Viajaron en uno de esos helicópteros desde Cartagena hasta la ciudad de Puerto Asís, junto al río Putumayo, en la frontera con Ecuador. Art descendió por el río, una franja marrón cenagosa que atravesaba el verde intenso, casi asfixiante, de la selva, y se detuvo sobre un muelle tambaleante donde cargan canoas largas y estrechas (el medio de transporte principal de una zona que cuenta con escasas carreteras) con plátanos y haces de leña. Javier, su acompañante, un joven soldado de la Brigada Veinticuatro, bajó corriendo la orilla para reunirse con él. Joder, pensó Art, este chico no tendrá más de dieciséis años.
– No puede cruzar el río -le dijo Javier.
Art no estaba pensando en cruzar, pero preguntó:
– ¿Por qué?
Javier señaló la orilla sur del río.
– Eso es Puerto Vega. Territorio de las FARC.
Estaba claro que Javier tenía muchas ganas de alejarse de la orilla, de modo que Art regresó con él a territorio «seguro». El gobierno controla Puerto Asís y la orilla norte del río en los alrededores de la ciudad, pero al oeste de aquí, incluso en el lado norte, se encuentra la ciudad de Puerto Calcedo, controlada por las FARC.
Pero Puerto Asís es territorio de las AUC.
Art lo sabe todo acerca de las Autodefensas Unidas de Colombia. Las AUC fueron creadas por el antiguo señor de la cocaína Fidel Cardona, alias Rambo. Cardona dirigía un escuadrón de la muerte de extrema derecha desde su rancho de Las Tangas, al norte de Colombia, en los tiempos en que todo iba bien para el cártel de Medellín. Entonces Cardona traicionó a Pablo Escobar y ayudó a la CIA a detenerle, una hazaña gracias a la cual se le perdonaron todos sus delitos relacionados con la cocaína. Cardona tomó su nueva alma purificada y se dedicó a la política a tiempo completo.
Las AUC solían actuar en la parte norte del país. Su entrada en el distrito de Putumayo es un acontecimiento reciente. Pero cuando lo hizo, lo hizo con fuerza, y Art ve pruebas de ello por todas partes.
Vio a los paramilitares de extrema derecha por todo Puerto Asís con sus uniformes de camuflaje y boinas, atravesando la ciudad en camiones, deteniendo a transeúntes, registrándolos o blandiendo sus M-16 y machetes.
Lo cual equivalía a enviar un mensaje a los campesinos, pensó Art: Esto es territorio de las AUC y podemos hacer con vosotros lo que nos dé la gana.
Javier le estaba guiando a toda prisa hacia un convoy de vehículos del ejército, en la calle principal. Art vio a John Hobbs de pie junto a uno de los jeeps, pateando el suelo con impaciencia. Necesitamos una escolta militar para internarnos en el campo, pensó Art.
– Tenemos que darnos prisa, señor -dijo Javier.
– Claro -contestó Art-. Pero necesito beber algo.
El calor era opresivo. La camisa de Art ya estaba empapada de sudor. El soldado le condujo hasta un puesto de una calle lateral, donde Art compró dos latas calientes de Coca-Cola, una para él y otra para el soldado. La propietaria del puesto, una anciana, le preguntó algo en el dialecto local que Art no entendió.
– Quiere saber cómo va a pagar -explicó Javier-. ¿Con dinero o con cocaína?
– ¿Cómo?
Aquí, la coca es como el dinero, explicó el soldado. Los habitantes llevan pequeñas bolsas de polvo, del mismo modo que otros llevan calderilla. Casi todo el mundo paga con cocaína. Pagar un refresco con cocaína, pensó Art mientras sacaba unos billetes arrugados del bolsillo. Coca a cambio de Coca. Sí, aquí estamos ganando la Guerra contra las Drogas.
Dio al soldado una lata, y después continuaron el recorrido turístico.
Ahora está sentado en un campo de coca arrasado y frota la superficie de una hoja con el pulgar. Está pegajosa, y se vuelve hacia el representante de Monsanto que revolotea a su alrededor como un mosquito.
– ¿Están mezclando Cosmo-Flux con el Roundup?
