Faltaban días para que el país anunciara la bancarrota, cuando la caballería norteamericana acudió con cincuenta mil millones de dólares en préstamos para apuntalar la economía mexicana. El presidente norteamericano no tenía otra alternativa: él y todos los congresistas estaban recibiendo frenéticas llamadas telefónicas de los principales contribuyentes a la campaña de Citicorp, y reunieron aquellos cincuenta mil millones como si fuera dinero para una comida.
El nuevo presidente mexicano tuvo que invitar, literalmente, a los señores de la droga a regresar al país con sus millones de narcodólares, con el fin de revitalizar la economía y poder pagar el préstamo. Y los narcos tenían ahora más miles de millones de dólares que antes de la «crisis del peso», porque en el período de tiempo transcurrido entre el canje de pesos por dólares y la llegada de la ayuda norteamericana, utilizaron los dólares para comprar pesos devaluados, que a su vez volvieron a subir cuando los norteamericanos entregaron el enorme préstamo.
Lo que, en síntesis, hizo la Federación fue comprar el país, volver a venderlo a un precio alto, comprarlo de nuevo a precio bajo, reinvertir en él y ver crecer las inversiones.
Adán aceptó de buen grado la invitación del presidente, pero el precio que pidió por llevar de nuevo sus narcodólares al país, fue un «ambiente comercial favorable».
Lo cual significaba que el presidente podía proclamar aquello de «romper la espalda de los cárteles de droga» cuando le viniera en gana, pero no debía hacer nada al respecto. Podía hablar por los codos, pero sin moverse ni un milímetro, porque eso sería una especie de suicidio político y económico.
Los norteamericanos lo sabían. Entregaron al presidente una lista de peces gordos del PRJ que estaban en nómina de la Federación, y de repente tres de aquellos tipos fueron nombrados gobernadores de estados. Otro se convirtió en secretario de Transportes, y otro que aparecía en la lista fue nombrado zar de la droga: jefe del Instituto Nacional de la Lucha contra la Droga.
Todo había vuelto a la normalidad.
Mejor que antes, porque lo que hizo Adán con sus beneficios de la crisis del peso fue empezar a construir Boeings 727.
Al cabo de dos años tiene veintitrés, una flota de aviones más grande que la de casi todos los países del Tercer Mundo. Los llena de cocaína en Cali y vuelan hasta aeropuertos civiles, aeropuertos militares e incluso autopistas, cerradas y custodiadas por el ejército hasta que el avión ha sido descargado.
Meten la coca en camiones frigoríficos y la transportan hasta almacenes cercanos a la frontera, donde la dividen en unidades más pequeñas y la cargan en camiones y coches que son obras de ingeniería. Toda una nueva industria ha nacido en Baja, una industria de «tuneadores», que remodelan vehículos con compartimientos ocultos llamados «bodegas de alijo». Tienen techos falsos, suelos falsos y guardabarros trucados huecos que se llenan de droga. Como cualquier industria, ha desarrollado especialistas, tíos que son grandes cortadores, y otros que son lijadores y pintores. Hay tíos que hacen cosas con masilla Bondo que un yesero veneciano solo podría soñar. En cuanto los coches están preparados, cruzan la frontera de Estados Unidos, son entregados en pisos francos, por lo general de San Diego o Los Angeles, para después ser enviados a diferentes destinos: Los Angeles, Seattle, Chicago, Detroit, Cleveland, Filadelfia, Newark, Nueva York y Boston.
La droga también viaja por mar. Desde su punto de partida en México es entregada en ciudades de la costa de Baja, donde la envasan al vacío y la cargan después en barcos pesqueros comerciales y privados, que recorren la costa hasta las aguas de California y tiran la droga al agua, donde flota hasta que es recogida por lanchas motoras, o a veces incluso por buceadores que la llevan a la orilla y la transportan hasta pisos francos.
