Lady Odila volvió a hacer una reverencia.
—Bienvenida a Solanthus, hija de Goldmoon. El Consejo de Caballeros tiene muchos asuntos importantes que resolver, pero siempre recibe con agrado a uno de los místicos de la Ciudadela, sobre todo después de la terrible noticia que hemos recibido sobre el ataque.
—¿Qué ataque? —Goldmoon se quedó muy pálida, tanto que Tasslehoff le cogió la mano y se la apretó con afecto.
—Yo puedo contarte... —empezó Tas.
—Maldición, es un kender —dijo lady Odila en el mismo tono que habría utilizado para decir: «Maldición, es un trasgo gigante». La dama solámnica apartó la mano de Tas, y se interpuso entre Goldmoon y él—. No te preocupes, sanadora, yo me ocuparé de esto. ¡Guardia! ¡Otra de esas bestezuelas se ha colado en la ciudad! ¡Sacadlo...!
—¡Yo no soy una bestezuela! —manifestó el kender, indignado—. Estoy con Goldmoon... Es decir, con su hija. Soy amigo de su madre.
—Y yo su administrador de finanzas —intervino Acertijo, dándose muchos aires—. Si queréis contribuir con algunas monedas...
—¿Qué ataque? —demandó desesperadamente Goldmoon—. ¿Es eso cierto, Tas? ¿Cuándo ocurrió?
—Todo empezó cuando... ¡Disculpa, pero estoy hablando con Goldmoon! —gritó Tas mientras se retorcía entre las manos de un guardia.
—Por favor, suéltalo. Viene conmigo —abogó Goldmoon—. Asumo toda la responsabilidad.
El guardia parecía dudoso, pero no podía ir en contra de los deseos de uno de los reverenciados místicos de la Ciudadela. Miró a lady Odila, que se encogió de hombros y dijo en voz baja:
—No te preocupes. Me ocuparé de que se lo eche de la ciudad antes de que caiga la noche.
Tas, entretanto, relataba su historia.
—Todo empezó cuando fui a la habitación de Palin porque había decidido que debía ser noble y regresar a mi tiempo y dejar que el gigante me despachurrara, sólo que ahora he cambiado de idea, Goldmoon. Verás, lo pensé bien y...
—¡Tas! —instó Goldmoon a la par que lo sacudía—. ¡El ataque!
—Oh, sí, vale. Bueno, pues resulta que Palin y yo estábamos hablando sobre eso y entonces miré por la ventana y vi un gran dragón que volaba hacia la Ciudadela.
—¿Qué dragón? —Goldmoon se llevó la mano al corazón.
—Beryl. La misma que me echó la maldición —comentó Tas—. Lo sé porque se me puso el pelo de punta y empezó a darme escalofríos por todo el cuerpo, incluso en el estómago, como me pasa cada vez que la veo. Y a Palin también. Intentamos utilizar el ingenio de viajar en el tiempo para escapar, pero Palin lo rompió. Para entonces, Beryl había llegado con un montón de dragones más y de draconianos que saltaban desde el cielo, y la gente corría y gritaba. Igual que pasó en Tarsis, ¿lo recuerdas? ¿Cuando los Dragones Rojos nos atacaron y el edificio se me cayó encima y perdimos a Tanis y a Raistlin?
—¡Mi gente! —susurró Goldmoon medio ahogada, y se tambaleó—. ¿Qué les ha pasado a los míos?
—Sanadora, siéntate, por favor —dijo suavemente lady Odila mientras la sostenía entre los brazos y la conducía hasta un múrete bajo que rodeaba la camarina fuente.
—¿Es cierto todo eso? —preguntó Goldmoon a la dama solámnica.
—Lamento decir que, por extraño que parezca, la historia del kender es verdad. Recibimos un comunicado de nuestra guarnición destacada en Sancrist en el que informaban que la Ciudadela había sido atacada por Beryl y sus dragones. Causaron una gran destrucción, pero la mayoría de la gente pudo escapar sana y salva a las colinas.
—Gracias le sean dadas al Único —musitó Goldmoon.
—¿Cómo, sanadora? —preguntó lady Odila, perpleja—. ¿Qué has dicho?
—No estoy segura —balbuceó Goldmoon—. ¿Qué he dicho?
—Dijiste: «Gracias le sean dadas al Único». No sabemos de ningún dios que haya vuelto a Krynn. —Lady Odila parecía intrigada—. ¿A qué te referías?
