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El Maestro de la Estrella se sentó protectoramente a su lado, observándola con una mezcla de sobrecogimiento, lástima y perplejidad. Obviamente no entendía por qué no iba corriendo por las calles proclamando el maravilloso don que se le había otorgado. Nadie lo entendía. Confundían su paciencia con humildad, y la respetaban por ello, pero también se sentían contrariados. Se le había concedido ese gran don, uno que cualquiera de ellos habría recibido con alegría. Lo menos que podía hacer era disfrutarlo.

El Consejo de Caballeros se constituyó con las formalidades rituales que tanto gustaban a los solámnicos. Tales formalidades honraban todas y cada una de las etapas importantes en la vida de un solámnico, desde el nacimiento hasta la muerte, y ningún acto se daba por celebrado sin innumerables declaraciones, lecturas y citas de la Medida.

Goldmoon se recostó contra la pared, cerró los ojos y se quedó dormida. Se iniciaron los primeros compases del juicio a un caballero, pero Goldmoon no fue consciente de los procedimientos. El sonsonete de las voces era una música de fondo para sus sueños, y en ellos se encontraba de nuevo en Tarsis. La ciudad era atacada por un gran escuadrón de dragones. Se encogió, aterrada, cuando las sombras de sus alas multicolores convirtieron el día en noche cerrada. Tasslehoff gritaba su nombre. Le decía algo, algo importante...

—¡Tas! —gritó mientras se sentaba derecha bruscamente—. ¡Tas, busca a Tanis! He de hablar con él...

Parpadeó y miró en derredor desconcertada.

—Goldmoon, Primera Maestra —dijo suavemente Mikelis mientras acariciaba sus manos con gesto tranquilizador—. Estabas soñando.

—Sí —musitó—. Estaba soñando...

Intentó recordar el sueño, pues había descubierto algo importante e iba a decírselo a Tanis. Pero, por supuesto, Tanis no estaba allí. Ninguno de ellos estaba allí. Se encontraba sola y no conseguía recordar qué había soñado.

Todo el mundo en la sala la miraba fijamente. Sus gritos habían interrumpido el juicio. El Maestro de la Estrella indicó con un gesto que la mujer se encontraba bien, y los caballeros coroneles volvieron de nuevo su atención al caso que tenían entre manos, llamando al prisionero para que se presentara ante ellos.

La mirada de Goldmoon vagó sin rumbo por la sala, observando a los agitados espíritus flotando entre los vivos. El runrún de las voces de los caballeros coroneles continuó, y no les prestó atención hasta que llamaron a Tasslehoff a declarar. El kender estaba en el banquillo, una figura diminuta y raída entre los altos guardias, espléndidamente vestidos.

El kender, que jamás se amilanaba ni se dejaba intimidar por cualquier demostración de fuerza ni de ceremonial, explicó a los caballeros coroneles su llegada a Solace y relató lo que le había acontecido a partir de entonces.

Goldmoon ya había oído la historia en la Ciudadela de la Luz, y recordaba a Tasslehoff hablando de un caballero solámnico que lo había acompañado a Qualinesti, en busca de Palin. Al escuchar ahora al kender, comprendió que el caballero sometido a juicio era el mismo que había encontrado a Tas en la Tumba de los Últimos Héroes, el que había estado presente en la muerte de Caramon, el que se había quedado atrás para enfrentarse a los caballeros negros a fin de que Palin pudiese escapar del reino elfo. El mismo caballero que había forjado el primer eslabón de una larga cadena de acontecimientos.

Entonces miró al caballero con interés. El joven había entrado en la sala con un aire severo, de dignidad ofendida, pero ahora que el kender había empezado a hablar en su defensa mostraba un gran abatimiento. Se sentaba hundido en el banquillo, con las manos colgando ante sí, la cabeza inclinada, como si su suerte ya se hubiese decidido y fueran a conducirlo al tajo. Tasslehoff, ni que decir tiene, estaba disfrutando de lo lindo.

—Afirmas, kender, que ya has asistido anteriormente a un Consejo de Caballeros —dijo lord Ulrich, Caballero de la Espada, quien, a juzgar por su tono y su actitud, se empeñaba en recalcar al kender la gravedad de la situación.

—Oh, sí —contestó Tas—. El del juicio a Sturm Brightblade.

—¿Cómo dices? —inquirió lord Ulrich, desconcertado.

