– ¿Donuts? -dice Peaches-. ¿Por qué me estás saboteando siempre?
– Eh, Richard Simmons, no los comas si no los quieres. Nadie te ha apuntado una pistola a la cabeza.
– Capullo de mierda.
– Porque no me presento en casa de mi hermano con las manos vacías -dice Little Peaches a Callan-. Los buenos modales me convierten en un capullo.
– En un capullo de mierda -rectifica Peaches mientras coge un Donuts.
– Come un Donuts, Callan -dice Little Peaches-. Come cinco. Cada uno que comas significará uno menos para mi hermano, y así no tendré que oírle lloriquear sobre su figura. Estás gordo, Jimmy, spaghetti de sebo. Desengáñate.
Salen al patio porque Peaches cree que a Callan le sentará bien tomar un poco el sol. De hecho, Peaches cree que a Peaches le sentaría bien tomar un poco el sol, pero no quiere parecer egoísta. Peaches opina que no hay motivos para vivir en San Diego si no te pones a tomar el sol a la menor oportunidad.
De manera que se reclina en la tumbona, abre la bata y empieza a aplicarse Bain du Soleil en el cuerpo.
– No hay que jugar con el cáncer de piel -explica.
Mickey no piensa hacerlo. Se encasqueta la gorra de los Yankees y se sienta bajo el parasol del patio.
Peaches abre una lata fría de melocotón en almíbar y se mete unos cuantos gajos en la boca. Callan ve que una gota de zumo cae sobre su gordo pecho, y después se mezcla con el sudor y la loción bronceadora, y resbala sobre su estómago.
– En cualquier caso, es bueno que aparecieras -dice Peaches.
– ¿Por qué?
– ¿Qué te parecería cometer delitos en que las víctimas no pudieran acudir a la policía?
– Suena bien.
– ¿«Suena bien»? -pregunta Peaches-. A mí me suena celestial.
Se lo explica a Callan.
Las drogas van al norte, de México a Estados Unidos.
El dinero va al sur, de Estados Unidos a México.
– Se limitan a meter el producto (seis, a veces siete cifras) en coches y cruzan la frontera de México -dice Peaches.
– O no -añade Little Peaches.
Ya han hecho tres trabajitos antes, y ahora les ha llegado la noticia de que un piso franco de los narcos de Anaheim está a reventar de dinero y tiene que viajar al sur. Tienen la dirección, tienen los nombres, tienen la marca del coche y la matrícula. Hasta tienen una idea de cuándo van a efectuar el viaje los correos.
– ¿De dónde sacáis la información? -pregunta Callan.
– De un tipo -contesta Peaches.
Callan ya se imaginaba que era de un tipo.
– No hace falta que lo sepas -dice Peaches-. Se lleva un treinta por ciento.
– Es como volver al tráfico de drogas, pero mejor -dice O-Bop-. Recibimos los beneficios, pero no tenemos que tocar el producto.
– Es delito honrado -dice Peaches-. Arriba las manos, dadnos el dinero.
– Tal como al Buen Dios le gusta -dice Mickey
– Bien, Callan -dice Little Peaches-, ¿te unes a nosotros?
– No sé -dice Callan-. ¿A quién robamos el dinero?
– A los Barrera -contesta Peaches con una mirada astuta e inquisitiva, como diciendo: ¿Hay algún problema?
No lo sé, piensa Callan. ¿Lo hay?
Los Barrera son peligrosos como tiburones, no es gente a la que puedas joder impunemente. Eso por un lado. Además, son «amigos nuestros», según Sal Scachi, al menos, y eso es otra cosa.
Pero asesinaron a aquel cura. Eso fue un atentado, no un accidente. Un asesino a sangre fría como Fabián el Tiburón Cabronazo no dispara contra nadie a quemarropa por accidente. Eso no ocurre nunca.
Callan no sabe por qué asesinaron al cura, solo sabe que lo hicieron.
Y me convirtieron en cómplice, piensa.
Y van a pagar por ello.
– Sí -dice Callan-. Me uno a vosotros.
La banda del West Side ataca de nuevo.
O-Bop ve que el coche sale del camino de entrada.
Son las tres de la mañana y está agazapado a media manzana de distancia. Tiene un trabajo importante que hacer: seguir al coche correo sin que le vean y confirmar que entra por la 5. Teclea un número en su móvil.
– Ya sale -dice.
– ¿Cuántos tíos?
