El llanto de Mischa sacó a Beth de su profundo sueño. Abrió los ojos, parpadeó, se dio cuenta de que estaba desnuda y sola en la cama de Michael. Un instante después éste entró en el dormitorio, vestido tan solo con unos calzones cortos y con Mischa en sus brazos.
– Creo que no tengo lo que este tipo está buscando -dijo, sonriendo.
El rubor cubrió las mejillas de Beth. Miró a su alrededor y vio sus ropas sobre el respaldo de una silla.
– Será mejor que me vista y vaya a…
– ¿Por qué? -el colchón se hundió cuando Michael se sentó en la cama-. ¿No puedes darle de comer aquí?
Beth volvió a ruborizarse.
– Bueno…
Michael ignoró sus dudas. Con una mano colocó una almohada contra el cabecero de la cama.
– ¿Qué más necesitas?
Beth se acercó al centro de la cama y sujetó la sábana sobre sus pechos mientras se apoyaba contra la almohada. Michael le entregó a Mischa y la sábana cayó. Beth tiró de ella de nuevo a la vez que llevaba al hambriento bebé hacia su seno. Mischa dejó de llorar en cuanto empezó a mamar. Con la mano libre, Beth trató de colocar las sábanas con el máximo recato posible.
Cuando alzó la vista vio que Michael la observaba con suma atención. Volvió a ruborizarse.
– ¡Me estás mirando! -protestó.
Michael se metió bajo las sábanas junto a ella.
– Me gusta mirarte. Me gusta hacerte el amor -dijo, acariciándole la mejilla.
Ella volvió el rostro para besarle la mano.
– Gracias -murmuró.
Él sonrió.
– Ya sabes que el placer ha sido todo mío.
Ella le devolvió la sonrisa.
– No todo ha sido tuyo.
Él rió.
Permanecieron un momento en agradable silencio.
– ¿Cómo es que te pusieron Beth? -preguntó Michael de repente-. Elizabeth suele convertirse en Liz o Liza o Eliza. Pero Beth…
– No me llamo Elizabeth. Sólo Beth. Ese era el nombre de la enfermera que me encontró -Beth se encogió de hombros-. Puede que se llamara Elizabeth. No lo sé.
– ¿Te encontró una enfermera?
Beth asintió.
– Me dejaron en la entrada del hospital Masterson, en Los Ángeles.
– ¿De ahí viene el nombre Beth Masterson?
Beth volvió a asentir y sin pensar mucho en ello cambió a Mischa de seno.
– Exacto. No se parece nada a nacer con una cuchara de plata en la boca, ¿verdad?
Michael la miró un largo momento.
– Como me sucedió a mí, ¿no?
– Supongo -Beth se preguntó si sus orígenes incomodaban a Michael.
– Eso no me preocupa, Beth -dijo él, como si hubiera leído su pensamiento-. Y, a fin de cuentas, los dos somos huérfanos.
– Es cierto. Pero tú tenías a tu abuelo y a tu hermana Josie -con cautela, Beth añadió-: Y a Jack, por supuesto.
– Por supuesto -repitió Michael-. Maldito Jack.
Beth pensó que, ya que habían hecho el amor, tenía permiso para tratar de conocer a Michael emocionalmente.
– ¿Por qué lo llamas así?
Michael le estaba acariciando la oreja con un dedo.
– ¿Por qué llamo a quién qué?
Mischa se había quedado dormido, pero Beth no se movió para llevarlo de vuelta a su cuna.
– A Jack. Has llamado a tu hermano «maldito Jack» -contestó, preguntándose si estaría dispuesto a abrirle su corazón.
Michael salió de la cama.
– Deja que lleve al bebé a su cuna.
Cuando regresó, no apagó la luz. Beth pensó que, tal vez, eso significaba que quería hablar.
Michael se quitó el calzón antes de meterse en la cama. Beth contuvo el aliento al ver su cuerpo desnudo… y evidentemente excitado.
– Tu…
– Estoy fascinado por ti -concluyó Michael, dedicándole una mirada ardiente.
– Hablemos -dijo Beth con rapidez. Vestidos y a la luz del día no habría tenido valor para sondear a Michael.
