Manuel sabe lo que hay que hacer aunque no se lo hayan dicho.
Aparca el Land Rover al lado de su cabaña y transporta el cadáver de Raúl hasta el cuarto de baño. Deja el cuerpo en la bañera y sale a comprar un cuchillo de los utilizados por los pescadores. Vuelve y despedaza el cadáver de Raúl. Corta las manos, los pies, los brazos, las piernas y, por fin, la cabeza.
Es una pena que no puedan dispensarle el funeral que merece, pero nadie debe saber que Raúl Barrera ha muerto.
Los rumores correrán, por supuesto, pero mientras exista la posibilidad de que el pasador de los Barrera continúe con vida, nadie se atreverá a atacarles. En cuanto sepan que ha muerto, se abrirán las puertas y los enemigos entrarán en tromba para vengarse en la persona de Adán.
Manuel coge un cuchillo de desescamar y despelleja con sumo cuidado la piel de los dedos cortados de Raúl, y después tira la piel por el desagüe de la bañera. Luego, guarda las partes cercenadas en bolsas de la compra de plástico y enjuaga la bañera. Carga las bolsas hasta una pequeña barca motora, las llena con las bolas de plomo que utilizan los pescadores para hundir las redes y se adentra con la barca en el golfo. Después, cada doscientos o trescientos metros, tira una de las bolsas al agua.
Cada vez que lo hace recita una rápida oración, dirigida tanto a la Virgen María como a san Jesús Malverde.
Adán llora bajo la ducha.
Sus lágrimas se cuelan por el desagüe junto con el agua sucia.
Art y Shag van al cementerio y dejan flores en la tumba de Ernie. -Solo queda uno -dice Art a la lápida-. Solo queda uno.
Después van a La Jolla Shores y contemplan la puesta de sol desde el bar del Sea Lodge.
Art levanta su cerveza.
– Por Nora Hayden.
– Por Nora Hayden.
Entrechocan los vasos y miran en silencio el espectáculo del sol cuando desciende sobre el mar, como una bola en llamas que tiñe las aguas de un dorado resplandeciente.
Fabián sale contoneándose del edificio del Tribunal Federal de San Diego. El juez federal ha aceptado extraditarle a México.
Aún va con el chándal naranja, las muñecas esposadas a la cintura, los tobillos sujetos con grilletes, pero aun así logra contonearse y dedicar su mejor sonrisa de estrella de cine a Art Keller.
– Saldré antes de un mes, perdedor -dice cuando pasa al lado de Art y entra en la furgoneta que le está esperando.
Ya lo sé, piensa Art. Por un segundo, se le ocurre detenerle, pero acto seguido piensa: Que se joda.
El general Rebollo se encarga en persona de detener a Fabián Martínez.
– No te preocupes por nada -dice a Fabián en el coche, camino de la comparecencia ante el magistrado-, pero procura no ser arrogante. Declárate no culpable y mantén la boca cerrada.
– ¿Se encargaron de la Güera?
– Está muerta.
Sus padres aguardan en la sala del tribunal. Su madre llora y le ¡abraza. Su padre le estrecha la mano. Una hora más tarde, después de pagar medio millón de dólares de fianza, y una cifra similar a modo de soborno bajo mano, el juez entrega a Junior Número Uno a la custodia de sus padres.
Quieren que se pierda de vista y salga de Tijuana, así que le llevan a la finca de su tío en las afueras de Ensenada, cerca de la aldea de El Sauzal.
A la mañana siguiente se levanta temprano para ir a mear.
Se levanta de la cama, en realidad un colchón preparado en la terraza, y baja al cuarto de baño. Está durmiendo fuera porque todos los dormitorios de la estancia de su tío están llenos de parientes, y porque de noche hace más fresco gracias a la brisa que llega del Pacífico.Y es más silencioso. No puede soportar los aullidos de los bebés, las discusiones, el ajetreo de las relaciones sexuales, los ronquidos ni ningún otro sonido procedente de una reunión de familia numerosa.
