– Michael -dijo, con el coqueto acento que siempre utilizaba y una sonrisa que parecía decir que llevaba todo el día esperando encontrarse con él.
– Lily -Michael asintió secamente. Normalmente, los ojos muy abiertos de Lily y su postura, exageradamente erguida, le hacían sonreír, pero hoy le parecieron especialmente falsas.
Lily dejó avanzar a las personas que tenía detrás y se acercó a Michael hasta casi tocarlo.
– ¿Tienes un mal día? Pareces un poco enfurruñado.
– Estoy bien -Michael trató de sonreír y dio un paso atrás.
Lily apoyó una mano en su antebrazo.
– No pareces el Michael de siempre. ¿Dónde está tu sonrisa? ¿Dónde está la diversión?
Michael trató de alzar más las comisuras de sus labios.
– No sé qué quieres decir -por encima del sofisticado peinado de Lily, observó la actividad en el mostrador. Si al menos fueran más rápido… Necesitaba hablar con Beth «ahora», cuando terminar con aquella farsa de matrimonio parecía lo más adecuado.
– Estás enfurruñado -dijo Lily, asintiendo lentamente-. Hace tiempo que deberías saber que no estás hecho para el matrimonio. En mi librería hacen apuestas sobre cuánto durará -chasqueó la lengua-. El playboy Wentworth y la panadera.
Michael la miró fijamente.
– Demasiado bonito -continuó Lily, alzando las cejas-. Demasiado increíble.
Michael sintió que se le encogía el estómago. Frunció el ceño.
– ¿Increíble? ¿Por qué increíble?
Varios clientes se volvieron a mirarlo.
Lilly se apartó ligeramente de él.
– Nada, Michael -dijo, rápidamente-. Sólo estaba bromeando.
Las campanillas de la puerta volvieron a sonar. Por el rabillo del ojo, Michael captó un parca azul y una bufanda roja. Beth y Mischa. El alivio que sintió al verla no relajó su estómago.
– ¿Michael? -la sorpresa que reveló el tono de Beth no sirvió precisamente para disminuir las sospechas de Lily. Michael sintió que lo escrutaba con la mirada.
«El playboy Wentworth y la panadera». Aquellas palabras confirmarían a Beth todo lo que, de forma tan evidente, había tratado de hacerle ver la noche anterior.
Maldita Lily. Conociéndola, y conociendo a los habitantes de aquel lugar, un comentario como aquel acabaría llegando a oídos de Beth. Sobre todo si la disolución de su matrimonio se producía de forma tan inmediata.
Alargó una mano y cubrió con ella la de Beth, que la tenía apoyada sobre la barra del cochecito del niño. La miró a los ojos un momento y luego le hizo alzar la barbilla con suavidad para besarla.
Luego se volvió de nuevo hacia Lily.
– No me gusta bromear con nada relacionado con mi esposa -dijo-. Ni con nuestro matrimonio.
– ¿Michael? -repitió Beth.
A él no le gustó el tono inseguro de su voz. Revelaba que no lo conocía lo suficiente, que no confiaba en él. Lily lo captaría.
– Te estaba buscando. Teníamos una cita para comer, ¿recuerdas?
Bea salió de detrás del mostrador, toda seguridad donde Beth era todo confusión.
– Y yo prometí quedarme con Mischa -tomó el carrito de manos de Beth-. Vosotros tomaos todo el tiempo que queráis.
– Tenemos una reserva en Oscar’s -dijo Michael. No era cierto, pero sabía que Oscar les encontraría una mesa. Se inclinó para besar de nuevo a Beth.
En beneficio de Lily, por supuesto.
– Si nos disculpáis -añadió, haciendo una inclinación de cabeza hacia Bea, hacia Lily y hacia cualquiera que dudara de la solidez de su matrimonio. Después, salió de la panadería con su bella esposa tomada del brazo.
– No estoy adecuadamente vestida para este lugar -susurró Beth junto a Michael. Acercó su silla aún más a la mesa, esperando que los demás clientes del elegante restaurante creyeran que llevaba una falda en lugar de sus gastados vaqueros.
– Nadie te está mirando -dijo Michael, tomando el menú.
Beth hizo una mueca.
