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Era Goldmoon, pero no lo era. Seguía en el cuerpo joven que tan aborrecible había sido para ella. Seguía siendo hermosa, con su brillante cabello rubio plateado y sus encantadores ojos, pero llevaba el pelo despeinado y desgreñado y en su mirada había algo de vago y distante, como si no viese lo que tenía cerca, sino que contemplara algo muy lejano. Sus ropas blancas estaban manchadas de barro y con el repulgo deshilachado y rozado. Parecía cansada hasta el punto de desplomarse en cualquier momento, pero caminaba resueltamente, usando un cayado de madera como apoyo. La persona pequeña y polvorienta mantenía su paso.

—¿Goldmoon? —preguntó Tas con incertidumbre.

Ella no se detuvo, pero bajó la vista hacia el kender.

—Hola, Tas —contestó de un modo distraído, y siguió adelante.

Sólo eso. «Hola, Tas.» Nada de «Caramba, me alegro de verte, ¿dónde has estado todo este tiempo?». Sólo «Hola, Tas».

Sin embargo, el personaje pequeño y polvoriento se asombró al verlo. Y también se mostró complacido.

—¡Burrfoot!

—¡Acertijo! —gritó Tas, reconociendo por fin al gnomo bajo la capa de polvo.

Los dos se estrecharon la mano.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el kender—. La última vez que te vi, dibujabas el mapa del laberinto de setos de la Ciudadela de la Luz. A propósito, la última vez que vi el laberinto de setos ardía por los cuatro costados.

Tasslehoff se dio cuenta demasiado tarde que no debería haber soltado una noticia tan terrible al gnomo de un modo tan repentino.

—¡Ardía por los cuatro costados! —exclamó Acertijo—. ¡Mi Misión en la Vida! ¡Ardiendo!

Herido en lo más profundo, el gnomo se recostó contra la pared de un edificio, desfallecido, con las manos crispadas sobre el pecho y boqueando para respirar. Tas se detuvo para dar aire al gnomo con el sombrero, aunque sin perder de vista a Goldmoon, que no se había dado cuenta del mal momento que pasaba Acertijo y seguía caminando. Cuando el gnomo dio señales de estar recuperándose, Tas lo cogió del brazo y fue en pos de Goldmoon tirando de él.

—Míralo de este modo —empezó Tas en tono tranquilizador mientras ayudaba al tambaleante gnomo a caminar—. Cuando empiecen la reconstrucción, acudirán a ti porque tienes el único mapa del laberinto.

—¡Es verdad! —exclamó Acertijo al reflexionar sobre ello. Su ánimo mejoró considerablemente—. Tienes toda la razón. —Se habría parado allí mismo, en ese instante, para sacar el mapa de su mochila, sin acordarse de que lo había dejado en la Ciudadela, pero Tas lo apremió argumentando que no tenían tiempo, que debían alcanzar a Goldmoon.

—Por cierto, ¿cómo es que vosotros dos habéis venido a parar aquí? —preguntó el kender a fin de distraer al gnomo y que no pensara en el laberinto de setos ardiendo.

Acertijo relató a Tas la triste historia del naufragio del Indestructible, de cómo Goldmoon y él habían sido arrojados a una playa desconocida y que no habían dejado de caminar desde entonces.

—No vas a creerlo —continuó Acertijo, bajando la voz hasta un susurro atemorizado—, ¡pero va en pos de los muertos!

—¿De verdad? Pues yo acabo de salir de un bosque lleno de fantasmas.

—¡Tú también, no! —El gnomo miró a Tas con gesto de asco.

—Bueno, tengo bastante experiencia con seres de ultratumba —contestó el kender con actitud despreocupada—. Guerreros esqueléticos, manos incorpóreas, espectros arrastrando cadenas... Ningún problema para un viajero consumado. Tengo la Cuchara Kender de Rechazo que me dio mi tío Saltatrampas. Si quieres verla...

Empezó a rebuscar en un bolsillo, pero se paró de repente al tocar los fragmentos del ingenio para viajar en el tiempo.

—Personalmente, creo que esa mujer está loca, trastornada, chiflada, desquiciada, ida, mochales. Vamos, que le falta un tornillo —sentenció Acertijo en tono bajo y solemne.