– Tres. Dos delante, uno detrás.
Cuelga, espera unos segundos y sale.
Tal como habían planificado, Little Peaches llama a Peaches, el cual llama a Callan, que a su vez llama a Mickey. Se ponen a cronometrar sus relojes y esperan la siguiente llamada. Mickey ha calculado el tiempo medio de recorrido desde el camino de entrada a la rampa de la 5: seis minutos y medio. Por lo tanto, saben que dentro de un minuto o así deberían recibir la siguiente llamada.
Si reciben la llamada, el plan sigue adelante.
Si no, tendrán que improvisar, y nadie lo desea. Así que los seis minutos son tensos. Sobre todo para O-Bop. Es el que se está encargando del trabajo en este momento, el que la puede cagar si se fijan en él, el que tiene que quedarse donde pueda verles pero sin que ellos le vean. Les sigue desde diferentes distancias. Una manzana, dos manzanas. Pone el intermitente de la izquierda y apaga los faros un segundo para que parezca un coche diferente cuando reanude la persecución.
O-Bop lo consigue.
Mientras tanto, Little Peaches está sentado, sudando, a una hora y media al sur, en la 5.
Durante tres minutos.
Cuatro.
Big Peaches está sentado en un reservado del Denny's, junto a la autopista, un poco al norte de Little Peaches. Está dando buena cuenta de una tortilla de queso, patatas fritas, tostada y café. A Mickey no le gusta que coman antes de un trabajo (un estómago lleno complica las cosas si te disparan), pero Peaches es así. No quiere atraer la mala suerte sobre su persona, tomando precauciones por si le disparan. Se pule las patatas grasientas, saca dos Rolaids del bolsillo y los mastica mientras echa un vistazo a la sección de deportes.
Cinco minutos.
Callan procura no mirar el reloj.
Está tendido en la cama de la habitación de un motel que hay en la salida de la autopista de Ortega, al lado de la 5. Ha sintonizado la HBO y está viendo una película que ni siquiera sabe cuál es. Sería absurdo estar esperando en la moto a la intemperie. Si los correos llegan a la 5, habrá mucho tiempo. Consultar su reloj no va a cambiar nada, sólo conseguirá ponerle nervioso. Pero al cabo de unos diez minutos cede y lo mira.
Cinco minutos y medio.
Mickey no mira su reloj. La llamada llegará cuando llegue. Está sentado en un coche aparcado delante del Centro de Transportes de Oceanside. Fuma un cigarrillo y repasa en su cabeza lo que sucederá si los correos no toman la 5. En ese caso, lo que deberían hacer es abandonar, esperar a la siguiente vez. Pero Peaches no se lo va a permitir, así que tendrán que montárselo como sea. Intentar deducir la ruta a partir de la información que les proporcione O-Bop, encontrar una forma de adelantarse al coche correo y decidir un lugar donde darles el alto.
Como jugar a indios y vaqueros. No le gusta.
Pero no consulta su reloj.
Seis minutos.
Little Peaches está a punto de tirar la toalla.
Un millón de dólares en el saco y…
El teléfono suena.
– Todo va bien -oye que dice O-Bop.
Aprieta el botón de reinicio de su reloj. Una hora y veintiocho minutos es el tiempo medio que se tarda en llegar desde la rampa de entrada hasta esta salida. Después llama a Peaches, que descuelga el teléfono sin apartar los ojos del periódico.
– Todo va bien.
Peaches consulta su reloj, llama a Callan y pide un trozo de pastel de cerezas.
Callan recibe la llamada, coordina su reloj, telefonea a Mickey, se levanta y toma una ducha larga y caliente. No hay prisa, y quiere estar suelto y relajado, de modo que se queda bajo el agua humeante un rato y deja que golpee sus hombros y su nuca. Siente el principio de una descarga de adrenalina, pero no quiere que se dispare demasiado pronto. Se obliga a tomar la ducha lenta y cuidadosamente, y se siente bien cuando nota que su mano no tiembla.
Se viste también con parsimonia. Se pone poco a poco los tejanos negros, una camiseta negra y una sudadera negra. Calcetines negros, botas de motorista negras, un chaleco antibalas Kevlar. Después la chaqueta de cuero negra, los guantes ceñidos negros. Sale. La noche anterior pagó en metálico y firmó con un nombre falso, de manera que deja la llave en la habitación y cierra la puerta al salir.