—Muy bien, la haré. —Lady Odila se volvió para mirar al Consejo de Caballeros—. ¡Milores, la Primera Maestra Goldmoon tiene más de noventa años! Esta mujer es joven, hermosa, fuerte. ¿Cómo es posible, en ausencia de los dioses, que ocurran semejantes milagros?
—Sí, ésa es la cuestión —convino Goldmoon, que volvió a tomar asiento en el banco.
—¿Tenéis la respuesta a eso, Primera Maestra? —inquirió lord Tasgall.
—No, milord, no la tengo —repuso Goldmoon, que miraba al caballero fijamente—. Sólo puedo decir que, en ausencia de los dioses, lo que me ha pasado no es posible.
Los espectadores empezaron a susurrar entre ellos. Los caballeros intercambiaron miradas dubitativas. El Maestro de la Estrella Mikelis la contemplaba desconcertado. El caballero, Gerard, apoyó la cabeza en las manos. Tasslehoff se puso de pie de un brinco.
—Yo tengo la respuesta —proclamó, pero inmediatamente el alguacil lo sentó de nuevo y le tapó la boca para hacerlo callar.
—Yo tengo algo que decir —intervino Acertijo con su voz fina y nasal. Se bajó de la silla y se dio tironcillos de la barba, nervioso.
Lord Tasgall le concedió la palabra. Los solámnicos siempre habían sentido cierta afinidad con los gnomos.
—Sólo quería decir que no había visto a ninguna de estas personas hasta hace unas pocas semanas, cuando el kender saboteó mis intentos de levantar un mapa del laberinto de setos, y esta humana me robó el sumergible. He abierto un fondo para defensa jurídica. Si alguno quiere contribuir...
Acertijo miró alrededor esperanzado. Nadie respondió a su petición, así que volvió a sentarse. Lord Tasgall parecía estar completamente desconcertado, pero asintió con la cabeza e indicó que se haría constar el testimonio del gnomo.
—El caballero Gerard Uth Mondor ya ha hablado en su propia defensa —anunció lord Tasgall—. Hemos oído el testimonio del kender que afirma ser Tasslehoff Burrfoot, el de lady Odila Cabestrante y de... eh... la Primera Maestra. Ahora nos retiraremos a deliberar el caso considerando estas declaraciones.
Todos se pusieron de pie y los caballeros del Consejo salieron de la sala. Una vez que se hubieron marchado, algunas personas volvieron a sentarse, pero la mayoría salió con premura de la sala al pasillo, donde se pusieron a hablar del caso con excitación, de manera que los que permanecían en la sala los oían claramente.
Goldmoon recostó la cabeza en la pared y cerró los ojos. Lo que más deseaba en ese momento era encontrarse sola en una habitación, lejos de todo ese ruido, de la conmoción y la confusión.
Al sentir un roce en la mano abrió los ojos y vio a lady Odila delante de ella.
—¿Por qué querías que hiciese esa pregunta sobre los dioses, Primera Maestra? —inquirió la dama solámnica.
—Porque hacía falta plantearla, hija —contestó Goldmoon.
—¿Estás diciendo que hay un dios? —Lady Odila frunció el entrecejo—. Hablaste de uno...
Goldmoon cogió la mano de la mujer entre las suyas y la apretó con fuerza.
—Lo que digo es que abras tu corazón, hija. Ábrelo al mundo.
—Lo hice en una ocasión, Primera Maestra —contestó Odila con una sonrisa desganada—. Alguien entró y lo saqueó completamente.
—De modo que ahora lo cierras con ingenio mordaz y mucha palabrería. Gerard Uth Mondor dice la verdad, lady Odila. Oh, sí, enviarán mensajeros a Solace y a su tierra natal para verificar su historia, pero sabes tan bien como yo que eso llevará semanas. Será demasiado tarde. Tú le crees, ¿verdad?
—Molletes de maíz y flores de aciano —dijo Odila mientras miraba al prisionero, que permanecía en el banquillo, pacientemente pero desalentado. La dama volvió los ojos hacia Goldmoon—. Tal vez le creo o tal vez no. Con todo, como tú bien has dicho, sólo preguntando obtenemos respuestas. Haré todo lo posible para ratificar o refutar su historia.
Los caballeros regresaron a la sala. Goldmoon les oyó dar su fallo, pero sus voces sonaban distantes, como si proviniesen de la otra orilla de un vasto río.
