—¿Dónde está? —demandó, impaciente—. ¡Un momento! ¡Creo que la veo! —Contempló larga e intensamente la avenida y después se apartó del cristal con un suspiro—. No, no es ella. Me equivoqué. ¿Por qué no viene? —Se giró para inquirir con un repentino temor—. ¿Crees que le habrá pasado algo, primo?
Kiryn abrió la boca para contestar, pero antes de que hubiese podido pronunciar una sola palabra, Silvanoshei le ordenó a un sirviente:
—Ve y entérate de lo que ha pasado en las puertas. Vuelve a informar de inmediato.
El sirviente inclinó la cabeza y se marchó, dejando solos a los dos en la estancia.
—Primo —empezó Kiryn, con un tono sosegado—, es el sexto criado que envías durante la última media hora. Regresará con el mismo mensaje que trajeron los otros. El avance de la comitiva es lento debido a que son muchos los que quieren verla.
Silvanoshei volvió junto al ventanal y oteó la avenida con una impaciencia que no se molestó en disimular.
—Fue un error no salir a su encuentro para recibirla. —Lanzó una fría mirada a su primo—. No debí hacerte caso.
—Majestad —dijo Kiryn con un suspiro—, no habría sido correcto que el rey diese la bienvenida a la cabecilla de nuestros enemigos. Ya es bastante malo que la hayamos admitido en la ciudad —añadió para sí en voz baja, pero Silvanoshei tenía un oído finísimo.
—¿Es que necesito recordarte, primo, que fue esa misma cabecilla de nuestros enemigos quien nos salvó de las maquinaciones del dragón Cyan Bloodbane? —instó el rey, secamente—. Gracias a ella volví a la vida y tuve la oportunidad de bajar el escudo que nos rodeaba, el mismo que nos estaba consumiendo hasta matarnos. Gracias a ella, pude destruir el Árbol Escudo y salvar a nuestro pueblo. De no ser por ella, no habría silvanestis en las calles, sino cadáveres.
—Soy consciente de ello, majestad —contestó Kiryn—. Sin embargo, me preguntó por qué. ¿Qué motivos tiene?
—Podría preguntarte lo mismo a ti, primo —adujo fríamente el rey—. ¿Cuáles son tus motivos?
—No sé qué quieres decir.
—¿De veras? He sido informado de que conspiras a mi espalda. Te han visto reunirte con miembros de los Kirath.
—¿Y qué hay de malo en eso, primo? —preguntó sosegadamente Kiryn—. Son tus leales súbditos.
—¡No lo son! —replicó, furioso, Silvanoshei—. ¡Conspiran contra mí!
—Conspiran contra tus enemigos, los caballeros negros...
—Contra Mina, quieres decir. Conspiran contra ella. Y eso es lo mismo que conspirar contra mí.
Kiryn suspiró suavemente.
—Hay alguien que espera hablar contigo, primo —informó después.
—No recibiré a nadie.
—Creo que deberías verlo —continuó Kiryn—. Viene de parte de tu madre.
Silvanoshei se giró y miró de hito en hito a Kiryn.
—¿Qué dices? Mi madre ha muerto. Murió la noche que los ogros atacaron nuestro campamento, la noche que caí a través del escudo...
—No, primo. Tu madre, Alhana, vive. Ella y sus tropas han cruzado la frontera. Se ha puesto en contacto con los Kirath. Esa es la razón de que me... Intentaron verte, primo, pero se denegó su petición. Acudieron a mí.
Silvanoshei se sentó pesadamente en un sillón y hundió el rostro en las temblorosas manos para ocultar las lágrimas.
—Perdóname, primo —dijo Kiryn—. Debí buscar un modo mejor de decírtelo...
—¡No! ¡Es la mejor noticia que podrías haberme dado! —protestó Silvanoshei, alzando la cara hacia él—. ¿Dices que un mensajero de mi madre está aquí? Hazlo pasar —ordenó mientras se incorporaba y caminaba hacia la puerta con impaciencia.
—No está en la antecámara. Correría peligro en palacio. Me tomé la libertad de...
—Sí, por supuesto. Lo olvidé. Mi madre es una elfa oscura —comentó el rey amargamente—. Tiene prohibida la entrada bajo pena de muerte. Ella y quienes la siguen.
—Eres el rey y ahora tienes la facultad de derogar esa orden.
