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– Entonces, ¿a qué vienen las pistolas? -pregunta Callan.

– Llámalo abundancia de precauciones -dice Peaches-. Eres Billy «el Niño» Callan. ¿Quién sabe qué te ha traído aquí? Tal vez un contrato para acabar conmigo. Así que saca la pistola poco a poco.

Callan obedece.

Durante medio segundo piensa en cargárselos, pero qué más da.

Además, la mano le tiembla.

O-Bop toma con delicadeza la pistola de la mano de Callan y la guarda en su cinturón. Después se sienta a su lado y le abraza.

– Jesús, cómo me alegro de verte.

Peaches se sienta al pie de la cama.

– ¿Dónde coño has estado? Joder, dijimos que te fueras al sur, no nos referíamos a la Antártida. Eres la hostia.

– Estás hecho un asco -dice O-Bop.

– Estoy hecho un asco.

– Bien, al menos lo parece -dice Peaches-. ¿Qué coño estás haciendo en este cagadero? Joder, Callan.

– ¿Lleváis algo de beber?

– Claro.

O-Bop saca media pinta de Seagram's del bolsillo y se la pasa a Callan.

Le da un buen viaje.

– Gracias.

– Malditos irlandeses -dice Peaches-. Sois todos unos borrachos.

– ¿Cómo me habéis encontrado? -pregunta Callan.

– Hablando de borrachos, Little Mickey Haggerty. Te vio en ese chiringuito de mierda al que vas a beber, metió una moneda en una cabina, averiguamos que vives en el hotel Golden West, no podíamos creerlo. ¿Qué coño te ha pasado?

– Muchas cosas.

– No me jodas -dice Peaches.

– ¿Para qué habéis venido?

– Para sacarte de aquí -dice Peaches-. Te vienes a casa conmigo.

– ¿A Nueva York?

– No, capullo -dice Peaches-. Ahora vivimos aquí. Sun Diego, nene. Es bonito. Un sitio bonito.

– Tenemos una banda -explica O-Bop-. Peaches, Little Peaches, Mickey y yo. Y ahora tú.

Callan sacude la cabeza.

– No, estoy harto de esa mierda.

– Sí -dice Peaches-. No cabe duda de que las cosas te van bien. Escucha, ya hablaremos de eso más tarde. Ahora vamos a ponerte sobrio, a darte bien de comer. Un poco de fruta. La fruta de aquí es increíble. No solo los melocotones. Estoy hablando de peras, naranjas, pomelos tan rosados y jugosos que son mejor que el sexo, te lo aseguro. O-Bop, recoge la ropa de tu chico y vámonos de aquí.

Callan está lo bastante borracho para obedecer.

O-Bop recoge algo de su mierda y Peaches le saca a rastras.

Tira uno de cien sobre la recepción y dice que la cuenta está saldada, sea cual sea el monto. De camino al coche (Peaches se ha comprado un Mercedes nuevo), O-Bop y Peaches le cuentan a Callan lo bien que les va aquí.

Que se atan los perros con longanizas, nene.

Con longanizas.

El pomelo descansa como un sol gordo en el cuenco.

Un sol gordo, hinchado, jugoso.

– Cómelo -dice Peaches-. Necesitas vitamina C.

Peaches se ha convertido en un obseso de la salud, como toda la gente de California. Aún es un hombre corpulento, pero un hombre corpulento bronceado, con el colesterol bajo y una dieta rica en fibra.

– Me tiré un montón de años en chirona -explica a Callan-, pero me siento cojonudo.

Callan no.

Callan se siente exactamente como un hombre que se ha tirado una borrachera de años. Se siente como muerto, si es que la muerte es tan asquerosa. Y ahora, el gordo de Big Peaches le está dando la paliza para que se coma el puto pomelo.

– ¿Tienes una cerveza? -pregunta Callan.

– Sí, tengo una cerveza -contesta Peaches-. Eres tú quien no tiene ni va a beber ninguna cerveza jodido alcohólico. Vamos a enderezarte.

– ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

– Cuatro putos días -dice Peaches- de lo más placenteros, con tus vómitos, tus lloros, tus balbuceos, tus gritos de mierda.

¿Qué gritaba?, se pregunta Callan. Es preocupante, porque los sueños eran sangrientos y aterradores. Los malditos fantasmas (y había muchos) no querían marcharse.