También viaja a pie. Contrabandistas de poca monta la meten en mochilas y la envían sobre la espalda de mojados o coyotes que atraviesan corriendo la frontera con la esperanza de ganar una fortuna (digamos unos cinco mil dólares) por entregarla en un punto acordado de la región situada al este de San Diego. Parte de esta zona son desiertos alejados o montañas elevadas, y no es extraño que la Patrulla de Fronteras encuentre el cadáver de un mojado que murió deshidratado en el desierto o por exposición a condiciones climáticas extremas en las montañas, porque no cargaba con el agua o las mantas que le habrían salvado la vida, sino con un cargamento de coca.
La droga va al norte y el dinero al sur. Y ambas patas de este viaje de ida y vuelta son mucho más fáciles porque el TLCAN ha relajado la seguridad fronteriza, lo cual facilita, entre otras cosas, un flujo ininterrumpido de tráfico entre México y Estados Unidos. Y con él, un flujo ininterrumpido de droga.
Y el tráfico es más beneficioso que nunca, porque Adán utiliza su nuevo poder para negociar un trato mejor con los colombianos, que consiste en «Os compramos vuestra cocaína al por mayor y nosotros nos encargamos de venderla al por menor, gracias». Se acabaron los mil dólares por kilo de gastos de envío. Nos hemos independizado.
El Tratado de Libre Comercio (de droga) de América del Norte, piensa Adán.
Dios bendiga el libre comercio.
Adán ha conseguido que el antiguo Trampolín Mexicano parezca un niño pequeño dando saltitos en la cama. Eh, ¿para qué saltar cuando se puede volar?
Y Adán puede volar.
Es el Señor de los Cielos.
Pero la vida no ha vuelto al status quo ante bellum.
No. Hasta el siempre realista Adán sabe que nada puede ser igual después del asesinato de Parada. En teoría, es un hombre buscado. Sus nuevos «amigos» de Los Pinos han ofrecido una recompensa de cinco millones de dólares por los hermanos Barrera, el FBI les ha puesto en la lista de los Más Buscados, sus fotos cuelgan en las paredes de los puntos de control fronterizos y en las oficinas gubernamentales.
Es una farsa, por supuesto, de cara a los norteamericanos. Las fuerzas de la ley mexicanas ya no persiguen a los Barrera, del mismo modo que ya no intentan acabar con el tráfico de drogas entendido como un todo.
De todos modos, los Barrera no se lo pueden refregar por la cara, no pueden exhibirse. Es el trato no verbalizado. Los viejos tiempos han terminado. Se acabaron las fiestas en grandes restaurantes, las discos, los hipódromos, los asientos de primera fila en los grandes combates pugilísticos. Los Barrera tienen que facilitar al gobierno que pueda encogerse de hombros ante los norteamericanos y afirmar que de buena gana detendría a los Barrera si supiera dónde están.
Así que Adán ya no vive en la mansión de Colonia Hipódromo, no va a sus restaurantes, no se sienta en la trastienda para anotar cifras en sus libretas. No echa de menos la casa, no echa de menos los restaurantes, pero sí que echa de menos a su hija.
Lucía y Gloria están viviendo en Estados Unidos, en la tranquila zona residencial de Bonita, en San Diego. Gloria va al colegio católico; Lucía, a una iglesia nueva. Una vez a la semana, un coche correo de los Barrera se encuentra con ella en el aparcamiento de un centro comercial y le entrega un maletín con setenta mil dólares.
Una vez al mes, Lucía lleva a Gloria a Baja para que vea a su padre.
Se encuentran en hoteles rurales alejados, o en una zona de picnic que hay junto, a la carretera cerca de Tecate. Adán vive para estas visitas. Gloria ya tiene doce años, y está empezando a entender por qué su padre no puede vivir con ellas, por qué no puede cruzar la frontera de Estados Unidos. Él intenta explicarle que le han acusado falsamente de muchas cosas, que los norteamericanos cogen todos los pecados del mundo y los cargan sobre las espaldas de los Barrera.