– De acuerdo -dijo él, arrimándose a ella a la vez que deslizaba la sábana hasta su cintura-. Hablemos sobre tus pechos.
– ¡Michael!
– ¿Qué? -Beth sintió el aliento de Michael en uno de sus pezones y notó cómo se endurecía al instante-. Estaba celoso de Mischa.
Ella trató de volver al tema que le interesaba.
– Pues yo estaba celosa de Jack.
Michael no apartó la mirada de sus senos.
– ¿Del maldito Jack? ¿Por qué?
– Porque… -Michael parecía empeñado en no hablar del tema. ¿Cómo podía llegar a ser una auténtica esposa para él si no le dejaba entrar en su corazón? Empezó a trazar círculos con un dedo en torno al excitado pezón-. ¡Michael!
Él le dedicó otra ardiente mirada.
– Es mi turno -dijo, e inclinó la cabeza para tomar el pezón en su boca.
La habitación empezó a dar vueltas. La oscuridad bloqueó la luz. Beth pensó que, tal vez, había cerrado los ojos, que, tal vez, el deseo había anulado el resto de sus sensaciones, porque en esos momentos sólo podía asimilar la sensación de los labios y la lengua de Michael jugando con su pecho, del sabor de su dedo cuando se lo llevó a la boca.
Él gimió y ella entreabrió los muslos, insistiendo en que la tomara de inmediato. Michael se puso un condón y enseguida la complació. El salvaje latido de sus pulsos resonó al unísono mientras ella lo retenía por las caderas para sentirlo totalmente dentro, para sentirlo totalmente suyo.
Pero no dejó que las palabras que se acumularon en su garganta salieran a la luz, pues no quería cargar a Michael con la verdad y el peso de su amor.
El sol entraba a raudales por la ventana cuando el sonido del teléfono los despertó. Beth abrió los ojos y vio que Michael la estaba mirando como si fuera ella la que acabara de gritar junto a su oído.
– Es el teléfono -dijo, apiadándose de él-. Me temo que está en tu lado de la cama.
Michael alargó una mano para tomar el auricular.
– ¿Hola? -dijo.
Una poderosa voz sonó a través del receptor. Beth se volvió hacia el reloj de la mesilla y vio que ya eran las siete de la mañana. Fue a salir de la cama para ir a ver a Mischa, pero Michael la retuvo por un hombro. Tras soltar un par de gruñidos, colgó el auricular.
– Maldita sea -murmuró.
Beth sintió que se le contraía el estómago.
– ¿Qué sucede?
– El abuelo va a venir a visitarnos.
– ¿Cuándo? -la voz de Beth surgió casi en forma de chillido.
– Dentro de una hora.
Capítulo 9
El abuelo les estaba haciendo esperar. Michael se movió inquieto en el viejo sofá del rancho.
– Es una táctica -dijo, refunfuñando-. Llegar tarde le pone en situación de ventaja.
Beth sonrió serenamente mientras acunaba a Mischa en sus brazos.
– Hmm.
Michael se puso en pie.
– Sé que es una táctica. Yo mismo la he utilizado, pero sigue volviéndome loco.
– ¿Y si lo único que sucede es que se ha retrasado? Lleva fuera un mes. Seguro que ha tenido que ponerse al día de muchas cosas.
Michael miró a Beth con gesto horrorizado.
– Te va a hacer picadillo, querida. Te estrujara hasta que no quede más que el aroma de tu champú.
Beth siguió sonriendo y acunando al bebé.
Michael gruñó.
– Está claro que no lo comprendes. El abuelo está buscando cualquier grieta, la mínima fisura. Para conseguir que se crea este matrimonio vamos a tener que hacerlo muy bien.
Los ojos color turquesa de Beth destellaron.
– ¿Qué no es real en este matrimonio, Michael? ¿Qué parte debemos simular?
La mirada y las palabras de Beth hicieron que Michael volviera a sentarse. «¿Qué no es real en este matrimonio?» La noche pasada, en su cama, Beth había sido toda una maravillosa realidad.
Debería estar agradecido a su abuelo en lugar de dedicarse a refunfuñar. La inspección del viejo sería la última barrera a superar para conseguir hacerse con su fideicomiso. Cuando tuviera el dinero ya no necesitaría aquel matrimonio.