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A su lado, un chino está gritando por su móvil.

Art le agarra por el cuello de la camisa, le arroja al suelo y le quita el teléfono de una patada.

Lee oye a su jefe gritar por el teléfono.

Nora ve que sus ojos se abren de par en par, y después la pistola se alza y la apunta a la frente.

Grita.

Por encima del ruido sordo de una explosión.

Sangre y huesos salpican la ventanilla del pasajero.

El cuerpo de Lee se derrumba en el asiento, Nora se vuelve y ve al tirador del SWAT en la puerta, que cuelga de sus goznes.

Aún sigue chillando cuando Shag Wallace se acerca poco a poco al coche, abre la puerta y la toma con delicadeza del codo.

– No pasa nada -dice-. Se encuentra bien. Vamos, tenemos que salir de aquí.

La saca del coche, la guía hasta el exterior y la acomoda en el asiento delantero de su coche.

– Espere aquí un momento.

Shag vuelve al interior del almacén, se sienta en el asiento delantero del Lexus y coge la 45 de la mano muerta de Lee. Después la sostiene a escasos centímetros de la frente de Lee, apunta a las heridas de entrada y aprieta el gatillo.

Limpia el arma y vuelve a su coche.

Se sienta al lado de Nora y le dice que sujete un momento la 45. Aturdida, ella obedece. Después Shag recupera el arma.

– Esta es la historia: las cosas se pusieron feas. El chino iba a dispararle. Usted agarró la pistola, luchó, ganó. ¿Lo ha comprendido?

Ella asiente.

Cree haberlo entendido. No está segura. Sus manos no dejan de temblar.

– ¿Se encuentra bien? -pregunta Shag-. Escuche, si no es así, no pasa nada. Si quiere parar esto ahora mismo, dígalo. Lo comprenderemos.

– ¿Han detenido a Adán? -pregunta.

– Todavía no -contesta Shag.

Nora sacude la cabeza.

Art se arrodilla sobre el cuello de Fabián y le ata las muñecas con el cable de teléfono.

– Ha sido esa puta, ¿verdad? -pregunta Fabián.

Art ejerce más presión con las rodillas y empieza a recitar los derechos de Fabián.

– Quiero un abogado ahora mismo -dice Fabián.

Art le pone en pie, le empuja contra una de las furgonetas de la DEA y se aleja para inspeccionar los dos contenedores (seis metros de largo, dos metros y medio de ancho y dos metros y medio de altura) llenos de cajas.

Sus hombres las sacan y las revientan.

Dos mil AK-47 de fabricación china salen de las cajas en piezas: cañones, recámaras, culatas. Otras herramientras incluyen dos docenas de lanzacohetes KPG-2 chinos, considerados muy valiosos porque son manuales.

Dos mil rifles igual a dos mil kilos de cocaína, piensa Art. Solo Dios sabe cuántos kilos dejan pasar por los lanzacohetes, capaces de derribar helicópteros.

A continuación encuentran seis cargamentos de rifles M-2, M-1 reconvertidos, la típica carabina del ejército. La diferencia entre el original y el M-2 es que el último puede pasar a ser automático con un único cambio. También encuentra algunos LAWS, la versión norteamericana del KPG-2, no tan eficaz contra helicópteros pero muy bueno contra vehículos blindados. Todas ellas armas perfectas para una guerra de guerrillas.

Por valor de miles de kilos de coca.

El alijo más grande de la historia.

Pero aún no ha terminado.

Todo esto no sirve de nada si no conduce a la desaparición de Adán Barrera.

Cueste lo que cueste.

Si Adán escapa, la única posibilidad de encontrarle será por mediación de Nora. Tienes un plan para sacarla, pero los planes a veces salen mal.

Ella quería volver, se dice. Tú le concediste la posibilidad de abandonar, y ella tomó una decisión. Es adulta, capaz de tomar decisiones.

Sí, sigue repitiéndote eso.