Y aquel puto cura.

«Te perdono. Dios te perdona.»

No, Él no, padre.

– No me gustaría ver una foto de tu hígado, tío -dice Peaches-. Debe de parecer una pelota de tenis usada. Ahora juego al tenis, ¿te lo había dicho? Juego todas las mañanas, salvo las cuatro últimas, en las que he estado haciendo de enfermera. Sí, juego al tenis, patino…

¿Ciento treinta kilos de Big Peaches sobre ruedas?, piensa Callan. La de accidentes que puede haber…

– Sí -dice O-Bop-, sacamos las ruedas de un camión Mack y se las pusimos a los patines.

– Que te den por el culo, Ricitos -dice Peaches-. Patino muy bien.

– La gente se aparta de su camino, te lo aseguro -dice O-Bop.

– Tendrías que hacer ejercicio, en lugar de empinar tanto el codo -dice Peaches a O-Bop-. Tú, Días sin Huella, come el puto pomelo.

– ¿Se pela antes? -pregunta Callan.

– Malditos idiotas. Dame eso.

Peaches coge un cuchillo, corta el pomelo por la mitad, lo parte con cuidado en rodajas y lo devuelve al cuenco de Callan.

– Ahora, te lo comes con la cuchara, so bárbaro. ¿Sabes que la palabra «bárbaro» procede de los romanos? Significaba «pelirrojo». Se referían a los tuyos. Lo vi en el, ¿cómo se llama?, Canal Historia anoche. Me encanta esa mierda.

Suena el timbre de la puerta, Peaches se levanta y va a abrir.

O-Bop sonríe a Callan.

– Con esa bata, Peaches parece un viejo mamma mia, ¿verdad? Hasta le están saliendo tetas. Sólo le faltan unas zapatillas de color rosa con pompones. Tendrías que verle patinando. La gente sale corriendo. Es como una película de terror japonesa. Wopzilla.

– Entra en la cocina, verás lo que ha traído el gato -oyen que dice Peaches.

Un par de segundos más tarde, Callan está ante Little Peaches, quien le da un gran abrazo.

– Me lo habían contado -dice Little Peaches-, pero si no lo veo no lo creo ¿Dónde has estado?

– En México, sobre todo.

– ¿No hay teléfonos en México? -pregunta Little Peaches-. ¿No puedes llamar a la gente para informarla de que estás vivo?

– ¿Adónde debía llamarte? -pregunta Callan-. Estás en el puto Programa de Protección de Testigos. Si yo pudiera encontrarte, también otra gente lo haría.

– Toda la demás gente está en Marion -dice Peaches.

Sí, claro, piensa Callan. Tú les metiste allí. Big Peaches, el de la vieja escuela, se convirtió en el más espectacular pájaro cantor desde Valachi. Metió a Johnny Boy en la cárcel de por vida, y a algunos más de propina. No parece que su vida vaya a durar mucho, por otra parte. Dicen que Johnny Boy tiene cáncer de garganta.

Es bueno que Peaches cantara, así Callan no tendrá que preocuparse de que llame a Sal Scachi, a quien no le gustará nada que Callan haya escapado de la reserva. Callan sabe demasiado sobre el trabajo de Scachi (toda aquella mierda de Niebla Roja) para andar suelto, así que es bueno que Peaches y él no sigan en contacto.

Little Peaches se vuelve hacia su hermano.

– ¿Estás dando de comer a este tipo?

– Sí, le estoy dando de comer.

– Pero este pomelo de mierda no -dice Little Peaches-. Joder, dale salchichas, un poco de prosciutto, unos raviolis. Si es que encuentras. Callan, en esta ciudad hay una Little Italy, pero no podrías conseguir un cannoli ni con una ametralladora. En los restaurantes italianos de aquí sirven tomates secos. ¿Qué significa eso? Después de dos años, yo también me he convertido en un tomate seco. Siempre hace sol y calor, incluso de noche. ¿Cómo lo consiguen, eh? ¿Alguien me traerá un café, o tengo que pedirlo como en un puto restaurante?

– Aquí tienes tu puto café -dice Peaches.

– Gracias. -Little Peaches deja una caja encima de la mesa y se sienta-. He traído unos Donuts.