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En suma, Rebollo ronronea en su reunión con Art, con su uniforme verde del ejército planchado y limpio como un alfiler, que es evidente que sus colegas de la DEA tienen una fuente de información dentro del cártel de los Barrera, y que, en aras de la colaboración, su oficina podría ser de mucha más ayuda en la lucha común contra las drogas y el terrorismo si el señor Keller revelara dicha fuente.

Sonríe a Art.

Hobbs sonríe a Art.

Todos los burócratas de la sala sonríen a Art.

– No -dice.

Ve Tijuana desde las ventanas panorámicas del edificio de oficinas. Ella tiene que estar ahí, en algún sitio.

La sonrisa de Rebollo ha desaparecido. Parece ofendido.

– Arthur…-dice Hobbs.

– No.

Que se esfuerce un poco más.

La reunión acaba mal.

Art vuelve a la sala de guerra. Las fotos de satélite del rancho Las Bardas tendrían que haber llegado.

– ¿Hay algo? -pregunta a Shag.

Shag niega con la cabeza.

– Mierda.

– Se han escondido, jefe -dice Shag-. Ni tráfico de móviles, correos electrónicos, nada.

Art le mira. El rostro del viejo vaquero está curtido por la intemperie y surcado de arrugas, y ahora lleva bifocales. Joder, ¿habré envejecido tanto como él?, se pregunta Art. Dos viejos guerreros de la droga. ¿Cómo nos llaman los nuevos? ¿Narcos Jurásicos? Y Shag es mayor que yo. Pronto se jubilará.

– Llamará a su hija -dice de repente Art.

– ¿Qué?

– La hija, Gloria -dice Art-. La mujer y la hija de Adán viven en San Diego.

Shag hace un gesto de desaprobación. Ambos saben que implicar a una familia inocente es contrario a las reglas no escritas que gobiernan la guerra entre los narcos y ellos.

Art sabe lo que está pensando.

– A la mierda -dice-. Lucía Barrera sabe lo que su marido hace. No es inocente.

– La niña sí.

– Los hijos de Ernie Hidalgo también viven en San Diego -contesta Art-. Pero nunca ven a su padre. Pincha el teléfono.

– Jefe, ningún juez del mundo.

La mirada de Art le enmudece.

Raúl Barrera tampoco es feliz.

Pagan a Rebollo trescientos mil dólares al mes, y por ese dinero debería darles algo que valiera la pena.

Pero no acabó con Antonio Ramos antes del ataque contra el rancho Las Bardas, y ahora no puede confirmar que Nora Hayden es el origen de sus problemas, algo que Raúl necesita saber sea como sea, y deprisa. Está reteniendo a su propio hermano como prisionero virtual en este piso franco, y sí el soplón no era la amante de su hermano, lo pagará caro.

Así que, cuando Raúl recibe el mensaje de Rebollo (Caramba, lo siento), envía una frase de respuesta. Es sencilla: Hazlo mejor. Porque si no nos eres útil, no perderemos nada corriendo la voz de que estás en nuestra nómina. Entonces lo sentirás en la cárcel.

Rebollo recibe la frase.

Fabián Martínez hace piña con su abogado y va directo al grano.

Este sabe de procedimientos de actuación en redadas antidroga. El cártel envía a su representante legal y tú le das la información que tienes, si tienes alguna.

– No les dije nada -dice.

El abogado asiente.

– Tienen un informador -continúa Fabián, bajando la voz hasta susurrar-. Es la baturra de Adán, Nora.

– ¡Joder! ¿Estás seguro?

– Solo puede ser ella -dice Fabián-. Tienes que sacarme bajo fianza, tío. Me voy a volver loco aquí.

– Con cargos por tenencia de armas, Fabián, va a ser difícil…

– Que se jodan las armas.

Le habla al abogado sobre la acusación de asesinato.

Qué desastre, piensa el abogado. Si Fabián Martínez no hace un trato, va a pasar mucho tiempo en la cárcel.

No es exactamente una prisionera, pero no es libre de irse.