Nora circula con el Lexus nuevo por la autopista hasta la primera salida, entra en una gasolinera, va al lavabo de señoras y vomita. Después de vaciar el estómago, vuelve al coche y conduce hasta la estación de tren de Santa Ana, deja el coche en un aparcamiento, entra en una cabina telefónica, cierra la puerta y llama a Adán.

Llorar no representa ningún problema. Las lágrimas ruedan con facilidad entre sus sollozos entrecortados.

– Algo salió mal… No sé… Iba a matarme… Yo…

– Vuelve.

– La policía me estará buscando.

– Es demasiado pronto -dice Adán.

Abandona el coche, sube al tren, ve a San Isidro, cruza por el puente peatonal.

– Estoy asustada, Adán.

– No pasará nada -dice él-. Ve al sitio de la ciudad. Espera allí. Estaremos en contacto.

Sabe a qué se refiere. Es un código que inventaron hace mucho tiempo para emergencias como esta. El sitio de la ciudad es un piso que tienen en la Colonia Hipódromo de Tijuana.

– Te quiero -dice Nora.

– Yo también te quiero.

Nora sube en el siguiente tren con destino a San Diego.

A veces, los planes salen mal.

En este caso, los mecánicos de Costa Mesa están trabajando en el pequeño Toyota Camry tuneado, con el fin de prepararlo para otro viaje, y encuentran algo interesante encajado entre el asiento y el reposacabezas del asiento del pasajero.

Una especie de aparato electrónico.

El jefe de los operarios hace una llamada.

Nora baja del tren en San Diego, sube al tranvía que baja a San Isidro, desciende, sube los peldaños del puente peatonal y cruza la frontera a pie.

12

ADENTR Á NDOSE EN LA OSCURIDAD

Slippin' into darkness,

When I heard my mother say…

«You been slippin' into darkness, oh, oh, oh

Pretty soon you're going to pay.»

War, «Slippin' Into Darkness»

Tijuana

1997

Nora Hayden se ha esfumado.

Así de sencillo, la brutal verdad que Art intenta afrontar.

Ernie Hidalgo otra vez.

Fuente Mamada revisitado.

Hay momentos aterradores en la vida de cualquier persona que trabaja con agentes secretos. El control saltado, la no señal, el silencio.

Es el silencio lo que te revolverá el estómago, lo que te empujará a rechinar los dientes, a tensar las mandíbulas, el silencio lo que extinguirá poco a poco la llama de la falsa esperanza. El silencio absoluto de cuando lanzas una señal de radar tras otra a la oscuridad, a las profundidades, y luego esperas a que regrese. Y esperas y esperas, y solo obtienes silencio.

Tenía que haber ido al apartamento de Colonia Hipódromo para encontrarse con Adán. Pero nunca apareció, ni tampoco el Señor de los Cielos. Antonio Ramos sí, con dos pelotones de sus fuerzas especiales en coches blindados, que aislaron toda la manzana e invadieron el edificio como si fuera la playa de Normandía.

Pero estaba vacío.

Ni Adán Barrera, ni Nora.

Ahora Ramos está poniendo Baja patas arriba en busca de los hermanos Barrera.

Ha estado esperando esta oportunidad durante años. Convencido por John Hobbs de que Adán Barrera está entregando armas a los insurgentes izquierdistas de Chiapas y otros lugares, Ciudad de México ha quitado la correa a Ramos y se ha lanzado al ataque como un pit bull atiborrado de esteroides. Tras una semana de operaciones, ya ha clausurado siete pisos francos, todos en los barrios exclusivos de Colonia Chapultepec, Colonia Hipódromo y Colonia Cacho.

Durante toda una semana, las tropas de Ramos recorrieron como una tromba los barrios ricos de Tijuana en camiones y todoterrenos blindados, y sus modales no son demasiado corteses, saltan por los aires puertas caras con cargas explosivas, invaden casas, cortan el tráfico e interrumpen los negocios durante horas. Casi parece que Ramos quiera granjearse la antipatía de las élites de la ciudad, que está dividida entre culpar a Ramos o a los Barrera de todos los problemas.