—Ojalá lo supiera —contestó quedamente Goldmoon, cuya mirada se tornó abstraída—. Ignoro por qué dije eso...
—Yo también escapé —exclamó en voz alta el kender—. Junto con Palin. Fue de lo más excitante. Palin arrojó trozos del ingenio de viajar en el tiempo a los draconianos y realizó algunos conjuros espectaculares. Corrimos hacia la Escalera de Plata en medio del humo del laberinto de setos incendiado...
Ante aquel nuevo recordatorio de que su Misión en la Vida se había reducido a cenizas, Acertijo empezó a gimotear y se sentó pesadamente al lado de Goldmoon.
—¡Y Dalamar nos salvó! —anunció Tas—. En cierto momento nos encontrábamos en la misma punta de la Escalera de Plata, y al siguiente, ¡puf!, estábamos en la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas, sólo que ya no está allí. En Palanthas, me refiero. Sigue siendo una Torre de la Alta Hechicería...
—Pequeño mentiroso —dijo lady Odila, cuyo tono pareció casi respetuoso, de modo que Tas prefirió tomarlo como un cumplido.
—Gracias —contestó con modestia—, pero no lo estoy inventando. Encontramos realmente a Dalamar y la Torre. Por lo visto llevaba perdida mucho tiempo.
—Los abandoné y tuvieron que enfrentarse al dragón solos —musitaba Goldmoon, como enajenada, sin prestar atención a Tas—. Dejé a los míos solos ante el dragón, pero ¿qué podía hacer? Las voces de los muertos me llamaban... ¡Tenía que seguirlos!
—¿Has oído? —preguntó Acertijo a la dama solámnica mientras la azuzaba con el dedo en las costillas—. Fantasmas. Espectros. Con ésos es con los que habla, ¿sabes? Loca. Está ida. —Hizo sonar la bolsa del dinero—. Si quieres hacer un donativo... Es deducible de impuestos.
Lady Odila los miraba como si todos fuesen candidatos adecuados para un donativo, pero al advertir la fatiga y la angustia de Goldmoon la expresión de la dama solámnica se suavizó. Rodeó con un brazo los hombros de la mujer.
—Has sufrido una conmoción, sanadora. Al parecer has hecho un largo viaje, y en extraña compañía. Ven conmigo. Te llevaré ante el Maestro de la Estrella, Mikelis.
—¡Sí, lo conozco! Aunque —añadió Goldmoon con un profundo suspiro—, él no me reconocerá.
Lady Odila se incorporó para llevarse a Goldmoon de allí. Tas y Acertijo hicieron otro tanto y las siguieron de cerca. Al oír las pisadas, la dama solámnica se volvió. Tenía esa expresión que adoptan los caballeros cuando están a punto de llamar a la guardia de la ciudad para que se lleve a alguien a la cárcel. Suponiendo que ese alguien podía ser él, Tasslehoff discurrió rápidamente.
—Por cierto, lady Odila, ¿conoces a un caballero llamado Gerard Uth Mondor? Es que lo estoy buscando.
La dama solámnica, que de hecho estaba a punto de llamar a la guardia, cerró la boca y lo miró de hito en hito.
—¿Qué has dicho? —preguntó.
—Que si conoces a Gerard Uth Mondor —repitió Tas.
—Quizá. Perdona un momento, sanadora, esto no me llevará mucho tiempo. —Lady Odila se puso en cuclillas delante del kender para mirarlo a los ojos—. Descríbemelo.
—Tiene el cabello como los molletes de maíz de Tika y una cara que parece fea al principio, hasta que lo conoces, y entonces, por alguna razón, ya no te parece fea en absoluto, sobre todo después de haberme rescatado de los caballeros negros. Sus ojos son...
—Azules como las flores del aciano —se adelantó lady Odila—. Harina de maíz y flores de aciano. Sí, eso lo describe bien. ¿Cómo es que lo conoces?
—Es un buen amigo mío —dijo Tas—. Viajamos juntos a Qualinesti...
—Ah, de modo que venía de allí. —Lady Odila miró intensamente al kender y luego explicó—. Tu amigo Gerard se encuentra en Solanthus. Lo han llevado ante el Consejo de Caballeros. Está bajo sospecha de espionaje.
—¡Oh, vaya! Lamento oír que está enfermo —comentó Tas—. ¿Dónde se encuentra? Seguro que le gustará verme.
—En realidad ese encuentro podría resultar extremadamente interesante —contestó la dama—. Trae a esos dos, guardia. Supongo que el gnomo también es parte de este enredo, ¿verdad?