—De acuerdo con la ley, tal vez —adujo Silvanoshei—. Pero las leyes no pueden borrar años de odio. Ve, entonces, a buscarlo dondequiera que lo hayas escondido.
Kiryn abandonó la estancia y Silvanoshei regresó junto al ventanal, sumido en un confuso revoltijo de pensamientos gozosos. Su madre, viva. Mina regresaba a su lado. Debían conocerse las dos. Se caerían bien. Bueno, quizás al principio no...
Oyó un ruido rasposo a su espalda y se volvió a tiempo de ver un movimiento detrás de una pesada cortina. Ésta se corrió, dejando a la vista una abertura en la pared, un pasaje secreto. Silvanoshei había oído hablar a su madre de esos pasajes secretos. Los había buscado por mera diversión, pero sólo había encontrado ése. Conducía al jardín privado, un lugar recoleto ahora muerto, cuyas plantas y flores habían sido aniquiladas por la plaga del escudo.
Kiryn apareció detrás de la cortina, y otro elfo, embozado y encapuchado, salió a continuación.
—¡Samar! —exclamó Silvanoshei al reconocerlo con una mezcla de placer y dolor.
Su primer impulso fue correr hacia Samar y estrechar su mano o incluso abrazarlo, tal era su alegría de verlo y saber que estaba vivo, que su madre estaba viva. Kiryn había confiado en que el encuentro se produjera exactamente así, que la noticia de que su madre se encontraba cerca, que ella y sus tropas habían cruzado la frontera, arrancaran a Mina de la mente del joven monarca.
Las esperanzas de Kiryn estaban condenadas al fracaso.
Samar no vio a Silvanoshei el rey. Vio al jovencito malcriado, vestido con ropas excelentes y relucientes joyas mientras su madre llevaba prendas toscas y como único adorno el frío metal de la cota de malla. Vio a Silvanoshei residiendo en un magnífico palacio, con todas las comodidades que pudiera desear, vio a su madre tiritando en una cueva inhóspita. Samar vio un inmenso lecho con gruesas mantas de fina lana y sábanas de seda, y vio a Alhana durmiendo en el frío suelo, envuelta en su ajada capa.
La rabia encendió la sangre de Samar, le nubló la vista, le ofuscó la mente. Entonces dejó de ver a Silvanoshei y sólo vio a Alhana, rebosante de felicidad y emocionada al saber que su hijo, a quien había dado por muerto, estaba vivo. Y no sólo eso, sino que había sido coronado rey de Silvanesti, su más caro deseo para él.
Había querido ir a verlo inmediatamente, un acto que no sólo habría puesto en peligro su vida, sino la de su gente. Samar había argumentado largo y tendido para hacerla entrar en razón y disuadirla, y sólo la certeza de saber que pondría en peligro todo por lo que había trabajado durante tanto tiempo la convenció finalmente de que él fuese en su lugar. Debía transmitir a su hijo su amor, pero Samar no pensaba adular al chico ni rendirle pleitesía. Le recordaría el deber de cualquier hijo para con su madre, ya fuese rey o plebeyo. Para con su madre y para con su gente.
La fría mirada de Samar frenó a Silvanoshei cuando daba el primer paso hacia él.
—Príncipe Silvanoshei —saludó con una mínima inclinación de cabeza—. Confío en que gocéis de buena salud. Ciertamente os veo bien alimentado. —Dirigió una mirada mordaz a la mesa cargada de comida—. ¡Con eso podría alimentarse al ejército de vuestra madre durante un año!
El cálido sentimiento de afecto de Silvanoshei se tornó hielo en un instante. Olvidó cuánto le debía a Samar y en cambio recordó sólo que nunca había tenido la aprobación de ese hombre, quizá que ni siquiera le había caído bien. Se irguió todo lo posible.
—Indudablemente no conoces la noticia, Samar —dijo con tranquila dignidad—, así que te perdonaré. Soy rey de Silvanesti, y te dirigirás a mí como tal.
—Me dirigiré a vos como lo que sois —repuso Samar, a quien le temblada la voz—. ¡Un mocoso malcriado!
—¿Cómo te atreves...?
—¡Basta! ¡Los dos! —Kiryn los miraba horrorizado—. ¿Qué hacéis? ¿Habéis olvidado la terrible crisis que atravesamos? Primo Silvanoshei, conoces a este hombre desde que naciste. Me has dicho muchas veces que lo admirabas y lo respetabas como a un segundo padre. Samar arriesgó su vida para venir a verte. ¿Es así como se lo pagas?