Roundup Ultra es el nombre de una marca de glifosato defoliante, que él ejército colombiano, con el patrocinio de asesores norteamericanos, rocía desde aviones que vuelan bajo, protegidos por helicópteros.
Por más que cambien las cosas, piensa Art… Primero Vietnam, después Sinaloa, ahora Putumayo.
– Bien, sí, así se pega mejor a las plantas -dice el representante de Monsanto.
– Sí, pero también aumenta el riesgo tóxico para la gente, ¿verdad?
– Bien, tal vez en grandes cantidades -dice el tipo-, pero aquí estamos utilizando dosis pequeñas de Roundup, y el Cosmo-Flux consigue que esa pequeña cantidad sea mucho más eficaz. Resultados mucho mejores a cambio de su dinero.
– ¿Qué cantidades están utilizando aquí?
El tipo de Monsanto no lo sabe, pero Art no ceja hasta obtener la respuesta. Paran a uno de los pilotos, abren su depósito y lo averiguan. Después de tenaces preguntas, y de intimidar a los tipos que llenan el depósito, Art descubre que están utilizando diez litros por hectárea. La literatura de Monsanto recomienda dos litros por hectárea como dosis máxima no tóxica.
– ¿Cinco veces la dosis no tóxica? -pregunta Art a John Hobbs-. ¿Cinco veces?
– Lo investigaremos -contesta Hobbs.
El hombre ha envejecido. Supongo que yo también, piensa Art, pero Hobbs parece un anciano. Su pelo blanco es más ralo, su piel casi transparente, sus ojos azules aún son lo bastante penetrantes, aunque está claro que ven acercarse el ocaso. Y lleva chaqueta, aunque está en la selva y el calor es asfixiante. Siempre tiene frío, piensa Art, como los viejos y los moribundos.
– No -dice Art-, yo me encargaré de investigarlo. ¿Cinco veces la dosis recomendada de glifosato, y lo mezcláis con Cosmo-Flux? ¿Qué intentáis contaminar?, ¿una cosecha o todo el medio ambiente?
Porque sospecha que no está viendo la zona cero de la Guerra contra las Drogas, sino la zona cero de la guerra contra las guerrillas comunistas, que viven, se esconden y luchan en la selva.
Así que se defolia la selva…
Mientras sus anfitriones le enseñan sus «éxitos», miles de hectáreas de plantas de coca marchitas, Art les somete a un incesante interrogatorio: ¿mata solo la coca, o también envenena las demás cosechas? ¿Mata cosechas alimenticias, judías, bananas, maíz, yuca? ¿No? Bien, ¿qué estoy viendo en ese campo? A mí me parece maíz. ¿No es el trigo el alimento básico de la dieta local? ¿Qué comen después de la destrucción de sus cosechas?
Porque no estamos en Sinaloa, piensa Art. No hay señores de la droga que posean miles de hectáreas. La mayor parte de la cocaína la cultivan pequeños campesinos, que plantan media hectárea o una como máximo. Las FARC les cobran impuestos en su territorio, las AUC les cobran impuestos en la tierra que controlan. Donde los campesinos lo tienen peor es en el territorio que ambos bandos se disputan. Allí pagan el doble de impuestos por la cocaína que cosechan.
Mientras ve los aviones rociar la tierra, pregunta: ¿A qué altura vuelan? ¿A treinta metros? Hasta los propios especialistas de Monsanto dicen que no está recomendado fumigar desde una altura superior a tres metros. ¿No aumenta eso el peligro de que se desvíe hacia otras cosechas? Hoy sopla una brisa persistente. ¿No están fumigando con defoliantes toda la zona?
– Te equivocas por completo -dice Hobbs.
– Ah, ¿sí? -replica Art-. Quiero traer aquí a un bioquímico y analizar el agua de una docena de pozos de pueblos.
Les obliga a llevarle a un campamento de refugiados, al que los campesinos han huido de la fumigación. Es poco más que un claro en la selva, con edificios de bloques de ceniza construidos a toda prisa y chozas con techo de hojalata. Exige que le acompañen a la clínica, donde un médico misionero le enseña los niños con los síntomas que temía ver: diarrea crónica, erupciones cutáneas, problemas respiratorios.