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El dolor es espantoso. Del profundo corte de la frente de Art mana sangre que se le mete en los ojos, de modo que apenas puede ver. Se tambalea y lucha contra la oscuridad que se cierne sobre su cerebro. Alza la vista y distingue la forma de Adán a la fuga. Da la impresión de que corre en una casa de la risa, porque el suelo oscila bajo sus pies.

Art se pone en pie con gran esfuerzo, cae, vuelve a levantarse.

Después empieza a correr.

Adán oye los pasos que le persiguen.

Sigue corriendo, se dice. Sabe que no es preciso llegar a la frontera, que solo tiene que llegar al barrio, llamar a la puerta adecuada, y las puertas se abrirán para Adán Barrera y se cerrarán para Art Keller.

Corre por el Prado, desierto a estas horas de la madrugada, los edificios de los museos se ciernen como los muros de una ciudad perdida a su alrededor. Si consigue salir del Prado y llegar a Park Boulevard, todo irá bien. Hay miles de lugares donde ocultarse en la oscuridad, para luego llegar hasta el barrio.

Ve la fuente a unos cincuenta metros de distancia, que señala el final del Prado, y su luz brilla sobre la torre de agua plateada.

Art también la ve.

Sabe lo que significa.

Si Adán consigue llegar a ella, desaparecerá para siempre. Los chicos de la calle Veintiocho le esconderán, le ayudarán a cruzar la frontera. Obliga a sus piernas a moverse más deprisa, aunque cada vez que apoya el pie le duele toda la pierna.

Oye sirenas a lo lejos y se pregunta si son reales o producto de su imaginación.

Adán también las oye y sigue corriendo.

Unos pocos metros más, y todo habrá acabado.

Se vuelve para ver dónde está Keller.

Art salta.

Rodea la espalda de Adán con los brazos, le arroja al agua por encima del muro bajo de la fuente.

Adán se levanta, aferra la cara de Keller, hunde los dedos en sus ojos.

La cabeza de Keller estalla de dolor, pero tiene sujeto a Adán por la camisa y no la suelta. Aguanta, se dice, solo aguanta. La camisa de Adán se desgarra y empieza a alejarse.

Art se lanza hacia delante ciega, desesperadamente, y nota que el cuerpo de Adán se desploma debajo de él y oye que Adán gime cuando el aire se escapa de sus pulmones. La sangre se mezcla con el agua en el lugar donde Adán se ha golpeado la cabeza. Art le agarra por el pelo y hunde su cabeza bajo el agua.

Le levanta, le oye jadear y vuelve a hundirle la cabeza, sin dejar de gritar, haciéndose oír por encima del rumor de la cascada de la fuente.

– ¡Esta por Ernie, cabronazo! ¡Esta por Pilar Méndez y sus hijos! ¡Esta por Ramos!

Le retiene bajo el agua, complacido por su inútil patalear, complacido con los estremecimientos de su cuerpo, su sufrimiento, su agonía.

– ¡Esta por El Sauzal!

Art aumenta la presión. Adán se revuelve bajo él, su espalda se arquea como si fuera a partirse. Art no ve eso. Ve a un bebé muerto en los brazos de su madre. Siente el poder del perro.

– ¡Esta por el padre Juan! -grita.

Levanta y baja la cabeza de Adán.

Los dos hombres están arrodillados en el agua, mientras la sangre de ambos remolinea a su alrededor, y el agua se derrama sobre sus cabezas.

Art ve el destello de luces rojas, polis que se acercan a él con las pistolas desenfundadas. Sujeta con una mano el cuello de Adán y agita la otra en el aire.

– ¡No disparen! ¡No disparen! -grita-. ¡Soy poli! ¡Este es mi prisionero! ¡Este es mi prisionero!

A lo lejos, como en un largo túnel, ve que Callan y Nora caminan en su dirección.

Después cae dentro del agua.

Se siente fresco y limpio.

EPÍLOGO

En algún lugar

Mayo de 2004

Las amapolas han florecido.

Naranja intenso, rojo intenso.

Art las riesga con cariño.

Y saborea la ironía.

No le metieron en la cárcel, después de que el juez decidiera que el ex Señor de la Frontera no habría durado ni un día en una instatución federal. Así que han sido una serie de pisos francos entre rondas de declaraciones, interminables sesiones ante interminables comités, y por fin otro refugio donde está relativamente a salvo.

Lleva en este tres meses y pronto llegará el momento de trasladarse de nuevo, pero vive al día, y el de hoy es soleado y caluroso, y está disfrutando del jardín en el patio cerrado.

Le gusta la soledad.

YOYO, piensa, mientras deja la regadera, se sienta en el pequeño banco y apoya la espalda contra la pared de adobe.

Pero no es verdad.

Están los fantasmas.

Nora ha desaparecido. Terminó de declarar y se esfumó en su nueva vida. Art prefiere pensar que está con Callan, que también desapareció. Es una idea agradable.

Adán está cumpliendo doce cadenas perpetuas consecutivas en un agujero federal, otra idea agradable. Art estaba sentado en la sala del tribunal y vio que se lo llevaban con esposas y grilletes en los tobillos, mientras Adán le gritaba que la recompensa por su cabeza aún estaba vigente.

Y quién sabe, piensa Art, quizá alguien quiera cobrarla.

Las drogas dejaron de llegar desde México durante unos quince minutos después de la caída de Adán, y después los nuevos chicos del barrio le sustituyeron. Entran más drogas que nunca en el país.

Basándose en el testimonio de Art, el Congreso lanzó una investigación a fondo sobre la Operación Cerbero y Niebla Roja, y prometió actuar. Hasta el momento, no se ha hecho nada. El gobierno gasta miles de millones de dólares al año en ayudas a Colombia para la erradicación de la droga. La mayor parte se destina a helicópteros que luchan contra los insurgentes. La guerra continúa.

El asesinato del cardenal Juan Parada fue declarado oficialmente un desafortunado accidente.

Art supone que debería estar amargado.

A veces lo intenta, pero todo lo vivido anteriormente se le antoja ridículo. Althie y los chicos (joder, piensa, ya no son chicos) llegan esta tarde para hacerle una rápida visita, y quiere estar alegre.

Aún no sabe qué pasará, cuánto tiempo tendrá que pasar en este limbo, si alguna vez saldrá de él. Lo acepta a modo de penitencia. Aún no sabe si cree en Dios, pero confía en la existencia de un Dios.

Y tal vez es lo mejor que puede hacer en este mundo, piensa, mientras se levanta para continuar regando las flores, cuidar del jardín y conservar la esperanza en la existencia de un Dios.

A pesar de todas las pruebas en su contra.

Mira las gotas de agua plateadas sobre los pétalos.

Y murmulla un fragmento de una curiosa oración que oyó en una ocasión, que no acaba de comprender, pero que sin embargo se ha quedado grabada en su cabeza…

Libra mi cuello de la espada.

Y mi vida de las garras del perro.

Don Winslow

***