—Sí, sospecho que tienes razón —convino Tas, que miró a Goldmoon y suspiró—. Desde luego no actúa como la Goldmoon que conocí antaño. Aquella Goldmoon se alegraba de ver a un kender. Aquella Goldmoon no habría permitido que unos perversos hechiceros enviaran a un kender al pasado para que lo aplastara el pie de un gigante. —Tas dio unas palmaditas en el brazo a Acertijo—. Es muy amable por tu parte haberte quedado con ella, atento para que no le pase nada.

—He de ser sincero contigo. No lo habría hecho si no fuera por el dinero. Mira esto.

Tras echar una ojeada en derredor para asegurarse de que no había cortabolsas merodeando por allí, el gnomo sacó del fondo de la mochila una gran bolsa de dinero, llena a reventar. Tasslehoff expresó su admiración y alargó la mano para echarle una ojeada, pero Acertijo le propinó un manotazo en los nudillos y volvió a guardar la bolsa en la mochila.

—¡Y no la toques! —advirtió el gnomo, ceñudo.

—No me gusta el dinero —dijo Tas al tiempo que se frotaba los nudillos doloridos—. Pesa mucho, y ¿para qué sirve? Mira, tengo todas estas manzanas. Pues bien, nadie va a atizarme un golpe en la cabeza para quitármelas, pero si tuviese dinero para comprar manzanas, entonces sí me golpearían en la cabeza para robármelo, así que es mucho mejor tener las manzanas, ¿no te parece?

—¿Por qué hablas de manzanas? —gritó Acertijo, agitando las manos—. ¿Qué tienen que ver? O de cucharas, dicho sea de paso.

—Empezaste tú —replicó Tas. Conociendo a los gnomos y sabiendo lo excitables que eran, decidió actuar con educación y cambiar de tema—. En cualquier caso, ¿cómo habéis conseguido todo ese dinero?

—La gente se lo da a ella —contestó Acertijo, señalando más o menos hacia Goldmoon—. Allí donde vamos, la gente le da dinero o una cama para pasar la noche o comida o vino. La tratan con extraordinaria amabilidad. Y a mí también. Nadie había sido amable conmigo nunca —añadió, melancólico—. La gente siempre me dice cosas desagradables, estúpidas, como «¿Se supone que eso tiene que echar tanto humo?» o «¿Quién va a pagar los desperfectos?», pero cuando estoy con Goldmoon me dicen cosas agradables. Me dan comida y cerveza fría y una cama para dormir y dinero. Ella no quiere el dinero. Me lo entrega a mí, y yo lo guardo. —La expresión de Acertijo era feroz—. Las reparaciones del Indestructible van a costar un dineral. Creo que sólo estaba asegurado contra terceros, no por colisión...

Tas tenía la sensación de que el tema se estaba desviando a un terreno aburrido, así que lo interrumpió.

—Por cierto, ¿dónde vamos?

—Algo relacionado con los caballeros —contestó el gnomo—. Caballeros vivos, espero, aunque no apostaría nada. No te imaginas lo harto que estoy de oír hablar sobre gente muerta todo el tiempo.

—¡Caballeros! —gritó alegremente Tasslehoff—. ¡Yo he venido a lo mismo!

En ese momento, Goldmoon se detuvo, miró hacia una calle y luego hacia otra, y pareció que se había perdido. Tasslehoff dejó al gnomo, que seguía mascullando entre dientes algo sobre seguros, y se acercó presuroso a ella por si necesitaba ayuda.

Goldmoon no le hizo caso, sino que paró a una mujer que, a juzgar por el tabardo marcado con una rosa roja que vestía, era una Dama de Solamnia. La dama le dio indicaciones y después le preguntó qué hacía en Solanthus.

—Soy Goldmoon, una mística de la Ciudadela de la Luz —contestó, presentándose—. Espero que el Consejo de Caballeros acceda a recibirme.

—Yo soy lady Odila, Dama de la Rosa —se presentó a su vez la otra mujer, que inclinó la cabeza respetuosamente—. He oído hablar de Goldmoon de la Ciudadela de la Luz. Una mujer muy venerada. Debes de ser su hija.

La expresión de Goldmoon se tornó de repente muy cansada, como si hubiese oído lo mismo muchas veces.

—Sí, soy su hija —contestó con un suspiro.