Выбрать главу

Sakai se quedó en silencio mientras sopesaba la petición.

– Sabes que entregamos las huellas a los agentes asignados a los homicidios.

– Corta el rollo, Sakai. Sabes que lo sé y sabes si has leído el diario que yo no soy el agente investigador. Pero aun así necesito las huellas. ¿Vas a conseguirlas para mí o estoy perdiendo el tiempo contigo?

Sakai se levantó. Sabía que si se retiraba después de haber dado un primer paso, Bosch ganaría una posición superior en el inframundo de interacción masculina y en todos los tratos que siguieran.

Si Sakai seguía adelante y obtenía las huellas, entonces la ventaja sería obviamente para él.

– Cálmate, Bosch. Voy a ir a buscar las huellas. ¿Por qué no te sirves una taza de café y te sientas? Sólo pon una moneda de veinticinco en la caja.

Bosch detestaba la idea de estar en deuda con Sakai por nada, pero sabía que merecía la pena. Las huellas eran la única forma que conocía para cerrar el caso. O para abrirlo de nuevo.

Bosch se tomó una taza de café y en quince minutos el investigador del forense había vuelto. Todavía sacudía la tarjeta para que la tinta se secara. Se la pasó a Bosch y fue al mostrador a servirse otra taza de café.

– ¿Son de Gordon Mittel?

– Sí, eso ponía en la etiqueta del dedo gordo del pie. Y, tío, se pegó una buena caída.

– Me alegro de oírlo.

– ¿Sabes? Me suena que esa historia del diario no es tan sólida como los tipos del departamento aseguráis si estás colándote aquí a buscar las huellas de ese tipo.

– Es sólida, Sakai, no te preocupes por eso. Y será mejor que no me llame ningún periodista preguntándome si he ido a buscar huellas. O volveré.

– No te canses, Bosch. Coge las huellas y lárgate. Nunca he conocido a nadie que se empeñe tanto en que la persona que acaba de hacerle un favor se sienta mal.

Bosch tiró su taza de café en una papelera y empezó a salir.

Se detuvo en la puerta.

– Gracias.

La palabra le quemó en la boca. El tipo era un capullo.

– Sólo recuerda que me debes una, Bosch.

Bosch miró de nuevo a Sakai, que estaba revolviendo la nata en la taza. Bosch volvió a entrar y metió la mano en el bolsillo. Cuando llegó a la mesa sacó una moneda de veinticinco centavos y la echó por la ranura en la caja de latón que era el fondo para el café.

– Te invito al café -dijo Bosch-. Ahora estamos en paz.

Salió y en el pasillo oyó que Sakai lo llamaba gilipollas.

Para Bosch era una señal de que todo podía ir bien en el mundo. Al menos en el suyo.

Cuando Bosch llegó al Parker Center al cabo de quince minutos, se dio cuenta de que tenía un problema. Irving no le había devuelto su tarjeta de identificación porque ésta formaba parte de las pruebas recuperadas de la chaqueta de Mittel en el jacuzzi. Así que Bosch deambuló ante la fachada del edificio hasta que vio a un grupo de detectives y administrativos caminando hacia la puerta del anexo al edificio del ayuntamiento. Cuando el grupo entró y rodeó el mostrador de entrada, Bosch se acercó a ellos y pasó inadvertido junto al agente de guardia.

Bosch encontró a Hirsch ante su ordenador en la unidad de huellas y le preguntó si todavía tenía las sacadas de la hebilla del cinturón.

– Sí, he estado esperando que pasara a recogerlas.

– Bueno, antes tengo unas huellas que quiero que compares con ellas.

Hirsch lo miró, pero vaciló sólo un segundo.

– Vamos a verlas.

Bosch sacó del maletín la tarjeta con las huellas que Sakai le había dado y se la pasó. Hirsch la miró un momento, girando la tarjeta para que reflejara mejor la luz cenital.

– Éstas son muy claras. No le hace falta la máquina, ¿no? Sólo quiere comparadas con las huellas que trajo antes.

– Eso es.

– Vale, puedo mirarlas ahora mismo si quiere esperar.

– Quiero esperar.

