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– JUSTICIA, JUSTICIA, JUSTICIA…

Casi todos los funcionarios del gobierno ya se han marchado cuando Parada es enterrado en la catedral.

Art no se había sumado a los cánticos, sino que permaneció sentado, asombrado al ver a la gente de la iglesia anunciar que ya estaba harta de tanta corrupción, plantar cara al poderoso líder de su país y exigir justicia. Y pensó: Bien, la obtendréis si de mí depende.

Se levanta para sumarse a la cola que desfila ante el ataúd. Escoge con cuidado su sitio.

El pelo rubio de Nora Hayden está cubierto con un chal negro, su cuerpo envuelto en un vestido negro. Hasta así está hermosa. Se arrodilla a su lado, une las manos como si rezara y susurra:

– ¿Reza por su alma y se acuesta con su asesino?

Ella no contesta.

– ¿Cómo puede vivir con su conciencia? -pregunta Art, y luego se levanta.

Se aleja de sus quedos sollozos.

Por la mañana, el jefe nacional de todo el PJF, el general Rodolfo León, vuela a Tijuana con cincuenta agentes de élite especialmente seleccionados, y por la tarde ya se han dividido en escuadrones de seis agentes cada uno, armados hasta los dientes y preparados para combatir, que peinan las calles de Colonia Chapultepec en Suburbans y Dodge Rams blindados. Por la noche han irrumpido en seis pisos francos de los Barrera, incluida la residencia personal de Raúl en Caco Sur, donde han encontrado un alijo de AK-47, pistolas, granadas de fragmentación y dos mil cartuchos. En el enorme garaje descubren seis Suburbans negros blindados. Al terminar la semana han detenido a veinticinco socios de los Barrera, confiscado más de ochenta casas, almacenes y ranchos pertenecientes a los Barrera y a Güero Méndez, y detenido a diez policías de seguridad del aeropuerto que acompañaron a los Barrera cuando bajaron del vuelo 211.

En Guadalajara, un escuadrón auténtico de la policía estatal de Jalisco se topa con un camión de mudanzas lleno de policías de Jalisco falsos, y una persecución a través de la ciudad termina con dos de los polis falsos atrapados dentro de una casa, disparando contra más de cien policías de Jalisco toda la noche hasta bien entrada la mañana, cuando uno muere y el otro se rinde, pero no antes de que hayan conseguido abatir a dos policías auténticos y herido al jefe de la fuerza de policía estatal.

A la mañana siguiente, el presidente aparece ante las cámaras para proclamar su determinación de aplastar de una vez por todas a los cárteles de la droga, y para anunciar que han descubierto, detenido, expulsado y llevarán a juicio a más de setenta agentes corruptos del PJF, y que ofrece cinco millones de dólares de recompensa por cualquier información que conduzca a la captura de Adán y Raúl Barrera, así como de Güero Méndez, todos los cuales siguen en libertad y en paradero desconocido.

Porque ni siquiera con el ejército, los federales y todas las policías estatales que peinan el país son capaces de encontrar a Güero, a Raúl o a Adán.

Porque no están allí.

Güero ha cruzado la frontera de Guatemala.

Y los Barrera también han cruzado la frontera. De Estados Unidos.

Están viviendo en La Jolla.

Fabián descubre a Flaco y a Soñador viviendo bajo el puente de la calle Laurel en Balboa Parlk.

Los polis no los localizaron, pero Fabián recorrió de cabo a rabo el barrio y la gente le dijo cosas que no diría a la pasma. Se lo dicen porque saben que, si mienten a la policía, tal vez les darán la paliza y toda esa mierda, pero si mienten a Fabián, les dará por el culo, y esa es la cruda realidad.

Una noche en que Flaco y Soñador están dormitando bajo el puente, Flaco siente que un zapato se clava en sus costillas y pega un bote, pensando que es un poli o un marica, pero es Fabián.

Mira a Fabián con sus grandes ojos porque tiene miedo de que el tiro vaya a meterle una bala entre ceja y ceja, pero Fabián sonríe.

