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La tranquilidad sería total, piensa Callan, si no oyera a Big Peaches dale que dale en la habitación de al lado. El cabrón de Peaches no cambiará nunca (volvió a repetir eso de «tu chica me gusta más», pero esta vez le tocó a su hermano. A Little Peaches le dio igual), ya le había enviado su chica a la habitación, después de decir «Es tuya», de modo que cambiaron de mujeres y de habitaciones, y por eso Callan está oyendo a Big Peaches resollar y jadear como un toro asmático.

Encuentran el cadáver de Little Peaches por la mañana.

Mickey llama con los nudillos a la puerta de Callan, y cuando Callan abre, Mickey le agarra, le empuja hasta la habitación de Big Peaches, y allí está Little Peaches, atado a una silla con las manos en los bolsillos.

Pero las manos no están sujetas a los brazos.

Están cortadas. La alfombra está empapada de sangre.

Little Peaches tiene un trapo embutido en la boca y los ojos desorbitados. No hay que ser Sherlock Holmes para deducir que le cortaron las manos y dejaron que se desangrara.

Callan oye cómo Big Peaches llora y vomita en el cuarto de baño. O-Bop está sentado en la cama, con la cabeza entre las manos.

El dinero ha desaparecido, por supuesto.

En cambio, en el armario hay una nota.

METEOS LAS MANOS EN LOS BOLSILLOS.

Los Barrera.

Peaches sale del cuarto de baño. Tiene la cara roja, surcada por las lágrimas. Burbujitas de mocos asoman de su nariz.

– No podemos abandonarle -llora.

– Tenemos que irnos, Jimmy -dice Callan.

– Los mataré -dice Peaches-. Aunque sea lo último que haga, esos bastardos me las pagarán.

No hacen las maletas ni nada. Cada uno sube a su vehículo y se largan. Callan va hasta San Francisco, encuentra un pequeño motel cerca de la playa y se esconde.

Raúl Barrera ha recuperado su dinero, aunque faltan trescientos mil dólares.

Raúl sabe que el dinero ha ido a parar a quien dio el soplo a los hermanos Piccone.

Pero (y hay que reconocer que Little Peaches se portó como un hombre) no les dijo quién era. Afirmó que no lo sabía.

Callan se esconde en Seaside, California.

Encuentra uno de esos moteles con cabañas no lejos de la playa y paga en metálico. Durante los primeros días no sale mucho. Después empieza a dar largos paseos por la playa.

Donde las olas le susurran rítmicamente:

«Te perdono…

Dios…»

11

LA BELLA DURMIENTE

Ante su sorpresa encontró a Eva dormida

con las trenzas sueltas y las mejillas encendidas,

como si su descanso hubiera sido perturbado

John Milton, El paraíso perdido

Rancho Las Bardas

Baja, México

Marzo de 1997

Nora duerme con el Señor de los Cielos.

Es el nuevo apodo de Adán entre los narco-cognescenti: el Señor de los Cielos.

Y si él es el Señor, Nora es su Dama.

Ya no esconden su relación. Ella casi siempre está con él. Los narcos han bautizado a Nora, con ironía, la Güera, la Rubia, la dama de pelo dorado de Adán. Su amante, su consejera.

Güero fue enterrado en Guamuchilito.

Todo el pueblo asistió al funeral.

Adán y Nora también. Él con traje negro, ella con vestido y velo negros, caminaron con el cortejo detrás del coche fúnebre rebosante de flores. Una banda de mariachis tocó lacrimógenos corridos en honor al fallecido, mientras la procesión marchaba desde la iglesia construida por Güero, pasaba ante la clínica y el campo de fútbol que él había pagado, en dirección al mausoleo que albergaba los restos de su mujer y sus hijos.

La gente lloraba a raudales, se arrojaba sobre el ataúd abierto y tiraba flores sobre el cuerpo de Güero.

La muerte confería a su rostro un aire apuesto, tranquilo, casi sereno. Llevaba el pelo rubio peinado hacia atrás, y lo habían vestido con un caro traje gris y una corbata roja clásica, en lugar de la negra indumentaria de narcovaquero que solía exhibir.

Había sicarios por todas partes, tanto hombres de Adán como veteranos de Güero, pero llevaban las armas escondidas bajo la camisa y la chaqueta por respeto a la ocasión. Y si bien los hombres de Adán estaban muy atentos, nadie estaba preocupado por la amenaza de un asesinato. La guerra había terminado. Adán Barrera era el vencedor y, además, se estaba comportando con un respeto y dignidad admirables.

Era Nora quien había sugerido no solo que debía permitir que Güero fuera enterrado en su pueblo natal, junto a su familia, sino también que asistieran al funeral, para que todo el mundo los viera. Fue Nora quien le instó a donar generosas cantidades a la iglesia local, y a la escuela y la clínica locales. Nora le animó a donar dinero para un nuevo centro comunitario que recibiría el nombre del finado Héctor «Güero» Méndez Salazar. Nora le convenció además de que enviara emisarios por adelantado para asegurar a los sicarios de Güero y a la pasma de que la guerra había terminado, de que no habría venganza por hechos del pasado, y de que las operaciones continuarían como antes, con el mismo personal en su sitio. Por eso Adán desfilaba en la procesión fúnebre como un conquistador, pero un conquistador que blandía una rama de olivo en la mano.

Adán entró en la pequeña tumba y, a instancias de Nora, se arrodilló al lado de la pequeña bóveda que albergaba las fotos de Pilar, Claudia y Güerito, y rezó a Dios por sus almas. Encendió una vela por cada uno de ellos, después inclinó la cabeza y rezó con fervor.

La farsa no pasó desapercibida a la gente que esperaba fuera. La comprendieron. Estaban acostumbrados a la muerte y el asesinato y, de una manera extraña, a la reconciliación. Cuando Adán salió del mausoleo, daba la impresión de que casi habían olvidado que había sido él quien lo había llenado de cadáveres.

Los recuerdos quedaron enterrados con Güero en su tumba.

Fue una repetición del procedimiento que Adán y Nora habían empleado en los funerales del Verde y de García Abrego, y que era igual allá donde iban. Con Nora a su lado, Adán entregaba donaciones a escuelas, clínicas, campos de juego, todo en nombre de los fallecidos. En privado, se reunía con ex socios del muerto y les ofrecía una extensión de la Revolución de Baja: paz, amnistía, protección y un recorte de impuestos.

La palabra ya había corrido: podías reunirte con Adán o podías reunirte con Raúl. La prudente mayoría se reunía con Adán. Los pocos estúpidos recibían funerales.

La Federación había vuelto, con Adán como patrón.

Reinaba la paz, y con ella la prosperidad.

El nuevo presidente mexicano juró su cargo el primero de diciembre de 1994. Aquel mismo día, dos agencias de corredores de bolsa controladas por la Federación empezaron a comprar tesobonos, bonos del gobierno. A la semana siguiente, los cárteles de la droga retiraron su capital del banco nacional mexicano, lo cual obligó al nuevo presidente a devaluar el peso en un cincuenta por ciento. Después, la Federación cobró sus tesobonos y colapso la economía mexicana.

Feliz Navidad.

Como autorregalo de Navidad, la Federación compró propiedades, negocios, bienes raíces y pesos, los enterró bajo un árbol y esperó.

El gobierno mexicano no tenía dinero para pagar los tesobonos pendientes. De hecho, tenía una deuda de cincuenta mil millones de dólares. El capital huía del país más deprisa que los predicadores de una casa de putas asaltada por la policía.