Hirsch sacó del escritorio la tarjeta con las huellas del cinturón y se llevó ésa y la tarjeta del forense a la mesa de trabajo, donde las miró a través de una lámpara lupa. Bosch vio que sus ojos iban de un lado a otro como si estuviera mirando un partido de tenis.

Se dio cuenta mientras observaba el trabajo de Hirsch que más que nada en el mundo quería que el técnico lo mirara y le dijera que las huellas de las dos tarjetas correspondían a la misma persona. Quería que todo terminara. Quería dejarlo a un lado.

Al cabo de cinco minutos de silencio, el partido de tenis terminó y Hirsch lo miró y le notificó el resultado.

Cuando Carmen Hinojos abrió la puerta de la sala de espera, pareció gratamente sorprendida de ver a Bosch sentado en el sofá.

– ¡Harry! ¿Está bien? No esperaba verle aquí hoy.

– ¿Por qué no? Es mi hora, ¿no?

– Sí, pero he leído en el periódico que estaba en el Cedars.

– Me he dado de alta.

– ¿Está seguro de que debería haber hecho eso? Tiene un aspecto…

– ¿Horrible?

– No quería decir eso. Pase.

Le mostró el camino y después cada uno ocupó su lugar habitual.

– En realidad teniendo en cuenta cómo me siento tengo un aspecto magnífico.

– ¿Por qué? ¿Qué ocurre?

– Porque todo fue por nada.

La declaración de Bosch puso una expresión de perplejidad en el rostro de la psiquiatra.

– ¿A qué se refiere? He leído el artículo de hoy. Ha resuelto los asesinatos, incluido el de su madre. Esperaba que se sintiera de otra manera.

– Bueno, no crea todo lo que lee, doctora. Deje que clarifique las cosas. Lo que he logrado en mi llamada misión es causar que dos hombres fueran asesinados y que otro muriera a mis manos. He resuelto, veamos, he resuelto uno, dos, tres asesinatos, así que eso está bien. Pero no he resuelto el asesinato que buscaba resolver. En otras palabras, he estado corriendo en círculos causando que otra gente muriera. De modo que ¿cómo espera que me sienta durante la sesión?

– ¿Ha estado bebiendo?

– Me he tomado un par de cervezas con la comida, pero ha sido una comida larga y creo que un mínimo de dos cervezas es un requisito considerando lo que acabo de decirle. Pero no estoy borracho, si es eso lo que quiere saber. Y no estoy trabajando, así que da lo mismo.

– Creía que estábamos de acuerdo en reducir…

– A la mierda. Esto es el mundo real. ¿No es así como lo llamó? ¿El mundo real? Desde la última vez que hablamos he matado a alguien, doctora. Y quiere hablar de reducir el alcohol. Como si todavía significara algo.

Bosch sacó los cigarrillos y encendió uno. Se quedó con el paquete y el Bic en el brazo de la silla. Carmen Hinojos lo observó prolongadamente antes de volver a hablar.

– Tiene razón, lo siento. Vayamos a lo que creo que es el núcleo del problema. Dice que no ha resuelto el asesinato que pretendía resolver. Se trata, por supuesto, de la muerte de su madre. Sólo me guío por lo que he leído, pero el Times de hoy atribuye su asesinato a Gordon Mittel. ¿Me está diciendo que ahora sabe que eso es incontrovertiblemente falso?

– Sí, ahora sé que es incontrovertiblemente falso.

– ¿Cómo?

– Sencillo. Por las huellas. Fui al depósito de cadáveres, conseguí las huellas de Mittel y las comparé con las del cinturón. No coinciden. Él no lo hizo. No estuvo allí. Ahora bien, no quiero que se lleve una idea equivocada. No estoy aquí sentado con conciencia de culpa respecto a Mittel. Era un hombre que decidió matar a gente e hizo que la mataran. Como si tal cosa. Al menos dos veces de las que estoy seguro, además iba a matarme a mí también. Así que, que se joda. Tuvo lo que se merecía. Pero cargaré en mi conciencia con Pounds y Conklin durante mucho tiempo. Quizá para siempre. Y de un modo u otro pagaré por ello. Es sólo que el peso sería más fácil de llevar si hubiera existido una razón. Una buena razón. ¿Me entiende? Pero no hay ninguna razón. Ya no.