—Al de Sturm Brightblade —repitió Tas, levantando la voz—. ¿No has oído hablar de Sturm? Fue uno de los Héroes de la Lanza. Como yo —añadió, poniendo la mano sobre el pecho con actitud modesta. Al reparar en las miradas perplejas de los caballeros, decidió que era el momento de entrar en detalles—. Aunque no estuve presente en el castillo Uth Wistan, cuando sir Derek intentó expulsar a Sturm de la caballería acusándolo de cobardía, mi amigo Flint Fireforge me contó lo ocurrido cuando llegué allí, después de haber roto el Orbe de los Dragones en el Consejo de la Piedra Blanca. Los elfos y los caballeros discutían sobre quién debería tener el Orbe y...

—Conocemos el desarrollo de esos sucesos, kender —lo interrumpió lord Tasgall, Caballero de la Rosa y cabeza del Consejo—, y es imposible que estuvieses allí, de modo que prescinde de tus mentiras. Bien, ahora cuéntanos de nuevo cómo es que apareciste dentro de la tumba...

—Oh, pero él estuvo allí, milores —intervino Goldmoon, que se había puesto de pie—. Si conocéis vuestra historia, como afirmáis, sabréis que Tasslehoff Burrfoot se encontraba en el Consejo de la Piedra Blanca y que rompió el Orbe de los Dragones.

—Sé que el heroico kender Tasslehoff Burrfoot hizo esas cosas. Maestra —contestó lord Tasgall, en tono suave y respetuoso—. Quizá vuestra confusión se debe a un malentendido por el hecho de que este kender dice llamarse Tasslehoff Burrfoot, sin duda en honor del intrépido kender que llevaba el nombre original.

—No estoy confundida —manifestó, cortante, Goldmoon—. El supuesto milagro que transformó mi cuerpo no afectó mi mente. Conocí al kender al que os referís. Lo conocí entonces y lo conozco ahora. ¿Acaso no habéis prestado atención a su historia?

Los caballeros la miraron fijamente. Gerard levantó la cabeza; la esperanza tifió sus mejillas con un ligero rubor.

—¿Queréis decir que corroboráis su historia, Primera Maestra? —inquirió lord Nigel, Caballero de la Corona, frunciendo el entrecejo.

—Así es —repuso Goldmoon—. Palin Majere y Tasslehoff Burrfoot viajaron a la Ciudadela de la Luz para reunirse conmigo. Reconocí a Tasslehoff. No es una persona de la que uno se olvida fácilmente. Palin me contó que Tas tenía en su poder un artefacto mágico que le permitía viajar en el tiempo. Tasslehoff llegó a la Tumba de los Últimos Héroes la noche de la terrible tormenta. Fue una noche de milagros —añadió con amarga ironía.

—Este kender —lord Tasgall miró a Tas con incertidumbre— afirma que el caballero sometido a juicio lo escoltó a Qualinesti, donde se reunió con Palin Majere en el hogar de Laurana, esposa del fallecido lord Tanis Semielfo.

—Tasslehoff me contó lo mismo, milores, y no tengo razón para ponerlo en duda. Si no os fiáis de mi historia o si dudáis de mi palabra, os sugiero que hay un modo fácil de comprobarlo. Poneos en contacto con lord Vivar, en Solace, y preguntadle.

—Por supuesto que no dudamos de vuestra palabra, Primera Maestra —protestó el caballero coronel, que parecía avergonzado.

—Pues deberíais, milores —intervino lady Odila. La mujer se puso de pie y se volvió hacia Goldmoon—. ¿Cómo sabemos que eres quien afirmas ser? Sólo tenemos tu palabra. ¿Por qué habríamos de creerte?

—No deberíais —contestó Goldmoon—. Tendríais que ponerlo en duda, hija. Siempre se debe dudar. Sólo preguntando recibimos respuestas.

—¡Milores! —El Maestro de la Estrella estaba escandalizado—. La Primera Maestra y yo somos viejos amigos. Puedo testificar que es realmente Goldmoon, Primera Maestra de la Ciudadela de la Luz.

—Di lo que piensas, hija —animó Goldmoon a la otra mujer, sin hacer caso a la protesta de Mikelis. Su mirada estaba prendida en la de lady Odila, como si fueran las únicas personas en la sala—. Habla sin reservas, haz la pregunta que tengas que hacer.