomitar, pero lo que sale de su boca no es vómito, sino sangre, y entonces se derrumba sobre el bordillo.

Callan ya se ha dejado caer sobre la acera, tras ver un Buick verde con cañones de pistolas asomando por las ventanillas laterales. Saca la 22 y dispara dos balas al Buick. Después rueda detrás de otro coche aparcado, justo cuando una ráfaga de AK barre el punto de la acera donde se encontraba, y las balas rebotan en el cemento y en la pared de la terminal.

El imbécil de Scooby Doo se ha quedado parado sorbiendo la pajita de su Slurpee, contemplando la escena como si fuera un videojuego con gráficos muy realistas. Intenta recordar si ya se han marchado del centro comercial y qué juego es ese, que debe de haber costado una tonelada de fichas, porque es real como la vida misma. Callan salta desde detrás del relativo refugio de la furgoneta, agarra a Scooby y le arroja sobre el cemento, la Slurpee se derrama sobre el pavimento y es de frambuesa, de modo que cuesta diferenciarla de la sangre de Poptop, que también se está esparciendo sobre el cemento.

Raúl, Fabián y Adán tiran bolsas negras al suelo y sacan de ellas AK, luego apoyan los rifles contra el hombro y empiezan a disparar contra el Buick.

Las balas rebotan en el coche (incluso en el parabrisas), así que Callan supone que el vehículo está blindado, pero dispara dos veces, se deja caer al suelo y ve que las puertas opuestas del coche se abren y Güero y otros dos tipos armados con rifles bajan, se aplastan contra el coche, apoyan los AK sobre el capó y sueltan una andanada.

Callan se adentra en aquella zona en la que no oye nada (reina un silencio perfecto en su cabeza cuando ve a Güero, apunta con cuidado a su cabeza y está a punto de enviarle al otro mundo), cuando un coche blanco frena en la línea de tiro. El conductor parece ajeno a lo que está pasando, como si acabara de llegar al rodaje de una película, y está cabreado y decidido a llegar al aeropuerto como sea, de modo que deja atrás el Buick y se acerca al bordillo, que se encuentra a unos seis metros de distancia.

Lo cual parece poner en acción a Fabián.

Ve el Marquis blanco y se lanza hacia él sin dejar de disparar, y Callan imagina que Fabián ha confundido el coche blanco con un nuevo cargamento de sicarios de Güero, y Fabián corre hacia el vehículo, y Callan trata de cubrirle, pero el coche blanco está en la línea de fuego y no quiere disparar por si son civiles en lugar de chicos de Güero.

Pero ahora las balas están alcanzando al Buick por el otro lado, y Callan distingue por el rabillo del ojo algunos de los falsos policías de Jalisco, lo cual obliga a Güero y a sus muchachos a acuclillarse detrás del Buick, de manera que Fabián sobrevive a su carrera hacia el Marquis.

Parada ni siquiera le ve venir. Está demasiado concentrado en el derramamiento de sangre que tiene lugar ante él. Hay cuerpos tirados en la acera, algunos inmóviles, otros se arrastran a cuatro patas, y Parada no sabe si están heridos, muertos, o están intentando protegerse de las balas que vuelan por todas partes. Entonces mira por la ventanilla y ve a un joven tendido de espaldas, con burbujas de sangre en la boca y los ojos abiertos de par en par a causa del dolor y el terror, y Parada sabe que ese joven se está muriendo, así que se dispone a bajar del coche para darle la extremaunción.