El sol acaba de salir y ya hace calor fuera. Será otro día largo y cálido en El Sauzal, otro día aburrido y abrasador de Ensenada, plagado de hermanos ruidosos, sus mandonas esposas, sus irritantes retoños y su tío, que piensa que es un vaquero y se empeña en que monte a caballo.
Baja y nota que algo va mal.
Al principio, no sabe definirlo, pero luego sí. Algo que debería haber, pero que no ve.
Humo.
Tendría que salir humo de los alojamientos de los criados, al otro lado de las puertas de la casa principal. Ha salido el sol, y las mujeres ya deberían estar preparando tortillas, y el humo tendría que elevarse por encima de los muros del complejo residencial.
Pero no es así.
Lo cual es raro.
¿Será fiesta hoy?, se pregunta. No puede ser, porque su tío habría preparado algo, sus cuñadas habrían estado discutiendo como posesas por algún detalle del menú o la disposición de la mesa, y a él ya le habrían asignado su aburrido papel en la celebración.
¿Por qué no se han levantado los criados?
Entonces ve por qué.
Los federales entran en tromba por la puerta.
Habrá una docena o así, con sus características chaquetas negras y gorras de plato, y Fabián piensa: Joder, ya estamos otra vez, y recuerda lo que Adán siempre le ha dicho, así que levanta las manos, a sabiendas de que va a ser un rollo patatero, aunque seguro que puede solucionarse, pero entonces se fija en que el jefe de los federales arrastra la pierna detrás de él.
Es Manuel Sánchez.
– No -musita Fabián-. No, no, no, no…
Tendría que haberse pegado un tiro.
Pero le prenden antes de que pueda encontrar una pistola, y le obligan a presenciar lo que hacen a su familia.
Después le atan a una silla, y uno de los hombres más grandes se coloca detrás de él y le agarra por su espeso pelo negro, para que no pueda mover la cabeza, incluso cuando Manuel le enseña el cuchillo.
– Esto es por Raúl -dice Manuel.
Hace cortes breves y profundos siguiendo el contorno de la frente de Fabián, después coge cada ristra de piel y la desprende. Los pies de Fabián patean el suelo de piedra mientras Manuel despelleja su cara, y deja las ristras colgando sobre su pecho como pieles de plátano.
Manuel espera a que los pies dejen de patalear y le dispara en la boca.
El bebé está muerto en brazos de su madre.
A juzgar por la forma en que yacen los cuerpos (ella encima, el bebé debajo), Art deduce que la mujer intentó proteger al niño.
Es culpa mía, piensa Art.
Yo he provocado su desgracia.
Lo siento, piensa Art. Lo siento muchísimo. Se inclina sobre la madre y el niño, hace la señal de la cruz y susurra:
– In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.
– El poder del perro -oye murmurar a un poli mexicano.
El poder del perro.
QUINTA PARTE. LA FRONTERA
13
When you're headin'for the border lord,
you're bound to cross the line.
Khis Kristofferson, «Border Lord»
Distrito de Putumayo
Colombia
1998
Art entra en el campo de coca destruido y arranca una hoja marchita y amarillenta de su tallo.
Plantas muertas o personas muertas, piensa.
Soy un agricultor de los campos sembrados de muertos. Mi única herramienta para la cosecha estéril que cultivo es la guadaña. Mi paisaje, la devastación.
Art está en Colombia, en misión de recopilar información para el Comité Vertical, con el fin de asegurar que la CIA y la DEA canten la misma canción en el Congreso. Las dos agencias y la Casa Blanca están intentando ganarse el apoyo del Congreso para el Plan Colombia, una ayuda de diecisete mil millones de dólares para Colombia destinados a destruir el tráfico de cocaína en su origen, los campos de coca de la selva del distrito de Putumayo, al sur de Colombia. La ayuda significa más dinero para defoliantes, más dinero para aviones, más dinero para helicópteros.