Nora ni siquiera sabe dónde está, salvo que se trata de algún lugar de, la costa este de Baja.

La casa donde la retienen está hecha de la misma piedra roja que la playa donde se encuentra. Tiene un techo de paja hecho de hojas de palma, y pesadas puertas de madera. No tiene aire acondicionado, pero las gruesas paredes de piedra la mantienen fresca por dentro. La casa cuenta con tres habitaciones, un pequeño dormitorio, un cuarto de baño y una sala delantera de cara al mar, que es una sala de estar combinada con una cocina abierta.

La electricidad la proporciona un generador que zumba ruidosamente fuera. Así que Nora tiene luz eléctrica, agua corriente caliente y un váter. Puede elegir entre una ducha caliente o un baño caliente. Incluso hay una antena parabólica fuera, pero se han llevado el televisor y no hay radio. También han quitado los relojes, y le confiscaron el reloj de pulsera cuando la trajeron.

Hay un pequeño reproductor de CD, pero sin CD.

Quieren que esté a solas con mi silencio, piensa.

En un mundo sin tiempo.

Lo cierto es que ha empezado a perder la noción del tiempo desde que Raúl la interceptó en Colonia Hipódromo y le dijo que subiera al coche, que se había montado un pollo y que la iba a llevar con Adán. Ella no confiaba en él, pero no tenía elección, y Raúl hasta empleó un tono de disculpa cuando le explicó que, por su propia protección, tenía que vendarle los ojos.

Sabe que se encuentra al sur de Tijuana. Sabe que circularon por la autopista de Ensenada durante un rato. Pero después la carretera se llenó de baches, y luego empeoró aún más, y se dio cuenta de que iban subiendo poco a poco por una carretera pedregosa en un todoterreno, y por fin percibió el olor del mar. Era oscuro cuando la llevaron dentro y le quitaron la venda.

– ¿Dónde está Adán? -preguntó a Raúl.

– Ya vendrá.

– ¿Cuándo?

– Pronto -dijo Raúl-. Relájate. Ve a dormir. Lo has pasado muy mal.

Le dio una pastilla para dormir, un Tuinol.

– No necesito eso.

– No, cógela. Necesitas dormir.

Se quedó delante de ella mientras la tomaba, Nora durmió como un tronco y despertó por la mañana algo aturdida y con la boca estropajosa. Pensó que estaba en alguna playa al sur de Ensenada, hasta que el sol salió por el lado contrario del mundo y dedujo que estaba tierra adentro. Cuando llegó la luz del día reconoció las aguas verdes del mar de Cortés.

Desde la ventana del dormitorio distinguió una casa grande en lo alto de la colina, y vio que toda la zona parecía un paisaje lunar de piedra roja. Un poco más tarde, una joven bajó de la casa grande con la bandeja del desayuno: café, pomelo y unas tortillas de harina.

Y una cuchara, observó Nora.

Ni cuchillo, ni tenedor.

Un vaso de agua con otro Tuinol.

Se resistió a tomarlo hasta que sus nervios cedieron, lo tragó y consiguió que se sintiera mejor. Durmió el resto de la mañana y solo despertó cuando la misma chica le trajo la bandeja de la comida: atún a la plancha, verduras hervidas, más tortillas.

Más Tuinol.

La despertaron en plena noche de su profundo sueño y empezaron a hacerle preguntas. Su interrogador, un hombre bajo con un acento que no era del todo mexicano, era afable, educado y persistente…

«¿Qué pasó la noche del embargo de armas?»

«¿Adónde fue? ¿A quién vio? ¿Con quién habló?»

«¿Qué hacía durante sus viajes de compras a San Diego? ¿Qué compraba? ¿A quién veía?»

«¿Conoce a Arthur Keller? ¿Le dice algo ese nombre?»

«¿Alguna vez la detuvieron por prostitución? ¿Por posesión de drogas? ¿Por evasión de impuestos?»

Ella contestaba con otras preguntas.

«¿De qué está hablando?»

«¿Por qué me pregunta estas cosas?»

«¿Quién es usted?»

«¿Dónde está Adán?»