Y golpea su pecho con el puño.

– Hermanitos -dice-, es hora de demostrar que tenéis arrestos.

– ¿Qué quieres que hagamos? -pregunta Flaco.

– Adán quiere que volváis a México -contesta Fabián.

Explica que a los Barrera les están atribuyendo toda la responsabilidad de la muerte de aquel cura, que los federales les están presionando, irrumpiendo en sus pisos francos, deteniendo a gente, y que la cosa no va a calmarse hasta que pillen a alguien implicado en el tiroteo.

– Vais y os detienen -dice Fabián-, y les decís la verdad, que íbamos a por Güero Méndez, que nos tendió una emboscada, y que Fabián confundió a Parada con Güero y le mató por accidente. Nadie quería hacer daño a Parada. Algo por el estilo.

– No sé, tío -dice Soñador.

– Escuchad -dice Fabián-, sois unos críos. No participasteis en el tiroteo. Solo os caerán unos años, y entretanto cuidaremos como reyes a vuestros familiares. Y cuando salgáis, encontraréis en el banco el respeto y el agradecimiento de Adán Barrera, acumulando intereses para vosotros. Flaco, tu madre trabaja de camarera en un hotel, ¿verdad?

– Sí.

– Dejará de hacerlo si demuestras tener arrestos -dice Fabián.

– No sé -dice Soñador-. La poli mexicana…

– Os diré una cosa. ¿Os acordáis de la recompensa por Güero? ¿Aquellos cincuenta mil? Os los dividís, nos decís a quién hay que entregarlo, y asunto concluido.

Ambos dicen que el dinero vaya a parar a sus madres.

Cuando se acercan a la frontera, las piernas de Flaco tiemblan tanto que tiene miedo de que Fabián se dé cuenta. Sus rodillas están entrechocando entre sí literalmente, tiene los ojos anegados en lágrimas y no puede impedir que se derramen. Está avergonzado, aunque oye a Soñador sorber por la nariz en el asiento de atrás.

Cuando están cerca del cruce, Fabián frena para que salgan.

– Tenéis arrestos -dice-. Sois guerreros.

Atraviesan Inmigración y Aduanas sin ningún problema y empiezan a caminar hacia el sur, hasta entrar en la ciudad. Apenas han recorrido dos manzanas cuando unos focos les iluminan, les deslumbran, y los federales gritan y les dicen que levanten las manos, y Flaco obedece. Entonces un poli le agarra, le tira al suelo y le esposa las manos a la espalda.

Flaco está tirado en el suelo, con la espalda arqueada de forma dolorosa, pero ese dolor no es nada comparado con el que experimenta después de que el federal le escupa en la cara y le dé una patada en la oreja con la punta de su bota de combate, como si le hubiera reventado el tímpano.

El dolor estalla como fuegos artificiales dentro de la cabeza de Flaco.

Después, desde muy lejos, oye una voz que le dice…

Esto solo es el principio, mi hijo.

Apenas ha empezado.

El teléfono de Nora suena y ella descuelga.

Es Adán.

– Quiero verte.

– Vete al infierno.

– Fue un accidente -dice él-. Una equivocación. Dame la oportunidad de explicártelo. Por favor.

Ella quiere colgar, se detesta por no hacerlo, y no lo hace. Accede a encontrarse con él aquella noche en la playa de La Jolla Shores, junto a la Torre Salvavidas 38.

Le ve acercarse bajo la tenue luz de la torre. Da la impresión de que Nora está sola.

– Sabes que he puesto mi vida en tus manos -dice Adán-. Si has llamado a la policía…

– Era tu cura -dice ella-. Tu amigo. Mi amigo. ¿Cómo pudiste…?

Él niega con la cabeza.

– Ni siquiera estaba allí. Estaba en un bautizo en Tijuana. Fue un accidente, se cruzó…

– Eso no es lo que dice la policía.

– Méndez es el dueño de la policía.

– Te odio, Adán.