Выбрать главу

Le coge del cuello con una mano y con la otra del cinturón, y le lanza a toda velocidad contra la pared opuesta. La cabeza del federal golpea el cemento con un impacto sordo. Su cuello se dobla hacia atrás. Ramos repite el procedimiento varias veces, hasta que por fin deja que el hombre caiga al suelo.

Ramos se sienta sobre un taburete de madera de tres patas y enciende un puro, mientras los otros dos polis miran a su amigo inconsciente, tumbado boca abajo. Sus piernas se agitan espasmódicamente.

Las paredes están manchadas de sangre.

– Bien -dice Ramos-, ahora me tenéis más miedo a mí que a Barrera, de modo que podemos empezar. ¿Dónde está el policía norteamericano?

Le cuentan todo lo que saben.

– Lo entregaron a Güero Méndez y a Raúl Barrera -le dice Ramos a Art-. Y a un tal doctor Álvarez, por eso creo que su amigo todavía podría estar con vida.

– ¿Por qué?

– Álvarez trabajaba para la DFS -dice Ramos-. Como interrogador. Hidalgo debe de saber algo que a ellos les interesa, ¿no?

– No -dice Art-. No sabe nada.

Art siente que se le revuelve el estómago. Están torturando a Ernie para averiguar la identidad de Mamada.

Y Mamada no existe.

– Dímelo -dice Tío.

– No lo sé -gime Ernie.

Tío cabecea en dirección al doctor Álvarez. El Doctor utiliza unos mitones para coger una barra de hierro al rojo vivo, que introduce…

– ¡Oh, Dios mío! -grita Ernie.

Después abre los ojos de par en par y su cabeza se derrumba sobre la mesa a la que le han atado. Tiene los ojos cerrados, está inconsciente, y los latidos de su corazón, que hace un momento se habían acelerado, son ahora peligrosamente lentos.

El Doctor deja los mitones y coge una jeringa llena de lidocaína, que inyecta en el brazo de Ernie. La droga le mantendrá consciente para que sienta el dolor. Impedirá que su corazón se paralice. Un momento después, la cabeza del norteamericano se levanta y sus ojos se abren.

– No te dejaremos morir -dice Tío-. Habla conmigo. Dime quién es Mamada.

Sé que Art me está buscando, piensa Ernie.

Removiendo cielo y tierra.

– No sé quién es Mamada -dice con voz entrecortada. El Doctor levanta de nuevo la barra de hierro.

– ¡Oh, Dios míooooooooo! -grita un momento después Ernie.

Art ve que la llama prende, parpadea, y después se eleva hacia el cielo.

Se arrodilla delante de la hilera de velas votivas y reza una oración por Ernie. A la Virgen María, a san Antonio, al mismísimo Jesucristo.

Un hombre alto y gordo se acerca por el pasillo central de la catedral.

– Padre Juan.

El sacerdote ha cambiado poco en nueve años. Su pelo blanco es un poco menos abundante, el estómago algo más abultado, pero los intensos ojos grises aún conservan su luz.

– Estás rezando -dice Parada-. Pensaba que no creías en Dios.

– Haré cualquier cosa.

Parada asiente. -¿Cómo puedo ayudar?

– Usted conoce a los Barrera.

– Yo los bauticé -contesta Parada-. Les di la primera comunión. Los confirmé.

Casé a Adán y a su mujer, piensa Parada. Sostuve a su hija deforme en mis brazos.

– Póngase en contacto con ellos -dice Art.

– No sé dónde están.

– Estaba pensando en la radio -dice Art-. En la televisión. Le respetan, le escucharán.

– No lo sé -dice Parada-. Lo puedo intentar, desde luego.

– ¿Ahora mismo?

– Por supuesto -dice Parada-. Puedo confesarle -añade un instante después.

– No hay tiempo.

Van en coche a la emisora de radio y Parada envía un mensaje a «los secuestradores del policía norteamericano». Les ruega, en el nombre de Dios Padre, Jesucristo, la Virgen María y todos los santos, que liberen al hombre sano y salvo. Les exhorta a que miren su alma, e incluso, ante la sorpresa de Art, esgrime su última carta: amenaza con excomulgarles si hacen daño al hombre.

Les condena con todo su poder y autoridad al infierno eterno.

Después repite su esperanza de salvación.

«Liberad al hombre y volved con Dios. Su libertad es vuestra libertad.»

– … me dieron una dirección -dice Ramos.

– ¿Cómo? -pregunta Art. Está escuchando el mensaje de Parada por la radio de la oficina.

– He dicho que me dieron una dirección -dice Ramos. Se cuelga la Uzi del hombro-. Mi Esposa. Vamos.

La casa se encuentra en un barrio corriente. Los dos Ford Bronco de Ramos, atestados de agentes especiales de la DFS, rugen calle arriba, y los hombres bajan de un salto. Desde las ventanas disparan largas e indisciplinadas ráfagas de AK. Los hombres de Ramos se tiran al suelo y devuelven el fuego con ráfagas cortas. El tiroteo se interrumpe. Cubierto por sus hombres, Ramos y dos agentes más corren hasta la puerta con un ariete y la derriban.

Art entra justo detrás de Ramos.

No ve a Ernie. Recorre todas las habitaciones de la pequeña casa, pero lo único que encuentra son dos gomeros muertos, con un agujero limpio en la frente, tendidos junto a las ventanas. Un hombre herido está sentado, apoyado contra la pared. Otro está sentado con las manos sobre la cabeza.

Ramos saca la pistola y la apunta a la cabeza del hombre herido.

– ¿Dónde? -pregunta.

– No sé.

Art se estremece cuando Ramos aprieta el gatillo y el cerebro del hombre salpica la pared.

– ¡Jesús! -grita Art.

Ramos no le oye. Apoya la pistola contra la sien del otro gomero.

– ¿Dónde?

– ¡Sinaloa!

– ¿Dónde?

– ¡Un rancho de Güero Méndez!

– ¿Cómo lo encuentro?

– ¡No sé! ¡No sé! ¡No sé! ¡Por favor! ¡Por el amor de Dios! -grita el gomero.

Art agarra a Ramos por la muñeca.

– No.

Por un momento, da la impresión de que Ramos podría disparar contra Art. Después baja la pistola.

– Tenemos que encontrar el rancho antes de que le trasladen de nuevo -dice-. Debería dejarme disparar a este bastardo para que no hable.

El gomero se pone a llorar.

– ¡Por el amor de Dios!

– Tú no tienes dios, hijo de la gran puta -dice Ramos al tiempo que le golpea la cabeza-. ¡Te voy a mandar p'al carajo! _ -No -dice Art.

– Si los federales se enteran de que sabemos lo de Sinaloa -dice Ramos-, trasladarán de nuevo a Hidalgo para que no podamos encontrarle.

Si es que podemos encontrarle, piensa Art. Sinaloa es un vasto estado rural. Localizar un rancho es como localizar una granja concreta en Iowa. Pero matar a este tipo no servirá de nada.

– Póngale en aislamiento -dice Art.

– ¡Ay, Dios! ¡Qué chingón que eres! -grita Ramos.