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Exhausto, asustado, horrorizado, Tasslehoff hizo algo que jamás había hecho.

Lloró por sí mismo.

17

Identidad equivocada

Mientras Tasslehoff recordaba con nostalgia su viaje con Gerard, podría afirmarse con certeza que en ese momento Gerard no recordaba ni poco ni mucho al kender. El caballero daba por hecho que no tendría nada que ver con kenders nunca más y había olvidado a Tasslehoff. Tenía asuntos mucho más importantes en los que pensar.

Gerard deseaba desesperadamente regresar a Qualinesti, ayudar al gobernador Medan y a Gilthas a preparar la ciudad para la batalla contra los ejércitos de Beryl. En su fuero interno se encontraba con ellos; en la realidad, estaba sobre el lomo de un Dragón Azul, Filo Agudo, volando hacia el norte, justo en dirección contraria a Qualinesti, dirigiéndose a Solanthus.

Sobrevolaban una zona de Abanasinia —desde el aire, Gerard divisaba la vasta extensión de agua del Nuevo Mar— cuando Filo Agudo empezó a descender. El dragón le informó que necesitaba descansar y comer. El vuelo sobre el Nuevo Mar era largo y, una vez que empezaran a cruzarlo, no tendrían dónde hacer un alto hasta que alcanzaran la otra orilla.

A pesar de que detestaba el retraso, Gerard estaba completamente de acuerdo en que el reptil debía encontrarse descansado antes de la travesía. El Azul extendió las alas para frenar el descenso y empezó a volar en círculos, cada giro llevándolos más cerca del suelo, a su destino, una amplia playa arenosa. El panorama del mar desde lo alto resultaba fascinante; la luz del sol se reflejaba en el agua, dándole el aspecto de fuego fundido. El vuelo del dragón le pareció pausado a Gerard hasta que Filo Agudo se acercó más a tierra o, más bien, hasta que el suelo salió precipitadamente a su encuentro.

El caballero no se había sentido tan aterrado en toda su vida. Tuvo que apretar los dientes para no gritarle al dragón que frenara. En los últimos metros, el suelo se alzó, el dragón cayó a plomo y Gerard supo que todo había acabado para él. Se consideraba tan valiente como el que más, pero no pudo evitar cerrar los ojos, y los mantuvo así hasta que sintió un suave y apagado golpe que lo meció ligeramente hacia adelante en la silla. El dragón acomodó su musculoso corpachón, plegó las alas y echó la cabeza hacia atrás con placer.

El caballero abrió los ojos y se dio unos segundos para recobrarse del mal trago, tras lo cual bajó de la silla, agarrotado. No se había movido durante gran parte del vuelo por miedo a caerse, por lo que tenía el cuerpo dolorido y acalambrado. Paseó un poco, cojeando, gimiendo y estirando los músculos contraídos. Filo Agudo lo observaba con expresión divertida, aunque respetuosa.

El dragón se alejó para buscar algo de comer. Comparado con sus movimientos en el aire, en tierra parecía torpe. Confiando en que Filo Agudo estaría vigilante, Gerard se envolvió en una manta y se tendió sobre la arena caldeada por el sol. Su intención era tomarse un corto descanso...

Gerard despenó del sueño que nunca estuvo en su ánimo echar y encontró al dragón descansando, disfrutando del sol y oteando el mar. Al principio, pensó que sólo había dormido unas pocas horas, pero después cayó en la cuenta de que el sol se encontraba en una posición muy distinta.

—¿Cuánto tiempo he dormido? —preguntó mientras se levantaba y sacudía la arena de las prendas de cuero.

—Toda la noche y parte de la mañana —contestó el reptil.

Maldiciendo por haber perdido tiempo durmiendo, y advirtiendo que había dejado al dragón con la carga de la silla de montar, que ahora estaba muy ladeada, Gerard empezó a disculparse, pero Filo Agudo le quitó importancia a su descuido.

