Thorn se rió y sus hombres también se rieron.
—Al traficante de esclavos a quien tú la vendiste —agregué.
Thorn dejó de reír.
Les grité a los hombres que se encontraban detrás del terraplén.
—Yo llevé a esta muchacha, vuestra Tatrix, hasta la Columna de los Canjes, donde se la entregué a este oficial, a Thorn, y a Dorna la Orgullosa. Luego, contrariamente a lo que habíamos pactado, fui traicionado, me prendieron y enviaron a las minas de Tharna. Dorna la Orgullosa y Thorn prendieron a Lara, vuestra Tatrix, y la vendieron como esclava. Se la vendieron a Targo, el traficante de esclavos que en este momento se encuentra instalado con su campamento en el mercado de En´Kara. La vendieron por la suma de cincuenta discotarns de plata.
—Eso no es cierto —exclamó Thorn.
Oí una voz detrás del terraplén, una voz joven:
—Dorna la Orgullosa lleva un collar de cincuenta discotarns de plata.
—¡Dorna la Orgullosa es realmente atrevida! —exclamé—. Ha hecho alarde delante de todos con las monedas por las cuales se le impuso la existencia de una esclava a nuestra Tatrix verdadera, a su rival.
Se extendió un murmullo de indignación y algunos gritos de enojo detrás del terraplén.
—Miente —dijo Thorn.
—Vosotros oísteis —grité— que me dijo que debía haberme matado en la Columna de los Canjes. Vosotros sabéis que fui yo quien secuestró a vuestra Tatrix en los espectáculos de Tharna. ¿Por qué otro motivo hubiera volado hacia la Columna si no fuera para entregar a mi prisionera al delegado de Tharna?
Una voz detrás del terraplén exclamó:
—¿Por qué llevaste tan pocos hombres a la Columna de los Canjes, Thorn de Tharna?
Thorn se dio la vuelta, furioso.
Yo respondí por éclass="underline"
—¿Acaso no está claro? Quería proteger el secreto de su plan de secuestrar a la Tatrix y de colocar en su trono a Dorna la Orgullosa.
Un segundo hombre apareció sobre el terraplén. Se quitó el casco. Reconocí al joven guerrero cuyas heridas habíamos curado Lara y yo sobre el muro.
—¡Yo creo a este guerrero! —exclamó señalándome.
—¡Es una treta para dividirnos! —gritó Thorn— ¡Vuelve a tu puesto!
Otros guerreros con sus cascos azules y las grises túnicas de Tharna habían subido a lo alto del terraplén para poder ver mejor lo que ocurría.
—¡Volved a vuestros puestos! —gritó Thorn.
—¡Vosotros sois guerreros! —exclamé—. ¡Vuestras espadas están comprometidas a vuestra ciudad y sus muros, a sus habitantes y a la Tatrix! ¡Servidla!
—¡Yo serviré a la verdadera Tatrix de Tharna! —exclamó el joven guerrero.
Saltó del terraplén y colocó su espada a los pies de Lara.
—Recoge tu espada —dijo ella—, en nombre de Lara, auténtica Tatrix de Tharna.
—Así lo haré —respondió el joven.
Con una rodilla apoyada en el suelo, se encontraba delante de la muchacha y tomó el arma.
—Tomo mi espada —dijo—, en nombre de Lara, auténtica Tatrix de Tharna.
Se puso de pie e hizo un saludo con el arma a la muchacha —¿Quién es la auténtica Tatrix de Tharna? —exclamó.
—¡Esta no es Lara! —gritó Thorn señalando a la muchacha.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de ello? —preguntó uno de los guerreros desde el muro.
Thorn guardó silencio, pues ¿cómo podía pretender saber que la muchacha no era Lara, si presumiblemente nunca había visto el rostro de la verdadera Tatrix?
—Yo soy Lara —exclamó la muchacha—. ¿No hay ninguno entre vosotros que haya servido en la Cámara de la Máscara Dorada? ¿Ninguno de vosotros reconoce mi voz?
—¡Es ella! —exclamó un guerrero quitándose el casco—. ¡Estoy completamente seguro!
—Tú eres Stam —dijo Lara—, primer vigía de la puerta norte y puedes arrojar tu lanza más lejos que cualquier otro hombre de Tharna. Tú fuiste el vencedor en los torneos de En´Kara el segundo año de mi reinado.
Otro guerrero se quitó el casco.
—Tú eres Tai —dijo ella—, un tarnsman, y fuiste herido en la guerra con Thentis un año antes de que yo ascendiera al trono.