– Sí, claro. Como no me miraba nadie en la panadería.
Michael dejó bruscamente el menú sobre la mesa.
– ¿Te ha dicho alguien algo? -preguntó con brusquedad.
Beth parpadeó.
– No han tenido oportunidad; me has sacado de allí en menos de treinta segundos -lo cierto era que todos la habían mirado cuando entró por la puerta. Y había notado que algo estaba pasando entre Lily Baker, la dueña de la librería, y Michael. Su corazón se encogió.
Michael volvió a tomar el menú y lo abrió con forzada despreocupación.
– Entonces, ¿nadie te ha dicho nada sobre… nada?
¿Qué temía que le hubieran dicho? ¿Sería algo relacionado con Lily? Era una mujer mayor que Michael pero seguía siendo muy atractiva.
– ¿Quieres decirme algo? -preguntó con suavidad. ¿Sería Lily la mujer que deseaba Michael?
– ¿Y tú? -replicó él-. ¿Estás enferma? ¿Está malo Mischa?
Beth parpadeó.
– ¿Malo?
– He ido a casa a verte y he visto tu nota. ¿Tenías una cita con el médico hoy?
Las mejillas de Beth se acaloraron.
– Nunca habías venido a casa a la hora de comer -¿qué habría hecho interrumpir sus ocupaciones a Michael?
El camarero se acercó a su mesa para tomar nota de lo que querían. Pocos minutos después, Beth comenzó a tomar la ensalada de pollo que había pedido.
– ¿Por qué has venido a casa más temprano hoy? -se animó a preguntar finalmente.
Michael mantuvo la mirada fija en su plato.
– Quería hablar contigo.
Beth apretó con fuerza exagerada el tenedor que sostenía en la mano. Recordó la evidente tensión que había captado entre Michael y Lily en la panadería. ¿Quería confesarle que tenía una amante?
– ¿Sobre Lily?
– ¿Lily? -Michael alzó la cabeza y entrecerró los ojos con suspicacia-. ¿Qué pasa con Lily?
El corazón de Beth latió con fuerza en su pecho.
– He pensado que… que tal vez querías decirme que estabas viéndola.
Michael frunció el ceño.
– ¿Viéndola? -repitió.
Beth tragó con esfuerzo.
– Ella parecía… muy interesada en ti en la panadería.
– ¿Lily? -Michael rió brevemente-. Lily sólo está interesada en dos cosas: en crear problemas y en Jack. Y no necesariamente por ese orden.
La voz de Michael se tensó al mencionar a su hermano. Beth se obligó a tomar otro bocado de su ensalada. Él consumió de un trago el resto de su agua fría.
La inmediata aparición de un camarero para rellenarle el vaso no hizo que se disipara la tensión.
Beth dejó su tenedor en la mesa.
– ¿Es eso lo que hace que te sientas enfadado con Jack? -tuvo que preguntar-. ¿Que Lily estuviera interesado en él?
Michael la miró un momento sin decir nada.
– No entiendo por qué estamos hablando de Lily.
– Porque parecías disgustado mientras hablabas con ella. He pensado que tal vez…
Michael alzó las cejas.
– ¿Tal vez…?
– Que tal vez te casaste conmigo por despecho. Que es a Lily a quien quieres.
Michael gimió y se pasó una mano por el rostro.
– Beth…
– Dime, Michael.
– No dejo de complicar las cosas.
– ¿Por qué dices eso? -preguntó ella con suavidad.
– No… -Michael se interrumpió.
– La sinceridad es la mejor política. Alice siempre decía eso, y tenía razón.
Michael volvió a gemir.
– Alice, y bendito sea su cariñoso corazón, nunca tuvo una esposa a la que liberar.
Beth sintió que se le ponía carne de gallina.
– Alice nunca se casó -dijo, sólo para demostrarse que aún podía mover la boca.
– No me sorprende.
Beth dio un sorbo de agua para humedecer su seca boca.
– ¿Qué quieres Michael? Dímelo.
Michael alzó la mirada de su plato. Beth sintió que el anillo de boda le quemaba en el dedo. Lo acarició con el pulgar.
– Quería liberarte de la carga de este matrimonio.
Beth presionó el anillo.