A decir verdad, el Azul parecía inquieto, como si algo le causara zozobra. Dirigía frecuentes miradas a Gerard, dando la impresión de que iba a decir algo y luego, aparentemente, decidía lo contrario. Cerraba las fauces con un seco chasquido y agitaba la cola con aire irritado. Al caballero le habría gustado animar al dragón a que le confiara lo que le preocupaba, pero le parecía que no se conocían lo bastante bien para eso, de modo que no dijo nada.

Pasó un mal rato dando tirones de la silla para volver a colocarla en su posición y luego reajustando parte del arnés, siendo plenamente consciente del valioso tiempo que estaban perdiendo. Por fin tuvo la silla en su posición correcta, o eso esperaba al menos. Imaginó sus grandiosos planes acabando en un estrepitoso fracaso al soltarse la silla en medio del vuelo y precipitándolo a una muerte ignominiosa.

Sin embargo, Filo Agudo lo tranquilizó afirmando que él sentía la silla bien asegurada, y Gerard confió en la experiencia del dragón ya que él era un novato en esas lides. Alzaron el vuelo cuando la luz empezaba a declinar en el horizonte. A Gerard le preocupaba volar de noche, pero, como el Azul comentó juiciosamente, con los tiempos que corrían, el vuelo nocturno era más seguro.

A medida que avanzaba el ocaso, el aire pareció cargarse de neblina, de manera que el sol se tornó de un color rojo oscuro conforme se hundía tras la línea del borroso horizonte. De pronto, el olor a quemado en el aire hizo que Gerard dilatara las aletas de la nariz. Debía de ser humo, y se espesaba por momentos; el caballero se preguntó si habría un bosque incendiado en alguna parte. Miró hacia abajo para localizarlo, pero no distinguió nada. La penumbra aumentó y ocultó las estrellas y la luna, de modo que volaron a través de una neblina teñida de humo.

—¿Puedes orientarte con esto, Filo Agudo? —gritó el caballero.

—Aunque parezca mentira, puedo, señor —contestó el dragón. Se sumió de nuevo en otro incómodo silencio, y luego dijo inesperadamente—: Me siento en la obligación de confesar algo, señor. Una negligencia en el cumplimiento del deber.

—¿Qué? —preguntó Gerard, que sólo oía una palabra de cada tres—. ¿Deber? ¿Qué pasa con eso?

—Ayer, alrededor de mediodía, mientras esperaba que despertaras, oí una llamada. Era como un toque de trompeta que emplazaba a la batalla, Nunca había oído nada semejante, ni siquiera en los viejos tiempos. Yo... Casi la obedecí. Estuve a punto de olvidar mi deber y marcharme, abandonándote a tu suerte. Cuando regresemos, me entregaré para someterme a las medidas disciplinarias oportunas.

De haber estado hablando con otro humano, Gerard habría respondido que debía de haber soñado para tranquilizarlo. No obstante, no podía decirle tal cosa a un ser que era siglos mayor que él y que tenía más experiencia, de modo que acabó comentando que el dragón se había quedado y que eso era lo que contaba. Al menos ahora sabía por qué Filo Agudo se había mostrado tan inquieto.

La conversación acabó en ese punto. Gerard no distinguía nada en aquella oscuridad y esperaba fervientemente no chocar contra una montaña. Debía confiar en Filo Agudo, el cual parecía capaz de ver hacia dónde iba, ya que volaba con seguridad y rapidez. Finalmente el caballero se relajó lo bastante como para aflojar los dedos cerrados sobre la perilla de la silla.

Gerard perdió la noción del tiempo; tenía la impresión de que llevaban horas volando, e incluso volvió a quedarse dormido; despertó sobresaltado y bañado en sudor frío de un espantoso sueño en el que se precipitaba al vacío, y comprobó que el sol estaba saliendo.

—Señor —dijo el dragón—, Solanthus a la vista.

El caballero divisó las torres de una gran ciudad asomando en el horizonte. Ordenó a Filo Agudo que aterrizara a cierta distancia de la urbe, que buscara un lugar donde descansar y que se mantuviera escondido, no sólo de los caballeros solámnicos, sino de Skie, más conocido por Khellendros, el gran Dragón Azul, que había conservado una fuerte posición a pesar de Beryl y Malystryx.