Un tercer hombre se quitó el casco.
—A ti no te conozco —dijo Lara.
Se oyó un murmullo entre los hombres.
—Ni podrías conocerme —dijo el hombre—, ya que soy un mercenario de Ar y he venido aquí ahora, cuando comenzó la rebelión.
—¡Es Lara! —exclamó otro hombre. Saltó del muro y puso su espada a los pies de ella.
Nuevamente Lara le pidió que el arma fuese tomada en su nombre y así lo hizo.
Uno de los bloques del terraplén cayó sobre la calle. Los guerreros comenzaban a destruirlo.
Thorn había desaparecido del muro.
Obedeciendo a una señal que les hice con la mano, los rebeldes se acercaron lentamente. Habían depuesto las armas y marchaban cantando hacia el palacio.
Los soldados iban apareciendo por encima del terraplén y alegremente se dieron la bienvenida los unos a los otros. Los hombres de Tharna se abrazaban y daban la mano. Rebeldes y defensores se unían en medio de la calle y el hermano buscaba al hermano, allí donde hasta hacía un instante habían sido enemigos mortales.
Rodeando a Lara con mi brazo, atravesé el terraplén, seguido por el joven guerrero, otros soldados de Tharna, y Kron, Andreas, Linna y numerosos rebeldes. Andreas había traído consigo el escudo y la lanza que yo había dejado en el suelo como signo de tregua y tomé nuevamente las armas para mí. Nos acercábamos a la pequeña puerta de hierro por la que se entraba al palacio; yo iba a la cabeza.
Pedí que me trajeran una antorcha.
La puerta no estaba bien cerrada y la abrí de un puntapié, protegiéndome con mi escudo.
Pero allí dentro sólo reinaban el silencio y la oscuridad.
El rebelde que había sido el primero de nuestra cadena en las minas me entregó una antorcha.
La sostuve iluminando la abertura.
El suelo parecía sólido, pero ahora ya conocía los peligros que ocultaba.
Trajeron una tabla larga del terraplén que colocamos con cuidado sobre el suelo, desde el umbral.
Entré con la antorcha levantada, cuidándome de no apartarme de la tabla. Esta vez no se abrió ninguna trampa y me encontré en un corredor angosto y oscuro frente a la puerta del palacio.
—¡Esperad aquí! —ordené a los demás.
No hice caso de las protestas, sino que inicié silenciosamente mi marcha a través del laberinto, ahora oscurecido, de los corredores del palacio. Mi memoria y mi sentido de la orientación me llevaron certeramente de sala en sala, conduciéndome con rapidez hacia la Cámara de la Máscara Dorada.
No me encontré con nadie.
Este silencio me parecía inquietante y, después de haber estado expuesto a la luz penetrante de la calle, la oscuridad me resultaba opresiva.
Sólo escuchaba el sonido silencioso de mis sandalias sobre las baldosas del corredor.
Quizá el palacio estuviera desierto.
Por fin llegué a la Cámara de la Máscara Dorada.
Me apoyé sobre la pesada puerta e hice presión sobre ella, abriéndola.
La sala estaba iluminada. En las paredes todavía ardían las antorchas.
Detrás del trono de oro de la Tatrix se destacaba la máscara de oro, hecha a semejanza de una mujer hermosa y fría, cuya superficie lustrosa producía aversión vista a la luz de las antorchas.
Sobre el trono estaba sentada una mujer que llevaba la vestimenta y la máscara dorada de la Tatrix de Tharna. Alrededor de su cuello colgaba un collar de discotarns de plata. En los escalones delante del trono se encontraba un guerrero totalmente armado, que sostenía en su mano el casco azul de su ciudad.
Thorn se colocó lentamente el casco y aflojó la espada en su vaina. Aprestó el escudo e inclinó su lanza larga y gruesa en dirección hacia mí. —Te estaba esperando —dijo.
25. El tejado del palacio
Cuando Thorn se arrojó por los escalones y yo corrí a su encuentro se entremezclaron los gritos de guerra de Tharna y Ko-ro-ba.
Ambos arrojamos nuestras lanzas en el mismo instante, y las dos armas se cruzaron silbando una al lado de la otra con brillo difuso. Al lanzarlas, ambos habíamos colocado nuestros escudos en posición oblicua, para atenuar el impacto de un golpe directo. Ambos habíamos apuntado bien, y el impulso del proyectil macizo que golpeó mi escudo me hizo girar bruscamente.