—Hemos decidido que no podemos dar pronunciamiento sobre los temas de importancia fundamental en este caso hasta haber hablado con otros testigos. En consecuencia, enviamos mensajeros a la Ciudadela de la Luz y a lord Vivar, en Solace. Entretanto, llevaremos a cabo indagaciones por Solanthus para comprobar si alguien presente en la ciudad conoce a la familia del acusado y puede verificar la identidad de este hombre.
Goldmoon apenas escuchó lo que se decía. Presentía que le quedaba muy poco tiempo en este mundo. El cuerpo joven no podía retener mucho más el alma que anhelaba ser libre de la carga de la carne y de los sentimientos. Vivía momento a momento, latido de corazón a latido de corazón, y cada uno de ellos era más débil que el anterior. Sin embargo, aún había algo que tenía que hacer. Aún había un lugar adonde debía ir.
—Mientras tanto —decía lord Tasgall, poniendo fin a los procedimientos—, el prisionero Gerard Uth Mondor, el kender que responde por el nombre de Tasslehoff Burrfoot, y el gnomo Acertijo quedarán bajo custodia. Este Consejo levanta la sesión...
—¡Milores, escuchadme! —gritó Gerard, que se soltó de un tirón del alguacil, el cual intentaba hacerle callar—. Haced lo que queráis conmigo. Creed o no mi historia, como os parezca conveniente. —Alzó la voz para hacerse oír por encima de las repetidas advertencias del lord caballero instándolo a guardar silencio—. ¡Por favor, os lo suplico! Enviad ayuda a los elfos de Qualinesti. No permitáis que Beryl los extermine impunemente. Si no os importan los elfos como seres humanos, entonces al menos tenéis que ver que cuando Beryl los haya destruido a ellos a continuación volverá su atención hacia Solamnia...
El alguacil solicitó ayuda y finalmente varios guardias sometieron a Gerard. Lady Odila observó la escena sin decir nada, pero de nuevo miró a Goldmoon. Ésta parecía dormida, con la cabeza inclinada sobre el pecho y las manos descansando en el regazo, como haría una mujer mayor que da una cabezada junto al fuego de la chimenea o bajo los cálidos rayos del sol, ajena al momento presente, soñando con lo que ha de llegar.
—Es Goldmoon —musitó la dama solámnica.
Cuando se restableció el orden, lord Tasgall siguió hablando.
—La Primera Maestra quedará al cuidado del Maestro de la Estrella Mikelis. No deberá abandonar la ciudad de Solanthus hasta que los mensajeros regresen.
—Me sentiré muy honrado de teneros como huésped en mi casa, Primera Maestra —dijo Mikelis mientras la sacudía suavemente.
—Gracias —contestó Goldmoon, que despertó de repente—, pero no me quedaré mucho tiempo.
El Maestro de la Estrella parpadeó desconcertado.
—Perdonad, Primera Maestra, pero ya habéis oído decir a los caballeros...
En realidad Goldmoon no había escuchado una sola palabra de lo dicho por el Consejo. No hacía caso de los vivos y tampoco de los muertos que se agolpaban a su alrededor.
—Estoy muy cansada —les dijo a todos y, asiendo su cayado, salió por la puerta.
24
Preparativos para el final
Desde que el rey les había informado del peligro que los acechaba, los qualinestis habían hecho preparativos para hacer frente a Beryl y a sus ejércitos, que se aproximaban a la capital elfa. Beryl centraba toda su energía y su atención en tomar la ciudad que había embellecido el mundo durante tantos siglos y adueñarse de ella. A no tardar, las casas elfas serían ocupadas por humanos, que talarían los amados bosques de los elfos para hacer leña de ellos, y soltarían los cerdos para que se alimentaran en los floridos jardines.
Los refugiados ya habían partido. Evacuados por los túneles de los enanos, habían huido a través de los bosques. Los voluntarios que se habían quedado para hacer frente al dragón empezaron a concentrarse en las defensas de la ciudad. No se hacían falsas ilusiones. Sabían que era una batalla que sólo podrían ganar merced a un milagro. En el mejor de los casos, su defensa podía considerarse una acción de retaguardia. Las horas que consiguieran retrasar el avance del enemigo significaban que sus familias y amigos se encontrarían unos cuantos kilómetros más cerca de la salvación. Habían oído la noticia de que el escudo había caído, y hablaban de la belleza de Silvanesti, de que sus parientes acogerían a los refugiados y los albergarían en sus corazones y en sus hogares. Hablaban de la curación de las viejas heridas, de la futura reunificación de los reinos elfos.